Vivos o muertos, todos somos almas en pena

Si contemplamos Bodegón con fantasmas desde las coordenadas de algunos filmes recientes del cine español independiente, tales como Espíritu sagrado o Destello bravío, podríamos tener la impresión superficial de encontrarnos ante una obra que replica cierta tendencia a la hora de acercarse a entornos rurales con una mirada esotérica. Pero esto sería injusto, ya queopera prima de Enrique Buleo no es una película derivativa, sino que se trata de la progresión natural de los humores que el director había exhibido en cortometrajes como Decorosa y El infierno y tal, de una excentricidad más implosiva que autoconsciente.

De hecho, esta colección de almas en pena (vivas o muertas) que Buleo pone a deambular por un pueblecito manchego quizá se entiende mejor si salimos de las pantallas para buscar sus afinidades entre las viñetas de los cómics y fanzines de Bea Lema y Magius, el pop descentralizado de Parade, Marcelo Criminal y los añorados klaus&kinski o, sobre todo, las páginas de las novelas de Santiago Lorenzo. Un autor que, no lo olvidemos, antes de iniciar su prodigiosa carrera como escritor había firmado una película de culto, Mamá se boba, de la que Bodegón con fantasmas recupera el rostro de Eduardo Antuña, pero también los aires de melancolía ácida y una atención por el detalle que se plasma en objetos tan encantadores como el tapete-ouija que los personajes utilizan para comunicarse con los espíritus.