Los Oscar de la trilogía del mal: "Solo pensaba en cómo gasearlos"
El premio en 'La zona de interés' dialoga con lo que ganó 'El hijo de Saúl' en 2016
BarcelonaMás mundano que banal. Más vanidoso que vulgar. Sobre todo, ambicioso y convencido de que el bienestar familiar justifica el mal. Así es Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, tal y como lo retrata el cineasta británico Jonathan Glazer en la película La zona de interés, Oscar 2024 en el mejor filme internacional. Este premio conecta directamente con el Oscar al mejor filme en lengua no inglesa que ganó en el 2016 El hijo de Saúl, del húngaro László Nemes. Obras extraordinarias sobre el Holocausto, ambas películas se complementan: cada una muestra lo que la otra no enseña. Y forman parte de una especie de trilogía del mal que completa Demon (2015), del polaco Marcin Wrona.
En La zona de interés, inspirada en la novela de Martin Amis, oímos el sonido del exterminio y apenas vemos de fondo el humo de los hornos crematorios. Es un fuera de campo abrumador, porque Glazer decide mostrar el día a día de Höss y su familia en la casa donde viven junto al campo de Auschwitz. Primo Levi, él mismo prisionero en Auschwitz, describía a Höss como "un funcionario gris, disciplinado y amante del orden que se convirtió en uno de los mayores criminales de la historia de la humanidad", pero también destacaba que era "un hombre ansioso" que encontró "satisfacción" en el cumplimiento del deber aberrante de matar más y más rápidamente.
En la primera gran ficción sobre el nazismo como banalidad del mal, Glazer y el director de fotografía Lukasz Zal (con el apoyo imprescindible de la banda sonora de Mica Levi y el también oscarizado sonido de Tarn Willers y Johnnie Burn) filman la vida familiar como quien documenta una realidad inconcebible con una sucesión de planes terroríficos por el contraste con el fuera de campo: todo lo que sabemos que está pasando al otro lado del muro mientras la familia disfruta del costumbrismo nazi, de la banalidad de casa con jardín. Aquí la dirección de Glazer se corresponde con la consideración de funcionario gris y disciplinado de Höss, un orden que también sigue en la administración de la casa a su esposa, Hedwig, a quien la extraordinaria interpretación de la actriz Sandra Hüller retrata como representante de una clase social alimentada por el resentimiento y para quien la humillación y la aniquilación de los judíos es una victoria sin remordimiento alguno.
Pero cuando Höss recibe el encargo de supervisar el exterminio de los judíos húngaros, todo cambia: Glazer muestra entonces una fiesta mundana llena de mandos de las SS y sitúa a Höss en la tribuna del triunfo, mirando la fiesta desde arriba. "Solo pensaba en cómo gasearlos", dirá después a la mujer, extasiado e impaciente por sacar adelante un trabajo encomendado que en el fondo responde a su deseo genocida. Este ya no es el funcionario gris, sino el hombre ansioso y satisfecho, tanto por ser reconocido como buen profesional del exterminio como por poder llevar a cabo la matanza.
El análisis de Primo Levi
Decía Primo Levi en Los hundidos y los salvados que Höss, como otros nazis, había reelaborado su pasado hasta hacerse pasar por víctima de un régimen que le había "amputado su capacidad de decidir". El escritor italiano desmontó la excusa que Höss había argumentado en la autobiografía escrita en los meses previos a su ejecución en 1947. Glazer sigue el camino de Primo Levi en la escena de la fiesta y la conversación telefónica con la mujer: Höss disfruta decidiendo, disfruta siendo el escogido para tomar decisiones, y lo hace con la misma satisfacción con la que antes había presumido de la eficacia de su sistema rotatorio de cámaras de gas, hornos crematorios y limpieza de las cenizas. Dice el escritor polaco Stanislaw Lem en Provocación: "El nazismo se sostenía en dos pilares: la ética del mal y la estética kitsch [...] Y la ética del mal nunca intenta su propia apología: el mal siempre constituye el medio para algún bien". En La zona de interés el "bien" también es la satisfacción de Höss y el ascenso social de su familia, un escenario que puede ampliarse exponencialmente.
En La zona de interés, por cierto, Höss lo interpreta el actor alemán Christian Friedel, el maestro de escuela de La cinta blanca (2009), de Michael Haneke, un filme ambientado en un pueblo del norte de Alemania poco antes de la Primera Guerra Mundial y en el que el director austríaco abordaba la semilla de la violencia, el abuso y la humillación, y la perpetuación del mal.
El Auschwitz de László Nemes
El hijo de Saúl comienza más o menos dónde termina La zona de interés, cuando los mandos nazis deciden el traslado masivo de los judíos de Hungría a los campos de exterminio. Es el año 1944. Saül Ausländer es un prisionero judío húngaro que forma parte de un Sonderkommando, un grupo especial cuyo trabajo era "la gestión de los crematorios". Así lo describía Primo Levi: "Les correspondía mantener el orden entre los recién llegados (a menudo del todo ignorantes del destino que les esperaba) que debían ir a las cámaras de gas; sacar de las cámaras los cadáveres; arrancar las piezas de oro de las mandíbulas; cortar el pelo a las mujeres; separar y clasificar la ropa, los zapatos, el contenido de los equipajes; transportar los cuerpos a los crematorios y ocuparse de los hornos; extraer y eliminar las cenizas". [Las mejores prendas iban a parar a Can Höss, tal y como recuerda Glazer en La zona de interés.]
A diferencia de Glazer, László Nemes, discípulo de Béla Tarr, comienza la película con largos planos secuencia, casi como cámara subjetiva del protagonista. Sobre todo en la primera parte, el fuera de campo es doble. Por un lado, prácticamente no se muestran los nazis, aunque se oyen amenazas y disparos, infamia subrayada por el sonido, como en La zona de interés. Por otro, el director de fotografía Mátyás Erdély desenfoca el fondo del plano, lo que crea una imagen espectral de los judíos que entran en la cámara de gas, la consecuencia de las decisiones de Höss y por extensión del régimen nazi. Pero el gran fuera de campo de El hijo de Saúl es Polonia y por extensión Europa.
Nemes sigue las peripecias del Saúl (interpretado por Géza Röhrig), obsesionado en enterrar el cuerpo del que cree que es su hijo, hasta el punto de que carga el cadáver mientras huye del campo. Toda la película está construida a partir del punto de vista de Saúl menos el final, cuando Nemes muestra la mirada de un niño polaco al que unos soldados alemanes tapan la boca para que no diga nada. El niño huye. En la película Ven y mira (1985), Elem Klimov pedía precisamente mirar las atrocidades de la Segunda Guerra para que no volvieran a ocurrir. Nemes dice que El hijo de Saúl es "una historia de esperanza cuando ya no hay esperanza ni dios", pero también es más escéptico que Klimov: en un juego de plano y contraplano entre Saúl y el niño polaco, el judío dibuja una sonrisa con la que parece estar diciendo “nosotros ya estamos muertos, sois vosotros quienes tendréis que gestionar esta barbarie que estáis condenados a repetir”.
El doloroso presagio se ha cumplido demasiadas veces desde 1945 y llega hasta ahora mismo. Interpelando al gobierno israelí y Hamás, Jonathan Glazer, de familia judía, lo ha expresado al recoger el Oscar al mejor filme internacional, cuando ha lamentado que "el judaísmo y el Holocausto han sido secuestrados por una ocupación que ha terminado con tantas vidas inocentes", y ha conectado "la deshumanización" de Auschwitz con la de las víctimas "tanto del ataque del 7 de octubre a Israel como de los ataques actuales a Gaza".
El testamento de Marcin Wrona
El final de El hijo de Saúl resuena en la película Demon del polaco Marcin Wrona, estrenada en el 2015, el mismo año que la de Nemes. La acción transcurre en el presente en Polonia. Se celebra una boda mientras una excavadora abre un agujero para hacer una piscina frente a la casa que ocupará el matrimonio. Al remover la tierra, tierra de sangre tal y como dice el historiador Timothy Snyder, aparecen los restos de una chica judía asesinada durante la Segunda Guerra Mundial, cuyo espíritu, dibbuk de la tradición judía, posee el novio del presente.
Wrona, acompañado por la fotografía de Pawel Flis y la música de Krzysztof Penderecki (el autor del Lamento a las víctimas de Hiroshima que removieron la conciencia de Oppenheimer) y Marcin Macuk, se mueve entre géneros, entre el terror y la tragicomedia grotesca, para hacer un retrato de los silencios y los olvidos de la sociedad polaca en la gestión de su papel durante el Holocausto, una herida profunda y llena de grises. "Debemos olvidar lo que no vimos", lamenta un personaje. Wrona, un eslabón más en el relato de la antropología del mal, cuestiona este "no vimos": alguien mató a la chica judía, alguien despojó a una familia judía de su casa. En Demon, el fuera de campo es el pasado de Europa, tan presente todavía. La película pudo verse en el Festival de Sitges del 2015, apenas unas semanas después del suicidio de Marcin Wrona.