Disonancias en el altar: Joan Magrané renueva el lamento de Cristo en Peralada
El compositor reusense estrena una revisión contemporánea de las lecciones de tinieblas en el marco de la edición de Pascua del Festival de Peralada
- Lección de tinieblas de Joan Magrané
- María Hinojosa, soprano. Pau Codina, violonchelo
- GIO Symphonia. Dirección musical: Francesc Prat
- Edición de Pascua del Festival de Peralada, 29 de marzo de 2024
El viernes Santo, una hora antes de medianoche, la iglesia del castillo de Peralada, en un ambiente de silencio y recogimiento, con luz tenue, casi a oscuras, se ha llenado para presenciar el estreno absoluto de Tenebrae Responsoria, la nueva obra de Joan Magrané. La pieza, encargo del festival ampurdanés, evoca con respeto y admiración la liturgia antiquísima de las lecciones de tinieblas de Semana Santa, a la vez que, desde la libertad creativa contemporánea, busca descubrir de forma natural y armónica nuevas formas de expresar la pasión religiosa .
La partitura, escrita para conjunto de cámara, soprano y violonchelo solista, comienza con un rumor de fondo de las cuerdas, disonante, evanescente y quejosa, metáfora casi física y literal del lamento de Cristo. El zumbido crece progresivamente y se entrelaza con el canto amable y afectado de Maria Hinojosa, que dibuja melodías sinuosas hasta volver al silencio inicial. Esta sucesión depurada se encadena con aplomo en cada uno de los doce movimientos de la pieza, agitados puntualmente por las subidas polifónicas de todo el conjunto, dirigido por Francesc Prat, o las cadencias inspiradísimas del violonchelista Pau Codina, que fluyen entre la improvisación y la expresión tardo-romántica. En los fragmentos cantados, Magrané, además de inspirarse en los textos canónicos del Libro de las lamentaciones de Jeremías, también cita dos poemas de Blai Bonet, que inducen materia y humanidad a la mística de los pasajes bíblicos.
Aunque la escritura del compositor reusense es eminentemente contemporánea, sin reglas de tonalidad ni rigidez en el compás, la puesta en escena se mantiene del todo fiel al oficio religioso y respeta con cuidado la sobriedad dramática de la ceremonia de origen medieval. El resultado ni desentona ni incomoda, sino todo lo contrario: consigue una fascinante conjunción entre vanguardia y tradición, evidenciando que es posible proyectar modernidad sin confrontarse con el pasado o librarse. Todo ello invita a los espectadores, sea cual sea su filiación religiosa, a participar con la mente abierta en una síntesis estética entre diferentes formas posibles de expresar un sentimiento universal, mientras se apagan, una a una, las velas del tenebrario hasta el oscuro final.