El Vida renace con Ca7riel & Paco Amoroso, Kae Tempest y Future Islands
El festival de música independiente de Vilanova y la Geltrú reúne a 32.000 asistentes en la edición de 2025
Vilanova y la GeltrúSi 2024 fue el momento de celebrar la primera década del Vida, este año la misión (explicitada en los hashtags promocionales) era ir más allá de la efeméride y llevar hacia el renacimiento el festival de Vilanova y la Geltrú. Esto se tradujo en un cartel que testeaba áreas hasta ahora poco exploradas en la programación del evento, un aspecto que se percibió de forma particular en la jornada central, la del viernes 4 de julio, encabezada por los argentinos Ca7riel & Paco Amoroso, que exhiben musculatura trap con tendencia a la picardía lírica. El dúo se presentó con una banda que realzaba la rítmica latina de la propuesta, lo que podía pasar inadvertido para quien siguiera el concierto por las pantallas, puesto que la realización no se apartó en ningún momento de los dos vocalistas titulares. Podía parecer una apuesta excéntrica para quien identifique al Vida con el indie pop, pero la sensación fue la de ver a un equipo jugando en casa, ante una legión de público que devolvía todas las guiños de las rimas. De hecho, fue el único momento de todo el fin de semana en el que, para asegurarse un buen sitio, debía lidiarse con unas estrecheces que el festival se enorgullece de evitar.
A continuación, Kae Tempest recogió la energía de la fiesta para transformarla en otra cosa, más airada pero profundamente hermosa. Feliz de actuar en la tierra donde terminó de escribir algunos de sus poemas el mismo día en que se publicaba su quinto álbum, Self titled, el artista ofreció una spoken word vertiginosa pero de dicción clara; palabras que enseñan los colmillos al poder opresor y que, sobre todo, crean comunidad. La lista de estilos que no suelen sonar en los confines de la Masía d'en Cabanyes y el bosque adyacente (como siempre, convenientemente decorado e iluminado) se amplió, al día siguiente, con el jazz vitamínico y de influencia jamaicana del quinteto británico Ezra Collective, una ola expansiva de festival.
La bienvenida inyección de diversidad sónica no alteró, sin embargo, los rasgos característicos del Vida, que mantiene prácticamente inamovibles las dinámicas de su funcionamiento (con una excepción remarcable: la organización ha decidido jubilar el sistema de venta de tickets para las cosas de los acontecimientos, vestigio de los primeros datáfonos y transacciones inmateriales) y la distribución de los espacios, incluido el ya icónico escenario El Barco, tan idílico visualmente como desprotegido de la polución acústica, lo que hizo sufrir de manera particular a la japonesa Ichiko Aoba, que presentaba un folk atravesado de corrientes tropicalistas a ratos acompañados de humanidad charlatán.
Yerai Cortés, Mamá Dousha, Mushkaa y La Ludwig Band
También se reconoció la identidad del festival en el ambiente cómplice que crea para los artistas estatales, como Yerai Cortés, que puso en escena el show Guitarra coral rehuyendo toda tentación de virtuosismo jondo (hasta el punto de interpretar un tema de espaldas al público, dejando fuera de campo su prodigiosa digitación de las seis cuerdas), y sobre todo los grupos catalanes: basta con referirse a la sorpresa de Mama Dousha por la cantidad de espectadores que se acercaron a bailar Rikiti cuando el sol todavía estaba alto. O al triunfo de Mushkaa, que acumula ya varios himnos generacionales en su repertorio y dirige las emociones del público con una seguridad tan precoz como incontestable. Mención de honor merece La Ludwig Band, para quien se reservó el espacio de concierto inaugural del festival el jueves 3, y que se presentó como big band, añadiendo brillo de metales a la colección de gags escénicos (celebrados por igual por los recién llegados y por los veteranos) y incorporando el teclado de Ned que un par de jornadas después también oficiaron un auténtico ritual mediterráneo en torno a la oceánica profundidad vocal deEs pregunta.
Y, evidentemente, el ADN del Vida también se reconoció en la anglofilia que dominaba la parte alta del cartel, con la elegancia de clase trabajadora de Richard Hawley, que quiso hermanar a su Sheffield natal con Vilanova. También con los jóvenes Royel Otis, que hacen bailar las guitarras y reúnen un entusiasmo que no desfallece entre su repertorio y las aceleradas versiones de Sophie Ellis-Bextor y The Cranberries, y con The Lemon Twigs, empeñados en viajar en el tiempo hasta una época en la que el poder armón aún el poder armón. Y, finalmente, con dos referentes de la categoría de pesos medios del pop: por un lado, Supergrass, que calibraron ante el público lo seguían siendo vigentes las canciones del disco Y should Coco, su álbum más querido, que este 2025 ha celebrado su trigésimo aniversario. Y los estadounidenses Future Islands, comandados por el carisma fuera de carta de su cantante, Samuel T. Harring, que aplica inflexiones guturales casi metálicas en sus odiseas melódicas, y que suda, se retuerce y se rasga la ropa como Marlon Brando en Un tranvía llamado Deseo mientras se inventa pasos de baile dignos del Denis Lavant de la película Beau travail.
Tras la colección de instantáneas acumuladas durante sus tres jornadas, el bosque mágico del Vida, como Brigadoon, se ha desvanecido, no sin antes anotar en el calendario las fechas de su próximo renacimiento, los días 2, 3 y 4 de julio del 2026, con los neozelandeses Balu.