Historia

John H. Elliott y Catalunya

El autor de ‘La rebelión de los catalanes’ deja una obra clave para entender la Catalunya moderna

Joaquim Albareda, historiador
4 min
L'historiador John Huxtable Elliott

BarcelonaSir John Elliott, muerto este jueves a los 91 años, ha sido uno de los grandes historiadores modernistas europeos de los últimos tiempos. Nació en Reading en 1930. Estudió en el Eton College y en la Universidad de Cambridge, donde se doctoró. Fue catedrático de historia en el King's College de Londres entre 1968 y 1973, y catedrático en el Institute for Advanced Study en Princeton (en Estados Unidos) del 1973 al 1990 para pasar a ser, a partir de entonces, regius profesor de historia moderna en Oxford. De su prestigio internacional da testimonio no solamente su amplia y cualificada obra, sino también que fue doctor honoris causa para quince universidades. Recibió múltiples distinciones, entre las que se encuentran la Creu de Sant Jordi por parte de la Generalitat de Catalunya.

Como historiador le preocupó el diálogo entre el presente y el pasado, construido desde el rigor documental y analítico. Se mostró crítico con las historias nacionales, forjadas por los estados nación, y también con las visiones mitificadores, porque unas y otras se apartaban de la realidad histórica e impedían su comprensión con la complejidad con la que hay que abordarla. Por eso también defendió la historia comparada, que permitía analizar procesos similares en países diferentes, lejos de caer en el excepcionalismo interpretativo.

Destacado hispanista

Elliott fue, principalmente, un destacado hispanista. En 1963 publicó La España imperial y La rebelión de los catalanes. 1598-1640. Empezó analizando la España imperial y la reacción de los catalanes en 1640 frente a las exigencias del sistema fiscal-militar. Analizó la figura del conde-duque de Olivares, favorito de Felipe IV, como la mejor representación de aquel estado que tendía a la uniformización con una deriva absolutista (El Conde-Duque de Olivares, 1986). Pero su mirada también se proyectó hacia el imperio, El viejo y el nuevo mundo (1970), y en análisis posteriores comparó los imperios británico y español en el mundo atlántico, abriendo el camino hacia una historia global, centrada en la política, pero atenta a la sociedad y la cultura.

Elliott mantuvo siempre una relación especial con Catalunya desde 1953, cuando llegó a Barcelona con cartas de recomendación de Josep M. Batista i Roca, que vivía exiliado en Cambridge. Si el objetivo de la estancia en España era estudiar el programa de reformas de Olivares –esencial para comprender la construcción del Estado–, muy pronto se interesó por la revuelta catalana frente a su proyecto político. Y se pidió donde estaba la “modernidad”, ¿en la reforma uniformizadora o junto a las viejas constituciones que limitaban el poder del rey? De este modo combinó su trabajo en el Archivo General de Simancas con el del Archivo de la Corona de Aragón.

Vicens Vives y Soldevila

Fue así como entró en contacto con la realidad catalana y con la lengua (que dominaba muy bien: me gusta recordar que, en un gesto de deferencia, cuando me escribía lo hacía en catalán). Se relacionó con Jaume Vicens Vives y participó en su seminario de la Universitat de Barcelona. Se encontró cómodo en aquel ambiente revisionista de la historia de Catalunya, que quería superar el victimismo y las idealizaciones románticas. Pero también conoció a Ferran Soldevila. Pronto se dio cuenta de que había elegido un tema de investigación complicado, en plena dictadura franquista, el de la relación entre Madrid y los catalanes. Pero tenía el firme convencimiento de que la historia nacional es teleológica y, al fin y al cabo, reduccionista. Y, por lo tanto, que había que matizar los relatos excluyentes.

Desde el punto de vista de la historia moderna de Europa, hay que remarcar que Elliott, junto con H.G. Koenigsberger, contribuyó a explicar la compleja realidad territorial de las monarquías compuestas, formadas por varios territorios con leyes e instituciones propias, bajo un rey común. Esta fórmula política permitió la existencia de la pluralidad, de cortes, de constituciones y libertades territoriales como las de la Corona de Aragón, dentro de un estado que se iba consolidando y que era cada vez más exigente y depredador. Y, en una espléndida lección de historia comparada, explicó que la aceleración de la construcción de los Estados que tuvo lugar alrededor de 1700 produjo tres desenlaces diferentes: en el caso de España, la liquidación del entramado institucional de la Corona de Aragón “por justo derecho de conquista”; en el caso británico, el acta de Unión aprobada por el Parlamento escocés; y en el Imperio, el nacimiento de la monarquía dual austrohúngara, que se convirtió en el referente del catalanismo hasta principios del siglo XX.

La preocupación por el presente

Si John Elliott inició sus pasos como historiador analizando la “revuelta catalana”, cerró el ciclo historiográfico con el libro Catalanes y escoceses. Unión y discordia. La preocupación política por el presente lo llevó, de nuevo, a sumergirse en el pasado analizando las historias paralelas de estos dos países donde el independentismo había tomado un gran vuelo.

Dejando al margen que cada cual pueda estar más o menos de acuerdo con el análisis político del historiador sobre la relación entre Catalunya y España de las últimas décadas y del Procés –cabe decir que partiendo del reconocimiento nacional y del diálogo político–, su ejercicio de historia comparada por los siglos modernos es riguroso y excelente. El uso de la bibliografía reciente es admirable, favorecido por su dominio del catalán, en contraste con lo que sucede, desgraciadamente, desde hace unos años, con la historiografía española. Retrata, con precisión y con riqueza de matices, la historia de dos naciones que tuvieron una suerte diferente con su relación con el Leviatan, el Estado .

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