Literatura

El apasionante mundo literario de Gerard Vergés

Comanegra tiene el acierto de recuperar 'Trece biografías imperfectas', libro que mereció el premio Josep Pla en 1985

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'La aparición', cuadro de Gustave Moreau, uno de los protagonistas del libro de Gerard Vergés
  • Gerard Vergés
  • Comanegra
  • 220 páginas / 19,50 euros

Trece biografías imperfectas, que Comanegra tiene el acierto de recuperar, mereció el premio Josep Pla 1985. Y, así de entrada, diría que, más que centrar nuestra atención sobre el adjetivo imperfectos, fuera bueno hacerlo sobre el sustantivo biografías (no me parece nada que lo sean). Me explico: Gerard Vergés, escritor lúcido y culto, muy bien dotado para la ironía, parte de personajes tan diversos como Gustave Moreau, Fernando Niño de Guevara, Giorgio Chirico, William Shakespeare, Victorine Meurent o Circe (sí, la diosa ), entre otros, para recrear su mundo propio, hecho de cultura leída y aprendida, de observación atenta de la vida, de recuerdos a balquena.

Hay, pongamos por caso, una disquisición muy jugosa sobre los rostros de la gente, y el juego de imaginarse para cada una de estas fisonomías un oficio particular, que Todó retoma, con ingenio, en el su texto, a propósito del retrato del autor que figura en la cubierta (el boticario y escritor Gerard Vergés, por cierto, fue un hombre guapo y presumido). El autor también recuerda a Josep Cugat i Sol, que yo no sabía quién era y usted, amable lector, seguramente tampoco: fue un amigo de la familia que el padre del escritor contrató como masovero de la finca donde los Vergés van pasar los años de la guerra. El señor Cugat se convertiría en un maestro de la naturaleza (de la humana, también) para el niño Gerard, que, ya hecho un hombre, le dedica esta biografía imperfecta —en mi opinión, la mejor de la recopilación.

Una adjetivación rica y sabrosa

El texto que digo es un buen reflejo de la literatura del tortosino: aparte el retratado, colean, entre otros, Celia Gámez, Dylan Thomas, Cristóbal Despuig o Francesc Vicent Garcia (que él escribe Vicenç Garcia), el célebre párroco de Vallfogona, del que Vergés transcribe unos versos bellísimos sobre los peces del país del Ebro. Lo que más destaca es la adjetivación, rica y sabrosa, que contrasta con el fador de la de algunos poetas románticos catalanes (en lengua castellana), que había merecido una galleta con la mano plana en otro texto, anterior, el dedicado a Jaume Tió: "La poesía romántica nos deja fríos". En esta misma biografía, Vergés ya había elogiado alabril eliotiano, por la adjetivación que se aplica: el más cruel de los meses. Hablando de adjetivación: en el capítulo dedicado al inquisidor D. Fernando Niño de Guevara (la D. es la de don), leemos: “Ojos negros como carboncles”. Yo creo que aquí el autor la derrama, porque degrada una piedra preciosa, el carbunco —más conocida como rubí—, poniéndola al mismo nivel, al menos cromático, del carbón.

Gerard Vergés, como su amigo Juan Perucho, como el gallego Álvaro Cunqueiro, practicó una literatura de la hibridación, ensalada de erudición culta. Poeta, por encima de todo, pero también traductor riguroso (¡su traducción de los sonetos de Shakespeare es un gozo!), en este volumen se nos revela como un prosador muy competente. Ahora bien, ante todo estaba el lector escrupuloso. Yo lo descubrí en verano de 1983, cuando leí La sombra rojiza de la loba (el título es un verso tomado en Virgilio): un largo poema que ganó el premio Carles Riba 1981. ¡Resté fascinado! Del poema largo, de 345 versos decasílabos, escrito por Rémulo, pero también del rico aparato de notas redactadas para Remus, notas que nos aclaran, oportunamente ya menudo socarronamente, algunos de los versos de la primera parte y subrayan su intertextualidad (un rasgo muy del gusto del autor). Diverso, rico, matizado, el mundo literario de Vergés es uno: enlaza tiempo y personajes muy diversos. A menudo la ciencia desempeña su papel —sobre todo, las ciencias naturales—. Y la memoria personal, claro. Al completar el parecido de Gustave Moreau, el autor rememora, de paso, unas clases de dibujo que recibió él mismo en la Tortosa de los años cuarenta, siendo un bribón. Al evocar a De Chirico, publica una postal que nunca llegó a enviar a Joan Brossa, y que dice: “¿Cómo podéis escribir unos versos tan bonitos, sumergido entre tanto papeleo y en un cuarto con más mierda que el palo del gallinero?” . Literatura con mayúsculas.

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