

Barcelona"De todos los que hago, el discurso del Premio Òmnium a la Mejor Novela del Año es, sin duda alguna, lo más incómodo para mí". Me lo decía el presidente de Òmnium, Xavier Antich, después del acto que convertía el escritor Manuel Baixauli en ganador del premio. Era una forma de responderme a la broma que le hice desde el escenario: como presentadora, conté una pequeña interioridad. Desde que Antich es el presidente de Òmnium, existe un pequeño ritual que se repite. Para poneros en contexto, le diré que el acto del premio tiene una particularidad: antes de descubrir quién es el ganador, hay una pequeña conversación con cada uno de los finalistas. Me gusta, porque es una manera de reconocer las tres obras, no sólo la ganadora, pero es verdad que alarga, de alguna forma, los nervios y el "sufrimiento" de los finalistas, que no están avisados previamente de quien gana.
El jueves eran Manuel Baixauli por Caballo, atleta, pájaro (Periscopio), Alba Dedeu por La conformista (La Otra) y Elisenda Solsona por Mamalía (Malas Hierbas). Tras las conversaciones, doy la palabra a Xavier Antich, que da un discurso antes de anunciar la novela ganadora. A estas alturas, ya llevamos media hora de acto, por lo que Antich dice que es un discurso incómodo, porque sabe que todo el mundo está deseando saber quién ha ganado. Ahora, no penséis que esto le desanima: Antich tiene tendencia a hacer discursos largos, lo que desespera —lo veo desde el escenario— a la periodista Mònica Terribas. Como miembro de la junta de Òmnium y persona que siempre ha dado espacio a la cultura, nunca se pierde el premio, pero mientras Antich habla, ella cada vez mueve la pierna más deprisa, impaciente. Me parece que prácticamente cada año he visto cómo le decía que vaya al trabajo, antes de subir al escenario, o cómo el "riña" a posteriori, porque se ha alargado demasiado.
Un competidor a la altura
Es una situación divertida que Antich encaja con mucho sentido del humor, al igual que hizo con mi explicación indiscreta, que no sólo no le ofendió, sino que le hizo reír. Por otra parte, él sabe que me gustan sus discursos, porque incluso he hecho artículos. Siempre reivindica con pasión y conocimiento —"como presidente de Òmnium, como hijo de librero y como lector compulsivo"—, la lengua y las letras catalanas, y es un gozo escucharle. Pero el jueves debo decir que tuvo un competidor a su altura: el discurso que dio Manuel Baixauli cuando recibió el premio fue estupendo.
El autor valenciano hablaba del hecho de prepararse un discurso sin saber si ganaría. No se había permitido ser optimista con la previsión, y menos después de leer La conformista y Mamalía, que explicó que le habían encantado; le parecía que competir con tan buenas obras disminuía el porcentaje de posibilidades que tenía que ganar. Debido a que, finalmente, fue reconocida Caballo, atleta, pájaro, sí pudo leer su discurso, donde se preguntaba si las demás finalistas, Alba y Elisenda, al igual que él, también se habían preparado un discurso, por si acaso. Baixauli nos decía: "¿Qué se hace de los discursos de quien no gana? ¿Dónde van a parar? ¿Dónde está el Cementerio de los Discursos Perdidos?" Qué pregunta tan bonita y tan pertinente. ¡Cuántos discursos fantásticos debemos de habernos perdido! Los de Alba y Elisenda, lo eran: lo sé, porque se los pedí cuando acabó el acto. Mi intención era haceros cinco céntimos, pero me he pensado en ello: no os haré espóilers, deseando que ambas tengan ocasión de leerlos, públicamente, en breve.