Crítica literaria

Chimamanda Ngozi Adichie se ha pasado de frenada

'El contador de sueños' da un salto cualitativo hacia la introspección, pero deja de lado las complejidades morales

CHIMAMANDA NGOZI ADICHIE
3 min
  • Traducción de Anna Puente Llucià
  • Fanbooks
  • 576 páginas. 23,90 euros

La propuesta narrativa de Chimamanda Ngozi Adichie (Nigeria, 1977) destaca por alejarse de los tópicos sobre qué debe ser la literatura africana contemporánea y rehuir lo que se ha llamado pornografía de la pobreza, una etiqueta que la autora siempre ha tratado con ironía. Las protagonistas de Chimamanda Ngozi son mujeres fuertes, independientes y bien posicionadas que reivindican el hecho de ser mujer en un mundo caótico. Y tienen ilusiones, sueños, recuerdos y contradicciones. Es el caso de las cuatro protagonistas de su última novela, El contador de sueños, un volumen de casi 600 páginas escrito a lo largo de una década -en la que ha trabajado en memorias, literatura infantil, manifiestos feministas y una conferencia pública sobre la libertad de expresión- y traducido al catalán por Anna Puente.

Chiamaka, Zikora, Omelogor y Kadiatou son las cuatro protagonistas de una historia que entrelaza cuatro vidas de mujeres nigerianas que, de alguna forma u otra, sea por vínculos de sangre o de amistad, acaban confluyendo en un solo universo narrativo. Ambientando la acción en el pasado reciente de la pandemia de la covid —que sólo hace de telón de fondo—, la autora mezcla dos escenarios principales: Estados Unidos y Nigeria. Mientras que la escritora Chiamaka vive sola en Estados Unidos (y sólo recibe las visitas de su mujer de labores, la guineana Kadiatou, que cría a su hija sola), al igual que su mejor amiga, la abogada Zikora, en el caso de Omelogor —prima de una Chiaka— donde se sitúa en Abuja corrupta. Icono del feminismo y autora, entre otros, del ensayo Todo el mundo debería ser feminista, Chimamanda Ngozi consigue equilibrar los toques de humor con la carga emocional profunda de estas cuatro mujeres: las expectativas sociales que las atenazan (sobre todo en lo que respecta al matrimonio ya la maternidad), la misoginia (ejercida tanto por hombres como por mujeres), los vínculos entre madres e hijas y entre el mundo de las mujeres y los hombres, y las complejidades la pornografía en las relaciones, los complejos físicos atizados por las redes, los miomas en la matriz, el dolor del parto, el aborto o el duelo perinatal). Por primera vez, además, la autora toca nuevos temas, como el tráfico de drogas en Abuja.

Una saga de hermandad y sororidad

Pero ambos temas centrales deEl contador de sueños son los más antiguos del mundo, los que funcionan per se ya menudo se entienden como sinónimos: la naturaleza del amor y la fugacidad de la felicidad. La saga de hermandad y de sororidad que representa esta novela –y que se distancia de la observación de las costumbres americanas desde el punto de vista de los inmigrantes de anteriores novelas– hace que la obra literaria de Chimamanda Ngozi dé un salto cualitativo hacia el psicologismo y la introspección. La vida de estas cuatro mujeres confinadas en sí mismas las lleva a realizar cuatro viajes al pasado para hacer un recuento de vida. Concluyen, todas ellas, que quizás no les ha ido lo soñado que eran de pequeñas –en buena parte por la irrupción de hombres inadecuados en sus trayectos–, pero, sin embargo, reivindican en voz alta que no se arrepienten de nada, que son como son por la suma de experiencias que han vivido.

Con una escritura incisiva e informativa a la vez, la autora hace énfasis en la maldita búsqueda atávica del amor romántico, de la media naranja, propia de las mujeres de todos los tiempos. Chiamaka escribe literatura de viajes pero pasa el día soñando con encontrar un alma gemela; Zikora vive para tener una familia perfecta; Omelogor tiene dudas constantes en cuanto al amor y lleva un blog anónimo en el que ofrece consejos a los hombres, y Kadiatou tiene el trauma de una agresión sexual que la incapacita (aquí la autora relata una historia real del 2011: el caso de Nafissatou Diallo y Dominique Strauss-Kahn). Quizá en El contador de sueños, donde absolutamente todos los hombres son una porquería (las protagonistas hacen un recuento de hombres como quienes recuenta cadáveres), la señora Chimamanda se ha pasado de frenada, ha malentendido el feminismo y ha dejado un poco de lado las complejidades morales y la falta de prejuicios que debería tener toda buena novela social, con la que cabe toda buena novela social; literariamente galdoso.

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