Algunas de las cosas que me ayudaron a hacerme mío el catalán

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Jóvenes almorzando en un instituto.

BarcelonaCuando empecé la escuela, no sabía hablar catalán. Nací en Granada y, cuando tenía tres años, mi padre pidió en el trabajo poder trabajar un tiempo en Barcelona. Él había vivido en Madrid desde los seis hasta los dieciocho, así que me imagino que añoraba la vida de una ciudad grande. La idea era estar dos años y entonces volver. No sé si esto nos convertía en expats; el caso es que, cuando explico que mi familia es de Andalucía, todo el mundo, catalanes y castellanos, da por hecho que venían a buscar trabajo (supongo que ser clasista y tener prejuicios no tiene fronteras). Corría el año 1982 y, aunque entonces había escuelas con doble línea, mis padres querían que aprendiera catalán, así que me matricularon en una escuela pública, laica y de una sola línea catalana. Estos días he pensado en cuáles han sido los factores que, en mi caso, me facilitaron la integración y que hicieron que el catalán haya terminado siendo mi primera lengua: la lengua en la que pienso, la de creación y la que hablo con mis hijos.

1) Unos padres generosos, respetuosos y lúcidos, que supieron entender qué implicaba su decisión de trasladarse a vivir a un lugar con una cultura y una lengua distintas a las de origen, incluso cuando pensaban que sería una aventura temporal.

2) Como ocurre hoy, yo también tuve profesoras que me hablaban en castellano pensando que así me facilitaban las cosas, pero había otras que tenían muy claro que, si ellas no me hablaban en catalán, no tendría la oportunidad de aprenderlo ni de practicarlo en ninguna otra parte. Mi madre siempre explica que, cuando volví de la escuela el primer día, le canté muy emocionada el Sol, solet, y el segundo ya dominaba La lluna, la pruna. Es a estas profesoras a las que estaré siempre agradecida: por haberme tratado con respeto y sin paternalismo, y por haberme dado la confianza y la autoestima necesarias para aprender una lengua y sentir que tienes derecho a pertenecer a un nuevo país y a una nueva cultura, cuando no hay ningún otro vínculo que te arraigue.

3) Mis padres, al final, decidieron instalarse definitivamente en Barcelona, así que, cuando me hice mayor y empecé a leer, los Cavall Fort de la biblioteca de la escuela me abrieron un mundo. Ot el Bruixot, Jep i Fidel, Jan i Trencapins o Sergi Grapes eran amigos con los que conversaba en mi nueva lengua. Cuando mis hijos tuvieron la edad, no dudé en hacerles suscriptores. Y ahora que ya se han hecho mayores, lo he hecho con mi ahijada, porque un proyecto como este tiene que seguir recibiendo todos los apoyos posibles para que pueda seguir llegando a todas las bibliotecas y escuelas del país.

4) Cuando empecé el instituto, una de mis mejores amigas era Txell, con la que habíamos hecho la primaria juntas. Hablábamos en castellano, que era como nos habíamos conocido, pero con el resto del grupo, y con todo el mundo, hablábamos en catalán. Fue ella quien propuso que hiciéramos el cambio, porque es una persona preclara y ya se daba cuenta con catorce años de que no tenía sentido que dos personas catalanohablantes no hablaran entre ellas en catalán. Se nos hizo raro dos días, ahora me parece imposible que en otro momento hayamos hablado otra lengua.

5) El nacimiento de mis hijos y mi decisión de hablarles en catalán fue el arraigo definitivo de mis padres a Catalunya, que hasta entonces habían podido vivir en castellano sin dificultad porque, a diferencia de mí, ellos no tuvieron la suerte de encontrar a personas que no los trataran como borricos, y todo el mundo les ha cambiado de lengua siempre. Cuando nacieron los niños, se dieron cuenta de que tenían que ponerse las pilas y se apuntaron a los cursos del Consorci y a clubes de lectura de la Red de Bibliotecas, para aprender bien la lengua de sus nietos. Que ellos hayan tomado conciencia de la importancia que esto tenía para los niños y para mí, no tiene precio. Entre nosotros seguimos hablando en castellano, claro, pero ahora ellos se dirigen en catalán con confianza y orgullo por todas partes. En el Parlament de Catalunya, paradójicamente, cada vez lo vemos menos.

6) Por último, mi carrera literaria. Cuando empecé a escribir tuve que escoger lengua de creación y esta no solo fue una decisión personal, sino también de responsabilidad colectiva y política, porque me gustaría que los niños recién llegados a Catalunya sigan teniendo el derecho a encontrar las oportunidades de aprendizaje y de integración que yo pude disfrutar hace más de cuarenta años.

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