La escritora accidental

La destrucción del ecosistema literario catalán

Ahora tenemos un ecosistema literario rico y diverso, pero está en peligro y creo que nos toca a todos remangarnos, también a los lectores, que debemos procurar comprar y leer de una forma más consciente

Penguin Random House Grupo Editorial.
08/06/2025
3 min

BarcelonaEl otro día, en la presentación de un libro, asistí a una conversación entre tres editores independientes que comentaban con preocupación e impotencia los cambios que el mercado editorial catalán está sufriendo últimamente. Y quizás sí que las cifras globales de ventas han crecido, pero ¿para quien han crecido? Una de las editoras explicaba que, en su caso, por ejemplo, el supuestamente glorioso día de Sant Jordi vendió la mitad que el pasado año. No un diez ni un veinte por ciento menos, no: un cincuenta por ciento. Otro comentaba que las cifras medias de venta de cada título rondaban los 400 ejemplares. Una tercera me dice por teléfono que todo este año sus ventas están un treinta y cinco por ciento por debajo. Así que cuando decimos que Sant Jordi fue muy bien, deberíamos concretar para quien fue bien.

Escuché también un episodio de Ciudad Esmeralda, el programa oasis de literatura de Catalunya Ràdio de David Guzmán, donde hacían balance de Sant Jordi y comentaban las nuevas dinámicas de mercado, marcadas por la presencia de tres grandes grupos. Las preocupaciones que expresaban los que hablaban eran más o menos las mismas, algunos con mayor vehemencia (y razón) que otros, algunos con resignación.

La política de sobrepublicación de los grandes grupos

Es evidente que en un mercado literario maduro debe haber de todo: desde el editor sonado que pierde el dinero y la vida por publicar pequeñas joyas hasta el gran grupo diverso con músculo económico que fabrica bestsellers en cadena. El problema no es que haya todo; el problema es que ahora mismo existen unas dinámicas que ponen en peligro nuestro delicado ecosistema, la más amenazadora de las cuales es la política de sobrepublicación de los grandes grupos. Antes de decir ninguna cifra, tengamos presente que, según estadísticas diversas, la gente lee cinco libros al año de media: cinco. Bien, pues, en la web de Penguin Random House dicen que el pasado año publicaron 2.500 títulos. En una noticia del 2023 mencionaban que el grupo Planeta había publicado 4.500. Ante esto es absurdo que un editor independiente se esté cuestionando si debe publicar 25 o 30 o 32 libros al año. El problema de los 4.500 es que estos libros ocupan un espacio físico y mediático en el espacio finito de las librerías y medios de comunicación. Los libreros no pueden tener en venta todos los libros que se publican y los medios pueden hablar sólo de una parte infinitesimal de la producción literaria. La de los grandes grupos es, pues, la política del abusananos de toda la vida. Y nosotros todos lo estamos tolerando y alimentando.

Pero la cosa no acaba aquí. Por ejemplo, el día de Sant Jordi, las editoriales independientes deben tener parada a toda costa; los grandes, en cambio, saben que estarán en las paradas de las grandes librerías (Casa del Llibre, Fnac, Central y compañía). O, por ejemplo, el dinero público que les llega: los criterios para recibir ayudas no tienen en cuenta la facturación o el número de trabajadores. Si hacemos un paralelismo con cualquier ayuda a las familias, veremos que muchos van en función de la renta familiar: a partir de cierta cifra se considera que esa unidad familiar no necesita ayudas públicas. Quizás deberíamos preguntarnos si habría que establecer algún tipo de tope por arriba en las subvenciones a editores; ¿sería una forma de hacer que los grandes grupos se contuvieran un poco a la hora de sobrepublicar?

Otro problema de los grandes grupos es que no parece que discriminan la calidad literaria. No digo que no publiquen buenos libros, evidentemente que publican, pero también publican otros muchos que a menudo no llegan a unos mínimos y diría que a veces dan demasiada importancia a los resultados económicos jugosos, con lo que empujan una literatura poco literaria. Pero, claro, diréis: ¿puede objetivarse la calidad literaria? En las ayudas a los escritores bien se cuantifica. Hay quien dice que esto es cíclico, que en otras ocasiones se ha entrado en esta espiral de publicación inflacionista. Quizás sí, pero la sensación es que la fuerza del embate es cada vez más fuerte.

Ahora tenemos un ecosistema literario rico y diverso, pero está en peligro y creo que nos toca a todos remangarnos, también a los lectores, que debemos procurar comprar y leer de una manera más consciente, sin dejarnos arrastrar como medusas por la marea caliente de las novedades marketinguizadas; también los libreros, que deben hacer el esfuerzo de elegir y tratar de no perjudicar a las editoriales independientes; también los periodistas, que deben fijarse más en dar espacio a todo el mundo; también los autores. Sin embargo, no tengo mucha fe; la ONU advertía hace años que se extinguen unas 150 especies al día. ¿A quién le importará que nos quedemos sin dodos y tengamos que convivir solo con los grandes depredadores?

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