Gertrude Bell, la intrépida dama victoriana que quiso decidir el futuro de Mesopotamia
El escritor francés Olivier Guez se adentra en la vida pública y privada del espía, arqueóloga y escaladora que diseñó el reino de Irak
BarcelonaGertrude Bell murió sola en la cama, en Bagdad, en julio de 1926. Cuando la doncella fue a despertarla, encontró en la mesita de noche un bote de somníferos. Bell tenía 57 años y no demasiadas esperanzas en el futuro, aunque acababa de inaugurar el Museo Arqueológico de Bagdad. En ese momento quizás tenía la sensación de que había sido ahuyentada por la historia, estaba desubicada, y había perdido parte del poder. Había sido una reina del desierto sin corona, pero ya no se la tenía muy en cuenta. "Si tuviera que definirlo de algún modo, la describiría como una beduina inglesa. Los beduinos son personas muy conservadoras que buscan la libertad y siempre están en movimiento", asegura Olivier Guez (Estrasburgo, 1974). El periodista y escritor francés, autor del libro Mesopotamia (Tusquets), se adentra en la vida de esta rica británica, aventurera, arqueóloga, políglota, escaladora y espía que quiso, siempre siguiendo los intereses del Imperio Británico, decidir y dibujar el futuro de una región mítica y convulsa.
El interés de Guez por Bell se remonta a cuando estudiaba en Londres. "Me hablaron de ello en la asignatura de historia de Oriente Medio cuando estudiaba en la London School of Economics, y me la presentaron como la encarnación de lo que había sido el Imperio Británico", dice. Guez viajó mucho por Oriente Medio y se reencontró con el nombre de Bell en diferentes ocasiones. "Me di cuenta de que Gertrude Bell había tenido una vida extraordinaria. Tenía una familia riquísima, hizo una carrera brillante en Oxford e hizo viajes que pocas mujeres hacían. Hablaba el árabe y el persa. Decidí escribir un libro después de leer Ormuz, de Jean Rollin, y de ver la fotografía de la Conferencia de El Cairo de 1921, donde Bell aparece entre hombres que Winston Churchill denominó irónicamente a los 40 ladrones", explica Guez.
Los castillos de arena de Bell
Bell compartió muchas cosas con su amigo TE Lawrence, veinte años más joven, y al que el cineasta David Lean dedicó la película Lawrence de Arabia (1962), pero ella no es ni de lejos tan conocida. Ambos huyeron de la encorsetada sociedad británica y cerraron una puerta cuando se marcharon de Inglaterra. "Estoy convencido de que Bell tenía la sensación de que había traicionado sus orígenes y no había hecho lo que esperaban de ella. Quiso reinventarse y hacer historia, pero cuando quedó fuera sólo había un vacío. En cambio, los demás servidores del Imperio siguieron siendo británicos, no intentaron ser jamaicanos o árabes", afirma Guez.
"Bell es menos conocida que Lawrence, no tanto por el hecho de ser mujer como porque no escribió Los siete pilares de la sabiduría (1926), que es una obra de arte. Además, Lawrence tuvo la suerte de tener una magnífica película. De Bell también se han hecho libros y la película La reina del desierto (2015), dirigida por Werner Herzog con Nicole Kidman como protagonista, pero no tuvo tanto éxito", dice el periodista y escritor. El sueño geopolítico de Bell ha resultado bastante desastroso. "El Reino de Irak dirigido por los hashimitas fue decapitado con la revolución de 1959 y desde dictaduras, guerras... Nada queda del monstruo geopolítico que quiso construir porque era absolutamente artificial. Bell dedicó toda su energía, toda su vida, a construir un castillo de arena", asegura.
Guez se adentra también en la intimidad de Bell y la vida amorosa: "Me interesaba la dicotomía entre la mujer con poder y la mujer bloqueada desde el punto de vista amoroso, sensual y emocional". Bello se enamoró apasionadamente, pero no pudo culminar ninguna relación. Hizo lo que quiso porque tenía muchos recursos y gran inteligencia, pero no era una feminista; incluso estaba en contra de que las mujeres votaran. Era muy conservadora. "Creo que su vida personal es tan importante como la geopolítica. Bell nunca habría dado tanta importancia a Mesopotamia si se hubiera casado y hubiera sido feliz en su matrimonio. Hubiera hecho cosas mucho más tranquilas. Muchos otros hombres que aparecen en el libro tampoco estaban casados o no estaban enamorados de su mujer, porque su pareja era el Imperio. sólo conciliar su vida profesional con la familia", concluye el autor de Mesopotamia.