Minucias

Sobre el MNAC, la identidad y el interés perdido

Pintura mural del ábside central de Sant Climent de Taüll, en el MNAC.
19/12/2025
2 min

Hace pocos días se reunieron en el MNAC, Barcelona, ​​cuatro expertos en museística que expresaron su preocupación por la marcha de la entidad, por la deserción de los visitantes de aquella clase media de la ciudad que, como en otras capitales de Europa, ha perdido el interés en la cultura del pasado, y por el carácter desdibujado del concepto que debe definir todo museo. Los especialistas consideraban que el MNAC "es una colección única y magnífica", ciertamente, que "formaliza la identidad catalana y la identidad contemporánea". La idea es saludable, pero habría que tener presente que la identidad catalana y la identidad contemporánea son más bien contradictorias, porque la "identidad contemporánea", en términos globales, no forma ninguna unidad, sino un desmenuzamiento general o una identidad bastarda. Y todavía: "El público cada vez entiende menos la identidad y la misión del museo más importante de Catalunya".

Aquí nace una pregunta crucial: ¿qué significa "entender la identidad de un museo"? Es evidente que este museo presenta diacrónicamente la producción artística de Cataluña, con los altibajos que ya sabemos; pero que, sin embargo, "la función del MNAC debería ser establecer una sintaxis que trazara una continuidad entre una y otra obra". Hasta aquí todo muy correcto, oportuno e inteligente, a pesar de toda laguna.

Pero en estas reflexiones faltaba un punto de enorme importancia: puesto que el recorrido en este museo se pudiera hacer de forma cronológica, empezando por el prerrománico y acabando con las piezas del siglo XX, puesto también que se notarán unos vacíos lamentables, ¿qué sería, sin embargo, lo mejor que se le podría ofrecer a un visitante? En el mejor de los casos, para captar una vaga idea de "unidad" y de "identidad" –concepto inadecuado en un museo que reúne piezas de momentos culturales y políticos tan dispares–, habría que vincular cada pieza, o cada conjunto de obras relativas a un momento histórico-pictórico definido, al hecho social, cultural, religioso, económico y político el arte románico, el gótico, el del realismo del siglo XIX y el del Modernismo–. Esto, por desgracia, no formaría una continuidad que permitiera hablar de ninguna "identidad" –ni artística ni "nacional"–, y no sólo debido a que la "identidad nacional" catalana ha sufrido diversas transformaciones a lo largo de la historia, sino porque las obras mismas no siempre obedecen a una conexión de sentido entre arte y nación. A veces poseen una singularidad que las hace escápulas a toda pretensión de acopio y coordinación semántica.

No vemos otra forma de dar sentido a una suma tan heterogénea y desigual de obras de arte que proporcionar al visitante de la información imprescindible para que sitúe las obras, todas y cada una, o por estilos, en los contextos que permiten hacerlas comprensibles. Para ello, claro, es necesario poseer una cierta cultura previa a toda visita. Lo que no nos parece que deba hacerse es "encontrar el tipo de conexiones capaces de hablarnos de las cosas que nos interesan en este momento". Porque en un museo de piezas históricas no es el presente, lo que debe interesarnos e interpelar, sino el pasado. El presente, solo, no explica ninguna obra artística de la historia; lo hace cada uno de los pasados ​​en los que se inscriben.

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