Literatura

Un mundo en el que vamos de casa a la oficina y de la oficina a casa

'Cuando atacan a los buitres', de Cinta Farnós, habla de la imposibilidad de llevar una vida satisfactoria en una sociedad que no pone a las personas en el centro

Trabajadores en una oficina.
3 min
  • Cinta Farnós
  • La Granada
  • 240 páginas / 20,90 euros

Una novela es un rompecabezas, un juego que consiste en poner y quitar piezas, en poner y sacar palabras. A mí me hubiera gustado que Cuando atacan a los buitres, la segunda novela de la politóloga Cinta Farnós (El Perelló, 1986), empezara en la página 97, donde dice: “Nadie se atrevería a ir más adelante con un coche como el suyo por un camino como aquel. De hecho, hace rato que un cartel cercano anunciaba que sólo era para vehículos autorizados. Vidal ha parado el coche, ha echado un vistazo a lo que venía y, sin embargo, no piensa que todo aquello es una pésima idea. No lo piensa”. Hubiera ganado en intensidad dramática. Pero cada autor o autora hace su elección y coloca las prendas como le parece.

Vidal es la protagonista, la mujer que va más perdida que un pulpo en un garaje, no sólo a la frondosidad del bosque, donde ha ido en busca de quién sabe qué respuestas, sino en general a la vida. Aterrizó de jovencita en la ciudad procedente de un ambiente rural, primera generación de la familia que estudiaba en la Universidad. Aquello sucedía a inicios del siglo XXI y se ha abierto camino profesionalmente como ingeniera de puentes y caminos, transitando por la crisis financiera de 2007 y por el progresivo endurecimiento de la ciudad de Barcelona, ​​cada vez más áspera, cada vez más inasequible, cada más vendida al turismo. Primero fue un piso compartido en el Clot con su amiga Catalina, el alma libre amante de la montaña; ahora, un piso más céntrico de cuarenta metros donde conjuga cómo puede su soledad.

Siguiendo la tradición de las novelas que giran en torno a dos personalidades contrapuestas –como Las algas rojas, de Maria Teresa Vernet, que este año hace medio siglo que nos dejó–, Caterina está aquí la otra cara, la mujer que hace todo lo que no hace la Vidal o, mejor dicho, la que hace lo que la Vidal, en cierto modo, envidia: “¡Qué caer de pies, Caterina! Pactaste tres meses de excedencia cada dos años para ir a tus montañas y realizar tus viajes cada vez más lejos para nosotros. Eres inaccesible, ya. Pero te mirábamos porque eras una reliquia de lo que habríamos podido ser, de lo que nos habían hecho creer que podríamos llegar a ser y ya no éramos, ni mucho menos. Nos recordabas nuestros años inocentes”.

Vidal hace tiempo que ha dejado de ser inocente y ha aparcado los sueños de libertad. El mundo le ahoga, la descuartiza. Va de casa a la oficina y de la oficina a casa, ama al hombre equivocado. “¿Es esto lo que nos queda? ¿Saber que somos parásitos y dejar que nos parasiten?” O, dicho en otras palabras: “Han podido con nosotros, ya. Conmigo”. Por el camino, la autora nos sumerge en un flujo de conciencia lleno de digresiones que a menudo nos extravían. Llegamos a confundir las voces: ¿habla Vidal o habla Caterina, o de cuál de las dos se habla? La estructura escogida es ambiciosa -lo que honra a la autora- y mantiene el pulso firme, pero la lectura se hace un poco árida.

Cuando atacan a los buitres habla de la imposibilidad de llevar una vida satisfactoria en una sociedad que no pone a las personas en el centro, que no las cuida. Un mundo que nos va apagando la voz y donde sólo los más fuertes se deshacen de las cadenas que les someten al silencio. Esta novela exuda voluntad política y crítica: “Y el sistema nos iba incluyendo, con el precio de deshacernos a nosotros mismas, a quienes habíamos sido ya quienes ya no volveríamos a ser, sin darnos cuenta”. Un sistema deshumanizante que nos borra, nos desmenuza, nos descompone y nos convierte en el humus que fertiliza el bosque que sobrevuelan los buitres.

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