BarcelonaAnna, hoy no cabremos. Hay tanta gente que quiere despedirse de ti, que necesitaremos dos tanatorios. No puedes llegar a imaginar las cosas bonitas... no, hermosas no, preciosas, que se están diciendo de ti. O quizás sí, que te lo imaginas, porque estos meses de enfermedad hemos procurado que las supieras. Es un consuelo enorme que te hayas sentido querida. No podía ser de otra manera, claro, tú que nos has amado tanto, que estabas siempre, que hacías los abrazos más francos y que nos recibías con esa sonrisa tuya tan amplia. En la radio, me han preguntado qué hacía de ti la gran periodista cultural que eras, y he terminado el corte hablando de tu sonrisa. Iba con el pack del rigor, de la pasión, del entusiasmo; de todas las horas que ponías, porque pocas currantes he conocido como tú.
Era imposible no contarte cosas, cuando la gente se sentaba en tu sofá rojo, y te encontraba con esa actitud de escucha sincera, interesada en serio por lo que decían, entusiasta del proyecto, el libro, la exposición o la obra de teatro de cada uno, que siempre sabías hacer lucir. Periodismo cultural de primera, lo destaca todo el mundo, y yo no he podido evitar recordar tus inicios, cuando nos conocimos, hace más de veinte años, en COM Ràdio. Ya tenías esa ilusión que te caracterizaba, eras una apasionada de la cultura: por eso la contabas tan bien, te comprometías tanto, porque te importaba. Mucho más que eso, te la querías en serio. Me ha gustado recordarnos jóvenes, cuando nos buscábamos por los pasillos para hacernos confidencias. Entonces, ya decíamos que algún día haríamos un programa juntas, y no ha podido ser, pero mientras tanto hemos procurado encontrarnos en todas las fiestas literarias que hemos podido. ¡Cómo te gustaban, y qué bien nos lo pasábamos! Siempre, un mensaje tuyo preguntando si yo ya estaba, y avisándome de que ibas tarde; la puntualidad no era tu fuerte, seguramente porque venías de hacer otra cosa. No has parado, Anna.
Veo a toda la gente que te llora, tantos amigos queridos y tanta gente que conociste trabajando, y pienso cómo te lo hiciste, en una vida tan absurdamente corta, para estar en tantos lugares, y para transmitirnos a todos tu calidez. Incluso la Jeanette Winterson quedó impresionada, cuando, hace pocos meses, apareciste en el CCCB con un gorro de punto en la cabeza (¡tu querido pelo!) y la abrazaste. Aquella entrevista tenías que hacerlo tú, lo sabías, pero me convenciste de que nadie la haría tan bien como yo. Ésa eras tú, la generosidad personificada. Tales como, que ya no estás, y me apresuro a terminar este artículo que no habría querido escribir (Antártico. Non mi piace), para leer una vez más el texto que has dejado para todos nosotros, las palabras que nos escribiste antes de morir, y que serán consuelo para todos los que te amamos, si consigo leerlas sin sollozar y que s entiendan. Últimamente decías que te sentías sostenida por nosotros, pero durante un rato más serás tú quien nos sostenga.
Anna, quería hacerte el artículo más bonito, y me ha costado encontrar las palabras. Por eso, busco refugio para despedirme de ti en las de un poeta, ¡cómo te reconfortaba la poesía! Me parece que Enric Casasses escribió estas líneas pensando en todos los que nos sentimos huérfanos de ti: "No haberte conocido / sería terrible. / Pero terrible terrible. / Y no lo sabría. / Encima, no lo sabría".