BarcelonaNo recuerdo cuando me di cuenta de cómo llega a gustarme el tenis. De pequeña siempre le veía en televisión y debía de tener nueve o diez años cuando pedí a mis padres que quería aprender a jugar. Leer, escribir y jugar al tenis han sido tradicionalmente mis aficiones. Mi caso no es único; parece que el binomio tenis y literatura van más juntos de lo que uno puede pensar. En nuestra casa, para empezar, tres de los autores más nuestro, Pompeu Fabra, Josep Carner y JV Foix, eran tenistas entusiastas. De autores actuales, el poeta y amigo Josep Maria Fulquet también lo es (¡aprovecho para recordarle que tenemos un partido pendiente desde hace demasiado tiempo!). De hecho, si no voy equivocada, su club de tenis, el Sant Gervasi, ha sido adquirido recientemente por Sergi Ferrer-Salat, uno de los filántropos catalanes más conocidos en el mundo literario. El propietario de la Llibreria Finestres lleva tiempo combinando la promoción de talento, tanto en el mundo tenístico –con una escuela de alto rendimiento– como en el de las letras –con las becas y la residencia literaria Finestres.
A nivel internacional también hay escritores que han practicado un amor incondicional por el tenis. Vladimir Nabokov, Martin Amis y David Foster Wallace son algunos de los más representativos.
Gestionar los fantasmas en solitario
¿Por qué tantos escritores y amantes de las letras se han sentido atraídos por este deporte? El autor británico Geoff Dyer dice que el tenis y la escritura se reflejan mutuamente en que, dentro de determinadas reglas compartidas, el estilo de juego de un tenista está impreso en su ADN, tal y como lo estaría la voz de un escritor. Pero hay otros aspectos que también contribuyen a este reflejo, como el hecho de que el tenis es un deporte fundamentalmente individual, en el que uno debe aprender a enfrentarse y gestionar en solitario los fantasmas y el ruido de la cabeza para poder desarrollar un buen juego. La pista de tenis vendría a ser la página en blanco, donde la raqueta es el bolígrafo o el ordenador y donde cuanto más se practica más maestría se logra. Un partido, al igual que un proyecto de escritura, puede tener muchos altibajos, pero sólo se acaba y se gana si no se pierde el foco y se resisten el cansancio, las ganas de abandonar y la desesperación de saber que siempre habrá gente mejor que tú en el circuito, o escribiendo libros.
Para terminar este artículo de amor en mi deporte favorito, me gustaría recomendar dos libros sobre tenis muy diferentes. Uno es la autobiografía Open. Memorias (traducido al catalán por Xavier Solsona, en Duomo Ediciones), que Andre Agassi escribió en colaboración con el ganador del Pulitzer JR Moehringer. La vida de Agassi no fue fácil y la muestra es cómo odia el deporte que le hizo mundialmente conocido.
El segundo es la recopilación de ensayos sobre tenis que escribió David Foster Wallace, traducidos al castellano por Javier Calvo, con el título El tenis como experiencia religiosa (Literatura Random House). En mi opinión, Foster Wallace es uno de los mejores escritores contemporáneos, si no el mejor, y, por supuesto, es el que mejor escribe sobre tenis. Leerlo es una experiencia religiosa. Cuando describe Roger Federer dice: "La genialidad no se puede reproducir. La inspiración, sin embargo, es contagiosa y multiforme; y el hecho de presenciar de cerca cómo la potencia y la agresividad se hacen vulnerables a la belleza equivale a sentirse inspirado y (de una forma fugaz y mortal) reconciliado”. Habla del tenista, pero igual podríamos hablar así de sí mismo, el escritor. Tenis y literatura. Literatura y tenis.