BarcelonaSi Europa fuera una librería, en una de sus baldas más preeminentes tendría, sin duda, la obra de Stefan Zweig. Vienés criado y educado en una Austria envidiablemente culta, vivió el fin del Imperio Austrohúngaro y vio cómo su ideal de una Europa hermanada y pacífica se iba al garete con el ascenso del nazismo. La vida de Zweig fue una mezcla de fe en la culturización del hombre y de choque frontal con la peor versión de éste. Sin embargo, o por ello, escribió una obra extensa y variada, de las más destacadas del siglo XX.
A partir del 3 de febrero podremos leer por primera vez en catalán una de sus biografías más conocidas, Castellio contra Calvino. Conciencia contra violencia, que publica La Segunda Periferia con traducción de Marc Jiménez Buzzi. Con la lucidez histórica que le caracteriza, Zweig contrapone a estos dos reformadores del cristianismo, pero en realidad no sólo quiere contar su historia, sino que también quiere que todos reflexionemos sobre un hecho recurrente en la humanidad: el choque entre autoridad y libertad. Entre poder y conciencia. No importa como llamamos a los dos polos que mueven la historia y que, como dice el autor, suponen "una batalla que habrá que volver a librar siempre de nuevo bajo otros nombres y bajo otras formas". Como el tema no caduca, de este magnífico libro que por fin podemos leer en nuestra lengua podemos sacar muchas reflexiones políticas. Destaco tres:
1) Desconfía de quien sólo quiere desafiar el orden establecido
Hemos oído mil veces que cuando olvidemos la historia estamos obligados a repetirla, y leer Zweig es un antídoto contra las bocas abiertas por la sorpresa. Una de las partes que más me gusta del libro es cuando define a Guillaume Farel (1489-1565), el agitador protestante que atacó el catolicismo y que, con su violencia, abrió camino a la posterior aparición de Calvino (1509-1564). Farel es un gran desafiante del orden establecido: tiene una "voz atronadora", un "vigor primitivo", y el "furor desenfrenado de su naturaleza violenta excita en el pueblo una febril agitación emocional". Él es el predicador que abre las puertas del protestantismo en Ginebra. Ahora bien, como explica Zweig: "Una vez ha triunfado, resulta evidente que Farel no era más que el tipo de revolucionario sin talento creativo, capaz de derrocar un orden viejo mediante el vigor y el fanatismo, pero no llamado a establecerlo" uno nuevo. Farel es un insultador, pero no un creador; pero no un constructor […] Ante las ruinas, no sabe qué hacer ni hacia dónde. echar". ¡Cómo cuesta no dejarse llevar por las proclamas que dicen que el sistema es una mierda y que hay que destruirlo todo para volver a empezar! Empezar el qué, cómo y de qué manera justa para todos; haremos bien en preguntar. Y la mayoría de las veces no recibiremos respuesta, porque querer destruir no implica saber hacerlo mejor.
2) Desaparecer es una buena opción política
Este punto me gusta mucho porque es algo obvio que, en cambio, los políticos independentistas no han sabido valorar con suficiente inteligencia. Me limitaré a citar a Zweig: "El exilio, la cárcel y el destierro no son nunca obstáculos para los grandes revolucionarios mundiales, sino más bien promociones de su popularidad; para ser idolatrado por las masas, es necesario haber sido un mártir, y es precisamente la persecución de un sistema odiado lo que crea para un líder popular la condición mental previa para su posterior éxito de masas decisivo, porque con cada prueba evidente el nimbo del futuro líder alcanza una altura mística a los ojos del pueblo. Nada es más necesario para un gran político que pasar un tiempo a un segundo plano, porque es justamente gracias a su invisibilidad que se convierte en una leyenda". Un país necesita leyendas, y en pocos momentos claves puede tenerlas. Pero en nuestro caso, Puigdemont y Junqueras han renunciado a serlo y han preferido mantenerse en primera línea y ser golpeados por el paso del tiempo y sus dinámicas. La cuota de pantalla perjudica al mito. Una lástima no darse cuenta a tiempo.
3) Mantener la fe en las personas
Zweig nos explica que los gobernadores mesiánicos hacen creer a los ciudadanos que ellos –los ciudadanos– no son suficientes, que necesitan ceñirse a la orden de su líder para que todo funcione. En el caso de una dictadura religiosa, esto es lo que hizo Calvino: "Para elevar lo divino lo más arriba posible por encima del mundo, Calvino empuja tan abajo como puede todo lo terrenal; para dar a la idea de Dios la dignidad más perfecta, priva de derechos y de dignidad la idea del hombre”.
Cuando deshacemos la idea del hombre, éste no desaparece (estamos aquí y seguimos vivos), sino que duda y se agota. Y, como un pez que se muerde la cola, este agotamiento beneficia, justamente, a los tipos de líderes que nos hacen creer que sólo bajo su tutela todo será más fácil: "La gran masa, por cansancio, ante la agotadora variedad de problemas, ante la complejidad y responsabilidad de la vida, anhela la mecanización del mundo mediante un orden definitivo y universal que le libere de todo el trabajo mental. de una desproblematización de la existencia constituye el fermento real que allana el camino a todos los profetas". Creo que es uno de los frentes importantes a los que nos encaramos hoy: sobrevivir al pesimismo del agotamiento, de la no comprensión del mundo, de la sensación de que todo es demasiado envuelto y demasiado difícil. Y esto sólo se hace manteniendo la fe en las personas. No os he hablado de Castellio (1515-1563), que es quien hace ese rol en el libro en cuestión. Pero no sufráis, que este febrero podrá encontrarlo en las librerías en catalán.