La última gran obra de un genio del manga
El monumental 'thriller' histórico 'Adolf', de Osamu Tezuka, se publica por primera vez en catalán
- Osamu Tezuka
- Planeta Cómic
- Traducción de Marc Bernabé
- 256 páginas / 9,95 euros (vol. 1)
Cuarenta años separaban la publicación deAdolfo, serializado entre 1983 y 1985, de los hechos que explican el grueso de sus viñetas, concentrados en las inmediaciones de la Segunda Guerra Mundial. Y cuatro son también las décadas que ha tardado el manga de Osamu Tezuka en ser traducido al catalán, ventana temporal que permite reexaminar nuestra relación con la obra. En 1999, cuando se editó por primera vez en castellano, los lectores que vinculaban al cómic japonés con la fantasía desatada se sorprendieron de que sus códigos sirvieran para tratar los conflictos bélicos, los genocidios y el pensamiento totalitario. Hoy, con una mirada acostumbrada a la lectura en sentido oriental y conocedora del relieve que tiene la figura de Tezuka (de quien se pudo ver una exposición en el MNAC en el 2019), sabemos que Adolfo no es excepcional por su tema, sino porque se trata de la última gran creación del principal arquitecto de la historieta nipona, fallecido en 1989.
Sin embargo, cabe decir que Adolfo ha estado acompañado de un aura seria desde su concepción: la serie vio la luz en el semanario periodístico Shukan Bunshun, que encargó a Tezuka un relato que encajara en los gustos del público adulto. El autor deAstro Boy y La princesa caballero no era precisamente extraño en los registros dramáticos y turbios (es un ejemplo de ello Ayako), pero en esta ocasión hizo bailar el huevo de la serpiente que envenenó el siglo XX, y combinó sus recuerdos de infancia de un Japón herido por el militarismo patriótico con los polos eléctrico de una trama activada por la descubrimiento de unos documentos que probarían que Hitler tiene sangre judía, y por los que matan y mueren los personajes, atrapados en un laberinto enmarcado en el triángulo que forman tres Adolfos: un niño judío afincado en Kobe; su mejor amigo, hijo de un dignatario nazi, y, claro, el dictador alemán, responsable de que esta amistad sea estropeada y devorada por la Historia con mayúsculas.
La madurez expresiva que Tezuka desplegó en Adolfo es la de un maestro que todavía tiene hambre de encontrar nuevos estímulos en su arte; una ambición que se refleja en las modulaciones de la narración, que en los primeros capítulos parece invocar el dinamismo y el suspenso de las peripecias de Tintín (un eco acentuado por la profesión de periodista de Sohei Toge, auténtico guía de la historia) y acaba describiendo la caída moral de Japón durante la Guerra del Pacífico, de forma no muy distinta a la de Pías descalzos. Una historia de Hiroshima, de Keiji Nakazawa. Esta mutabilidad se traslada también a las viñetas, tanto por el festival de fisonomías realistas o caricaturescas que definen instantáneamente a los personajes como por la composición de las páginas, tensadas entre el ritmo de lectura rápido que suele favorecer el manga y el detallismo documental de los escenarios, y llenas de hallazgos formales: basta con fijarse en el contraste entre la reconstrucción vehemente del infame discurso de Hitler en Nuremberg en 1936 y el patetismo con el que imagina los días previos a su suicidio, casi prefigurando el filme El hundimiento.
Esta última escena todavía no la encontramos en los dos volúmenes (de cinco) publicados en catalán por Planeta, que tendrán una periodicidad trimestral hasta completar las aproximadamente 1.250 páginas que forman el cómic. Tampoco, lógicamente, los episodios finales, donde se describe la llegada de judíos a Palestina y el inicio de un conflicto que ahora resuena con mayor fuerza que nunca. Leída hoy, la alineación con la causa árabe de un nazi desencantado que imagina a Tezuka resulta, como mínimo, problemática, pero también pone de manifiesto que Adolfo es una obra viva, con la que es necesario dialogar en presente.