Verdades y mentiras de un espía introspectivo
Vicenç Villatoro ambienta 'Polaca' en 1992, en pleno proceso de descomposición de la URSS, en la capital de Polonia, espacio de frontera entre el bloque capitalista y el bloque soviético
- Vicente Villatoro
- Proa
- 312 páginas / 21,90 euros
La época en que transcurre la acción de Polaca, el regreso a la ficción novelística de Vicenç Villatoro (Terrassa, 1957) después de cuatro libros muy notables centrados en la memoria personal, familiar y comunitaria, es determinante. Estamos en enero de 1992, en pleno proceso de descomposición de la Unión Soviética, un generador de incertidumbres, especulaciones y desórdenes geopolíticos en todos los niveles. Somos, además, en Varsovia, la capital de la siempre castigada Polonia, un espacio de frontera –más incertidumbre, más especulaciones, más desorden– entre el bloque capitalista y el bloque soviético. Para acabar de envolver la madeja, estamos siguiendo los pasos de un espía israelí viudo y ya jubilado que ha sido reactivado para llevar a cabo una última misión: participar en una operación de compraventa de no se sabe exactamente qué material bélico entre no se sabe exactamente qué vendedores (antiguos agentes del KGB).
El arranque de la novela es sugerente, pero pesado: hay tensión atmosférica y dilemas íntimos, pero apenas hay dramatismo narrativo. Existen reflexiones sobre el oficio de espía y su dimensión existencial, que obliga a vivir permanentemente como un actor ya creer ya ser, a la vez y sin contradicción, cosas muy distintas ya menudo totalmente opuestas. El mundo de duplicidades del espionaje ha sido ampliamente explorado tanto desde la literatura como desde el cine y la televisión, y Villatoro es consciente de ello, por eso pone en circulación todos los motivos y elementos habituales del subgénero: desde el protagonista y narrador misantrópico y solitario –un espía introspectivo que se siente despegado hasta el desenganchado hasta el desenganchado del curso– de enigmas, de identidades auténticas o fingidas o solapadas, y de lealtades y deslealtades que lo convierten todo en un juego de espejos donde nada es lo que parece.
El argumento avanza despacio, tanto que incluso resulta algo estático, pero Villatoro sabe inventarse un punto de giro potente, que no solo añade intriga sino también complejidad humana, histórica y política en la novela. Nada parece lo que parece, ¿he escrito? Peor: nada parece nada y todo lo parece todo. Para llegar al hueso de la verdad, tienes que arrebatar tantas capas de mentiras que, cuando tienes el hueso en la mano, ni siquiera lo reconoces.
Un torbellino espeso de identidades entremezcladas
El narrador y protagonista de Polaca nos explica frontalmente quién es –agente del Mossad, nacido en una familia judía de Polonia antes de la Segunda Guerra Mundial, todos fallecidos en el Holocausto–, pero, ¿qué significa que un espía, un hombre que ha hecho de la mentira su profesión y su forma de vida, nos explique quién es? Es el punto fuerte de la novela: la habilidad con la que Villatoro hace que el lector se sienta chupado por el torbellino espeso de identidades entremezcladas, de dudas y de escisiones, de verdades injertadas de mentiras y de mentiras que acaban siendo verdad, de convicciones y deberes incompatibles (y aún así compati se explica el narrador protagonista.
Polaca, un título que hace referencia al escenario geográfico de la novela pero también a la composición musical de Chopin (que juega un papel pequeño pero importante, entre el leitmotiv y la gracia decorativa), está escrita en una prosa lacónica, de ritmo y tonos casi telegráficos. A veces el lector piensa que en el texto le haría bien que las frases cortas y cortantes se alternaran con frases más largas, más fluyentes, de aliento menos contenido. Es un rasgo de estilo que da un ritmo sistemáticamente sostenido al texto, y que al articulismo y ensayismo de Villatoro les beneficia –refuerza la eficacia comunicativa, la precisión analítica, la ordenación de ideas y materiales–, pero que a la narrativa la perjudica, porque le da gris y monotonía mientras le quita intenso. Que siempre convienen. Especialmente en una novela de espías.