Memoria histórica

El pueblo donde los vecinos asesinaron a 1.800 judíos, y el odio pervive

David Serrano Blanquer documenta la masacre de Jedwabne y explica cómo es el presente del pueblo polaco

David Serrano
5 min

BarcelonaA principios de los años treinta, Jedwabne, unos 170 kilómetros al nordeste de Varsovia (Polonia), tenía 2.617 habitantes, de los cuales más de la mitad eran judíos. El 10 de julio de 1941 más de 1.800 judíos de esta y otras localidades del entorno, de familias que llevaban 300 años viviendo en la zona, fueron asesinados por sus propios vecinos. ¿Cómo sucedió? ¿Qué provocó que los vecinos mataran, con el ensañamiento con el que lo hicieron, a aquellos con los que habían convivido? Es la pregunta que se hizo David Serrano Blanquer, filólogo, profesor de la Universitat Ramon Llull y experto en el testimonio de los supervivientes de los campos de concentración franquistas y nazis, cuando empezó a investigar y a escribir Jedwabne. Una història universal (Editorial Base).

En el libro, Serrano (Sabadell, 1966) explica una investigación de años y entrelaza pasado con presente. Primero intentó localizar a supervivientes de la masacre: encontró dos que estaban vivos y en el caso de cinco que ya estaban muertos habló con sus descendentes. Después leyó más de 2.000 documentos que guarda el IPN de Polonia, un instituto que tiene como objetivo investigar y documentar los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial y durante el periodo comunista, y que, de momento, ha conseguido sobrevivir al gobierno de extrema derecha. Consultó archivos alemanes y de Israel e, incluso, elaboró árboles genealógicos de diferentes familias de la población polaca. A partir de toda esta investigación llega a la conclusión de los 1.800 muertos.

La matanza no fue espontánea, sino que estaba organizada. De hecho, se hizo un llamamiento entre las poblaciones vecinas: se invitaba a matar a judíos y, a cambio, los voluntarios podían apropiarse de sus casas y tener vodka gratis. Miembros de la Gestapo tuvieron una reunión con los vecinos la mañana del 10 de julio de 1941 y les preguntaron cuáles eran sus planes respecto a los judíos: "Ellos contestaron unánimemente que había que matarlos a todos. Cuando los alemanes propusieron que se dejara viva a una familia judía de cada oficio, porque en otros pueblos se habían encontrado que después quedaban desproveídos –los judíos se dedicaban sobre todo al comercio, porque no podían tener tierras–, Bronislaw Sleszynski, que estaba presente, dijo: «Ya tenemos suficiente con nuestros artesanos, tenemos que matar a todos los judíos para que no quede ninguno»".

Una matanza ensañada

El alcalde y el resto estuvieron de acuerdo. Armados con hachas, mazas con clavos y otros instrumentos de tortura y destrucción, sacaron a la calle a todos los judíos. Asesinaron a bebés en los brazos de sus madres, golpearon hasta matar, humillaron a sus víctimas, haciéndoles cantar, bailar y, finalmente, los encerraron en un granero y le prendieron fuego. Fueron a buscar a los enfermos y los niños que todavía quedaban, los ataron por las piernas y se los cargaron al hombro. Con horcas, los echaron a las brasas. "Es difícil entender por qué entre los asesinos estaba, por ejemplo, el médico del pueblo, que había atendido a muchos de los niños que asesinaron aquel día, o el profesor de música, que les había dado clase", reflexiona Serrano.

Hubo dos juicios. Uno en 1946 y el otro en 1949. "En el primer juicio todos declararon lo que habían hecho, no tuvieron ningún escrúpulo, porque sabían que no les harían nada. La sentencia solo ocupa una página y media y es una vergüenza. Se condena a muerte al alcalde y al traductor, que habían desaparecido", explica Serrano. Una veintena de vecinos fueron sentenciados a entre 10 y 15 años de prisión y no cumplieron ni la mitad. Años después se retomó el juicio porque las autoridades soviéticas descubrieron una mafia organizada que se apropiaba de bienes judíos y los revendía. Entonces los vecinos cambiaron su versión, porque vieron peligrar su integridad. "En la nueva versión afirmaron que lo habían hecho los alemanes, una versión que se mantuvo hasta el 2001, año en que que el historiador Jan T. Gross, que nunca ha podido volver a vivir en Polonia, publicó el libro Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de Jedwabne (Crítica), en el que detalla la matanza", dice Serrano. El libro produjo un gran impacto en la sociedad polaca. "Vecinos es el motivo por el que se hizo la nueva ley de memoria polaca", recuerda Serrano. En 2018 el gobierno polaco aprobó una polémica ley de memoria que revisaba el Holocausto. La nueva norma castiga con hasta tres años de prisión utilizar la expresión "campos de concentración polacos" para referirse a los campos de exterminio situados en el territorio del país centroeuropeo.

El odio pervive

Los hechos documentados dicen una cosa, pero el relato que niega la autoría polaca es el que se ha acabado imponiendo en esta población, que ahora tiene unos 1.700 habitantes. En 2018 volvió Icchak Levin, uno de los únicos supervivientes, que con 89 años quiso rendir homenaje a los compañeros y amigos de niñez. Al pueblo fue también un grupo de extrema derecha que lo empezó a insultar, mostrando pancartas en las que se leía: "Son los alemanes, y no los polacos, los que no recuerdan este crimen", "Exigimos una nueva exhumación en Jedwabne", "Basta de mentiras judías". Levin, desesperado, les gritaba: "¡No digáis mentiras! Yo estaba y lo vi con mis propios ojos. Vi todo lo que los vecinos habían hecho a mis amigos de escuela, y a sus padres y madres, y a sus abuelos. ¡Y no! Ahí los alemanes no estaban. No había ni uno. Por ninguna parte".

Recordar la matanza es peligroso. En 2001 el alcalde Krystof Goldewski dimitió y tuvo que abandonar el pueblo después de haber dignificado el espacio de conmemoración y participado en los actos del sesenta aniversario. "No solo tuvo que marcharse del pueblo, sino también del país por las amenazas de muerte contra él, su mujer y sus dos hijos pequeños", explica Serrano.

"Lo que estremece más es que el odio todavía es palpable. Los descendentes de todos los asesinos continúan viviendo en el pueblo, muchos de ellos viven en viviendas que quitaron a los judíos y los continúan odiando profundamente", lamenta Serrano, que fue a Jedwabne porque quería pisar el terreno y ver la casa en la que todavía vivía la familia de uno de los judíos que sobrevivió, Józef-Strolke Gradowski, cuya mujer y sus tres hijos fueron asesinados. Gradowski se casó con una mujer católica y adoptó a su hijo católico, pero le hicieron siempre la vida imposible. La casa, donde todavía vive Alina, su nuera, tiene las ventanas protegidas con tablones de madera para evitar las pedradas nocturnas. La puerta principal tiene un banco de piedra justo delante para impedir que sea atacada. Alina vive sola, todos sus hijos se han marchado de Polonia: "Se ha acostumbrado a vivir así, con este miedo constante", dice Serrano, que fue a su casa y habló con ella.

No fue fácil llegar hasta Jedwabne. "No me quiso acompañar nadie al pueblo, ninguna de las asociaciones ni entidades de memoria ni progresistas. Convencí solo al traductor, que es un polaco que vive en Barcelona", explica. Serrano no ha podido entender el porqué de la matanza. "Tan solo he podido mostrar lo que sucedió y que cada uno haga su propio juicio. Es una historia universal que muestra la miseria de la condición humana", concluye el autor del libro, que también se traducirá al castellano y se publicará en Argentina. "Ya hemos avisado a la embajada polaca", dice Serrano.

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