Música

Chano Domínguez: "Si Bach estuviera entre nosotros, grabaría la música en vez de escribirla"

Pianista. Actúa en el festival Desvarío de Nou Barris

4 min
El músico Chano Domínguez.

BarcelonaDespués de casi una década en Estados Unidos, el pianista y compositor Chano Domínguez (Cádiz, 1960) vuelve a vivir en Barcelona, ​​donde se ha reencontrado con músicos como Javier Colina y Guillermo McGill. Vaya donde vaya, sin embargo, siempre reivindica Cádiz, su ciudad natal. "Si tengo alguna singularidad como músico, tiene mucho que ver con el lugar en el que nací –dice Domínguez–. La luz de la ciudad, la idiosincrasia de la gente que vive... Cádiz no es un lugar de paso. A Cádiz debe irse, y eso ofrece una singularidad". Domínguez, que en el 2020 recibió el Premio Nacional de músicas actuales, actúa el jueves 18 de julio en el patio de la sede del distrito de Nou Barris, dentro del festival de flamenco Desvarío, que forma parte de la programación del Festival Grec 2024.

¿Qué tocará en el concierto de este jueves?

— Básicamente, música mía. También alguna improvisación y algún estándar. Y, como en los últimos conciertos, haré algunos temas de Paco de Lucía y Chick Corea. Son dos músicos que me han influido mucho, que han marcado mi forma de tocar y escuchar la música.

¿Qué relación tenía con Paco de Lucía?

— La guitarra flamenca fue mi primer instrumento. La toqué de 8 a 16 años. En esa época descubrí Entre dos aguas (1973), de Paco de Lucía, y desde entonces le he seguido toda la trayectoria. Solo quiero andar (1981), Siroco (1987) y Zyryab (1990) son obras maestras que me marcaron muchísimo.

Y Chick Corea, ¿cuándo lo descubrió?

— Es un pianista por quien tengo mucha devoción... En los años 70, cuando tenía el grupo de rock Cai, escuchaba mucho su disco Return to forever (1972). Con los años nos hicimos grandes amigos e incluso estuvimos cerca de tocar juntos. Es uno de los músicos que, desde fuera de este país, ha entendido el flamenco de una forma más profunda.

¿Cuándo toca usted solo, con el piano, tiene más libertad de improvisar?

— Tocar solo es todo un reto... Me encuentro a mí mismo y he de ver cómo puedo comunicarme con los demás. La reacción del público me influye mucho. Y mi propio estado de ánimo también. El piano suena más triste o más animado según haya ido el día. Cuando toco solo, sé más o menos cómo empezaré el concierto, pero puede que cambie de planes o improvise algún tema sobre la marcha.

¿Cree que los músicos de ahora tienen más costumbre de improvisar que en el pasado?

— Podemos pensar que hoy en día somos grandes improvisadores, pero Mozart, Bach, toda esta gente también improvisaba. De hecho, escribían porque era la única manera de dejar constancia de toda la música que tocaban... Pero ellos también improvisaban. Estoy seguro de que si Bach estuviera entre nosotros, grabaría la música en vez de escribirla. No creo que la improvisación sea patrimonio de los actuales músicos.

Recientemente ha colaborado en el nuevo disco de Gregori Hollis con la pieza Dedicatoria. ¿Ahora qué proyecto lleva de cabeza?

— Mira, acabo de volver de Nueva York, donde he grabado un disco con el guitarrista Ethan Margolis. Es la clase de músico a quien yo catalogo como un híbrido perfecto. Ethan es de Los Ángeles, pero se crió en Lebrija y es como si fuese sevillano. Nos conocimos en Estados Unidos y empezamos juntos un proyecto basado en las raíces del blues americano. Es curioso, porque existe todo un espectro sonoro y rítmico que se balancea muy bien entre el flamenco y el bluegrass, que es la base del blues. Hemos hecho todo un disco con piezas de blues por seguidilla, por soleá, por tango, por bulería... Colaboran el contrabajista Carlos Henríquez y el batería Obed Calvaire, de la Jazz en Lincoln Center Orchestra. Y últimamente también he vuelto a tocar con mi trío de mi vida, con Javier Colina y Guillermo McGill. Y con la cantaora Esperanza Fernández, con el pianista Mário Laginha... Siempre tengo mil proyectos, intento entretenerme todos los días.

¿Esta promiscuidad tiene que ver con la esencia del jazz?

— Hombre, no me tildes de promiscu... [Ríe.]

Quería decir que está abierto a colaborar con mucha gente diferente...

— Sí, somos mucho putos, los músicos de jazz. Nos vamos con cualquiera. Sin embargo, fuera bromas: me gusta rodearme de gente de la que puedo aprender, que me hace sentir bien... Y me gusta la variedad. Sería muy aburrido tocar cada semana el mismo repertorio con la misma gente.

¿Qué debe tener un músico para que quiera colaborar?

— Debe contarme algo que me interese. En la música, lo que te brilla es la singularidad. Y la singularidad viene cuando tienes un discurso propio y coherente.

Aparte de sus proyectos personales, lidera una banda de músicos jóvenes en el Taller de Músics de Barcelona.

— ¡Sí, los KAI! Nos decimos casi igual que mi primer grupo, Cai. Vuelvo a tocar teclados, piano eléctrico, sintetizadores... Hacemos música eléctrica, basada en las reminiscencias del rock andaluz. Me gusta mucho trabajar con jóvenes, porque me recuerda quién era yo un tiempo atrás. Los jóvenes tienen esa energía que quizás nosotros, con los años, aprendemos a canalizar de otra forma, pero en ese momento hay una efervescencia y una luminosidad maravillosas. Me encanta sentir esto de cerca. Es hermoso poder compartir con gente de otras generaciones, ya no sólo musicalmente, sino humanamente. Con los KAI también colabora mi hija, Serena, que tiene 24 años. Y uno de mis hijos, Marcel, saxofonista y productor de trap.

¡Ostras! ¿Y no se ha planteado fusionar el trap con el jazz?

— Marcel es muy purista, en este sentido. Dice que el trap es un estilo muy específico y que si lo mezclas pierde la esencia. Yo a veces le he dicho: "Ostras, Marcel, yo creo que abriría el sonido". Porque, además, él es un gran saxofonista. En Seattle hacía de solista en una big band de jazz. Pero él cree que mezclar el trap con otros estilos sería un sacrilegio.

¿A usted le gustaría probarlo?

— Sí, ¿por qué no? El gusto se encuentra en la variedad. Mi hijo mayor se hizo aquella prueba del ADN y le salió que teníamos orígenes judíos, árabes, africanos, celtas... Todos estamos hechos de mezclas. Quien diga que es puro se equivoca. Vete a saber si dentro de diez años habrá una cantaora de flamenco que se acompañará de programaciones de trap, que hará los ritmos de bulería con trap. Yo no descarto nada. Con conocimiento y buenos músicos todo puede llegar a funcionar.

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