Música

El clarinetista Woody Allen recibe el calor del público en el Teatre Tívoli

El cineasta inaugura el Festival de Jazz de Barcelona con la New Orleans Jazz Band

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Woody Allen (clarinete), Simon Wettenhall (trompeta), Josh Dunn (banjo) y Kevin Dorn (batería) en el Teatre Tívoli de Barcelona.
  • Festival de Jazz de Barcelona
  • Teatre Tívoli, 18 de septiembre de 2023

¿Pagarías entre 66 y 148,5 euros para ver a la New Orleans Jazz Band si no tocara el cineasta Woody Allen? La pregunta es pertinente, pero seguramente no hace falta responderla porque aquí la cosa trasciende lo musical y lo artístico. Esto va de vivir la experiencia de ver a Allen tocar el clarinete y aplaudir cada solo como si fuera un hito atlético, que ya te gustaría llegar a los 87 años con su energía y estar casi una hora y media en el escenario sentado con las piernas cruzadas, que es lo que ha hecho este lunes en el primero de los dos conciertos en el Teatre Tívoli que sirven para inaugurar la 55 edición del Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona. Éxito de convocatoria, con todo vendido.

Esto va de un público cariñoso, que recibe a los músicos con una ovación y que incluso suelta algún bravo en el bis. Es una admiración que a veces roza una condescendencia involuntaria, porque se aplauden microbufidos que dejan las notas tiradas por el suelo o se celebra la crispación infantil con la que Allen ataca el clarinete como si quisiera reproducir el sonido de un disco de piedra. De vez en cuando, más que disfrutar del momento, parece sufrir, como un niño hiperconcentrado que teme no estar a la altura del juguete que tiene entre las manos.

Hay aplausos que en otros contextos se reservan a interpretaciones de altísimo voltaje emocional, y eso no ha pasado ni ocurre nunca en los conciertos de Woody Allen and his New Orleans Jazz Band, ni cuando la dirigía Eddy Davis, fallecido en 2020 (sustituido por el guitarrista Josh Dunn), ni ahora que el pianista Conal Fowkes y el trompetista Simon Wettenhall comparten el mando de una formación impecable instrumentalmente. El septeto baraja con pulcritud agradable, pero desapasionada, números de ragtime, jazz tradicional y blues de hace cien años. Son músicas que en el Tívoli, como en otras ocasiones en el Palau de la Música, el Liceo, el Festival de Cap Roig o el de los Jardines de Pedralbes, suenan deslocalizadas, bien vestidas pero sin capacidad para pellizcar el alma.

Lo mejor, sin duda, es ver a Allen y Wettenhall negociando el repertorio sobre la marcha y descubrir la discreta ternura con la que los músicos están pendientes del cineasta. Entre algunos de ellos hay una complicidad que viene de lejos, y Allen reacciona instintivamente para aplaudir a un solo del trompetista o la interpretación en castellano a cargo de Fowkes de Para Vigo me voy, de Ernesto Lecuona, la salida de guion cubana habitual en los conciertos de la banda. Desde esta perspectiva, es formidable contemplar a unos amigos contentos de compartir otra noche haciendo lo que tanto les gusta, y que seguramente Allen haría igualmente sin público. Pero volvamos a la pregunta inicial: ¿pagarías entre 66 y 148,5 euros para ver la New Orleans Jazz Band si no tocara el cineasta Woody Allen? Y formulamos otra: sin Woody Allen, ¿la programarían para inaugurar el Festival de Jazz de Barcelona en el Teatre Tívoli?

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