Joaquín Sabina, a la altura de sus canciones en el Palau Sant Jordi
El cantautor de Úbeda llena el primero de los conciertos en Barcelona
- Palau Sant Jordi. 27 de septiembre de 2023
Los conciertos de Joaquín Sabina siempre los salvan las canciones y, sobre todo, lo que estas canciones significan para un público que siempre le apoya. Esta vez, llenando dos noches las butacas del Palau Sant Jordi, miércoles y viernes, pagando entre 55 y 110 euros. Sabina, de 74 años, a veces es su peor enemigo, como canta en la canción Contra todo pronóstico que titula esta gira del renacimiento posterior a la caída que sufrió en febrero del 2020 en un concierto en Madrid con Joan Manuel Serrat. Sin embargo, este hombre que dice que era de izquierdas y ahora ya no tanto porque tiene "ojos y oídos", a veces responde con dignidad al calor del público, como demostró tan pronto empezó el concierto. Sentado en un taburete y con la voz ronca pero bien colocada y muy amplificada, proyectó Cuando era más joven, con la banda de siete músicos poniendo potencia a la nostalgia. "Bona nit a tothom!", dijo en catalán a continuación. También recordó que con esta gira lleva ya un año dando tumbos por "dos continentes" y que tenía "muchas ganas de volver a Barcelona", un lugar del que tiene "recuerdos imborrables". Y sobre todo en el Palau Sant Jordi, "patria del corazón del fugitivo que celebra el milagro de estar vivo". Rima consonante que empalaga o emociona según la noche y la compañía.
Todavía no había cantado la segunda canción y ya tenía a la gente en el bolsillo. Y aún más cuando hizo Sintiéndolo mucho, jarabe de autoindulgencia y sarcasmo que completó con Lo niego todo, el Sabina que mira la autobiografía con ironía. Todo ello, haciendo de la precariedad vocal virtud expresiva, a la manera del Bob Dylan crepuscular, viviendo con la suficiente comodidad en el recitado y en melodías que allá donde él no llega se encargan de completar la guitarra de Jaime Asúa, el saxo de Josemi Sagaste o las segundas voces de Mara Barros y el propio Asúa.
A la memoria de María Jiménez
El ímpetu más rock de un inicio con canciones de los últimos años contrastó con la pausa de vals con acordeón de Cuando aprieta el frío, rescatada de los tiempos del disco El hombre del traje gris (1988) y que dedicó a Rosana Torres, Manel Fuentes y Estopa, entre otros. Con el mismo carácter, el acordeón y la guitarra acústica condujeron Por el boulevard de los sueños rotos, dedicada a María Jiménez, "pero no por llorar su muerte sino por celebrar su fantástica vida". Justo antes había dedicado unas palabras a amigos fallecidos como Javier Krahe, Luis Eduardo Aute y Pablo Milanés. "Y mi primo Serrat, que se retiró sin que nadie sepa por qué", añadió.
Como en giras anteriores, también abandonó el escenario para descansar y dejar que fuera Barros quien subiera las notas de Yo quiero ser una chica Almodóvar, y que Antonio García de Diego se levantara del teclado para coger la guitarra y cantar La canción más hermosa del mundo. Recuperado el aliento, Sabina afrontó la segunda parte del concierto administrando fuerzas y emociones para llegar a las canciones más poderosas del catálogo, las que la memoria del público convoca verso a verso. Pero justo antes, al final de Tan joven y tan viejo, el público se puso de pie para ovacionar a Sabina durante un par de minutos. "No se puede pedir más a ese oficio que tener a un público como vosotros", contestó él. ¿Era el perfume de la despedida? ¿La sensación de que quizás es la última gira y que, por si acaso, es mejor transmitirle todo el calor del mundo, por si no hay otra oportunidad?
A partir de Una canción para la Magdalena, todo fue un brindis de nostalgia y estrofas familiares como un álbum de fotos antiguas donde todo el mundo hace buena cara. Con 19 días y 500 noches, lo más importante era el público cantando y dando palmas a la rumba, y con todo a favor emergió lo mejor de la noche en el escenario, el Sabina dylaniano de Peces de ciudad, con la guitarra acústica, la armónica y el clarinete poniendo el color preciso en el estado de ánimo de la letra. Cuando Princesa cerró la actuación antes de un bis que incluyó Y nos dieron las diez, claro, nada podía estropear la noche. Sabina había sabido estar a la altura de las canciones y, sobre todo, de lo que significan para un público que siempre le apoya. Las dos horas de concierto las salvaron las canciones y la actitud de Sabina, esta vez su mejor amigo.