Miguel Bosé vive de la reminiscencia
8.500 personas premian con entusiasmo el concierto del artista en el Palau Sant Jordi
BarcelonaConclusiones sobre el concierto de Miguel Bosé en el Palau Sant Jordi de este jueves. La primera: Miguel Bosé vive de las reminiscencias, y el público acepta y celebra la nostalgia. A sus 69 años y sin ninguna novedad discográfica desde Amo (2014), compara la música con el perfume porque fija "las emociones, los recuerdos, las sensaciones". "Os sentiréis más jóvenes", dijo antes de hacer Aire soy y confiando la noche únicamente en la nostalgia, en las canciones más que en la interpretación de las canciones desde el presente. La renuncia es absoluta, pero fija las condiciones del contrato de forma tan explícita que no engaña a nadie.
La segunda conclusión: las 8.500 personas que subieron a Montjuïc y acabaron la noche ovacionándole y gritando "oe-oe-oe-oe" separan la obra del artista, o mejor dicho, separan las canciones y el artista del defensor irresponsable de conspiranoias anticientíficas y antipolíticas. No existe redención porque no hay contrición. Es cierto que el coautor de Don Diablo se curó en salud y evitó remover las chorradas apocalípticas que ha esparcido desde la pandemia del coronavirus. Lo más virulento que dijo fue a propósito de la canción antibelicista Nada particular, una canción horrible, por cierto. La playlist de las peores canciones de la historia también está llena de buenas intenciones. "La guerra no acabará nunca si no nos ponemos firmes. Ni un puto voto si no nos devuelven el derecho a vivir en paz. La guerra es un negocio y la paz no. ¡Basta, que si no acabo dando un mitin y no un concierto!", exclamó.
La tercera conclusión es que, en las canciones, la voz que se oía era correcta, siempre en una misma tesitura grave-oscura y con mucha reverb. En cambio, cuando Bosé hablaba perdía el aliento, como los fumadores que buscan aire para terminar las frases.
La cuarta tiene que ver con las ganas de ofrecer un buen espectáculo, con una estética cromática sencilla y elegante, y generoso: dos horas y media. Empezó el concierto vestido de blanco, como los cinco músicos y los tres coristas. A media actuación (solo él) apareció de rojo, con una cola larguísima que haría furor en una gala del MET dedicada a La máscara de la muerte roja, de Edgar Allan Poe. Y los bises los hizo de amarillo. Todo ello acompañado de coreografías suficientemente fluidas, algunas que pedían más indulgencia que otras, pero en general bien resueltas. Es justo reconocer el trabajo estético que hay detrás de este regreso, aunque no todo lo que se vendió como modernidad hace cuarenta años aguanta el paso del tiempo; seguramente tampoco era tan moderno entonces.
La quinta conclusión es sobre el público (todo el mundo sentado), que recibió a Bosé con la ovación que se reserva a los artistas añorados, todo cariño y apoyo incondicional. Fue la respiración asistida imprescindible, y él la agradeció. "Barcelona, no tengo palabras", dijo con una sonrisa que apaciguaba el cansancio justo antes de cerrar el show con la autoayuda emocional de Por ti. Al principio del concierto, el público se entregaba a los gestos, reaccionando con un griterío cuando Bosé se agarró el paqueteen El hijo del Capitán Trueno o cuando amago con quitarse el abrigo-capa a Nena. O aplaudiendo intensamente el homenaje a la madre muerta antes de Amiga, que cantó sentado en una caja roja que él mismo comparó con un ataúd en una decisión más propia de una Angélica Liddell kitsch. Evidentemente, la reacción era más y más entusiasta cuanto más poderoso era el recuerdo vinculado a las canciones. Después de ratos más bien planos, llegaba el clímax, como el de Como un lobo, uno de los mejores momentos de la noche, y el de Creo en ti, el regalo de José Luis Perales más recitado que cantado que el público acompañó de cabo a rabo.
Desatada la nostalgia tal y como había pronosticado Bosé, el tramo final fue para el baño de masas, con una festiva y una intensa: una Amante bandido hecha con acierto en clave de fiesta de la espuma seguida de la inflamación poética cursi de Te amaré, y una Don Diablo que suena a canción infantil y que interpretó sentado como un cuentacuentos justo antes del bis final anticlimático de Por ti. Una noche de reminiscencias de un pasado quizás no tan brillante como piensa Miguel Bosé, pero indudablemente efectivo como activador de desinhibiciones nostálgicas.