Crítica de música

La música y lo inefable

Ola Gjeilo nos sació con una avalancha de inventiva y de juegos continuos con la polifonía pianística

El pianista noruego Ola Gjeilo en el Palau de la Música, un día antes del concierto.
2 min
  • Pequeño Palacio de la Música. 5 de julio de 2024

Los lectores más conspicuos habrán visto que he tomado el título de un célebre ensayo de Vladimir Jankélévitch para sintetizar la experiencia de ver y escuchar en directo Ola Gjeilo. El músico noruego (residente en Estados Unidos) ha sido una de las estrellas del fin de semana en el Palau de la Música y su recital en el Petit Palau ha sido una oportunidad única para tenerlo y sentirlo de cerca.

Gjeilo no engaña y no se reviste de cartón piedra: vestido con vaqueros y con una camisa remangada hasta los codos, se sienta delante del piano y pone en marcha el grabador de su móvil para grabar lo que acabará convirtiéndose en música muerta porque, según Sergiu Celibidache, la grabación sonora no es más que un retrato de un momento en el que la música ha estado viva.

A lo largo de poco más de una hora y diez minutos, Gjeilo convirtió lo que podría haber sido un concierto convencional en un acto de extrema comunión entre un público ecléctico y poco habitual en los conciertos de siempre, en un evento único. No sólo por el efímero hecho del concierto en sí mismo, sino porque la clave de vuelta del músico europeo es la improvisación. En el caso que nos ocupa, a partir de temas propios, muchos de ellos extraídos de las obras corales por las que se ha convertido, con justicia, en un artista de alcance y proyección internacionales.

En un mundo patafísico, publicitario, de discursos tan efímeros como un vídeo de TikTok y tan superficial como el discurso de uno o uno influencer, una velada con Ola Gjeilo se convierte en una experiencia en la que la música alcanza los caminos de aquel inefable estudiado por Jankélévitch, de aquel “yo-no-sé-qué” de raíces místicas.

Sería sobrante (e incluso inútil) hablar de la técnica de Gjeilo como pianista. Porque no íbamos a oír a un virtuoso abordando una pieza clásica. Íbamos a participar de un discurso musical con una escucha activa, cómplice, silenciosa e incluso expectante. Y ni que decir tiene que fuimos saciados con una avalancha de inventiva y de juegos continuos con la polifonía pianística. Un concierto en blanco y negro, con la misma pureza de un clásico del cine que nunca envejece, con la misma intensidad de un discurso místico, sin parafernalia y sin discursos new age llenos de vacuidad. Música pura, la que alcanza lo inefable. Chapeau!

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