Cuando a uno no le gusta Respighi…
Gustavo Gimeno dirige la Orquesta Filarmónica de Luxemburgo
- Dirección: Gustavo Gimeno
El oficio de crítico implica a veces hablar de cosas que, a las que ostenta este trabajo privilegiado, no le gustan. Los gustos son personales e intransferibles, independientemente de la calidad de los productos o objetos criticados. Y quien firma estas líneas siempre ha tenido un problema con Ottorino Respighi (1879-1936). Más que un problema, una manía personal, una cuestión de gusto en la recepción del autor de La campana sommersa, la única obra del catálogo del compositor italiano que aprecia.
Los lectores suelen leer en esta tribuna valoraciones de interpretaciones musicales a cargo de grandes músicos, al servicio de compositores indiscutibles. Evidentemente, siempre se tiene su Olimpo particular, pero nunca se atrevería a hablar mal de la mayoría de las obras de los autores que forman parte del repertorio de nuestros conciertos. Éste no sería el caso de Respighi, que para un servidor es un compositor –por decirlo fino– perfectamente prescindible.
La versión que la Filarmónica de Luxemburgo ofreció el lunes en el Palacio de los dos poemas sinfónicos más conocidos del compositor italiano pudo sobresalir si Gustavo Gimeno no hubiera forzado tanto un volumen que ocasionalmente resultaba atronador y sin que pudieran oírse con la suficiente transparencia los colores y los matices de Feste romane y de Pini di Roma, partituras empapadas de contrastes expresivos y de pretensiones descriptivas que piden un trabajo que en manos del director valenciano no siempre resultó exitoso.
Esto después de una primera parte con el siempre estimulante Concierto para piano en fa mayor de Gershwin. Dicen que el músico neoyorquino se dirigió a Maurice Ravel para que le diera algunas lecciones. El autor de El enfant te las sortilèges respondió al de Porgy and Bess: “¿Por qué desea ser un Ravel de segunda si puede ser un Gershwin de primera?” Esta calidad que Europa reconocía en la obra de Gershwin se plasma en este concierto, empapado de aires populares estadounidenses –especialmente de baile– pero también de algunos desenfrenados aires de la música europea que le era contemporánea. Delante del piano, Denis Kozhukhin mostró cintura y swing para abordar la pieza, bien parapetada por Gimeno al frente de la formación luxemburguesa.