Música

La sombra de Pau Casals es alargada

Espléndido concierto de Daniel Müller-Schott y Annika Treutler en el Palau de la Música

2 min
Annika Treutler y Daniel Müller-Schott en el Palau de la Música.
  • Palacio de la Música. 12 de junio de 2024

Un día antes del concierto organizado con motivo de la Diada Pau Casals, el Palau de la Música anunciaba la indisposición, por rotura de clavícula, del pianista Francesco Piemontesi, que debía actuar con el violonchelista Renaud Capuçon. La buena cintura y los reflejos de los organizadores salvaron el concierto, protagonizado alternativamente por dos músicos igualmente excelentes: Daniel Müller-Schott y Annika Treutler. Gracias a su excelente interpretación, el recuerdo de Casals permaneció vivo en una sala donde el músico de El Vendrell protagonizó tantos eventos musicales entre 1919 y 1939.

La alargada sombra de uno de los mejores músicos del siglo XX se mantiene con intérpretes que, de una forma u otra, siguen su maestría. Ciertamente, las suites para violonchelo de Bach ya no se tocan a la manera de Casals, pero la insistencia del músico catalán en buscar y encontrar sobre la base de un espíritu libre se encarna, por ejemplo, en los modos de Müller- Schott. Su versión de la primera suite (en sol mayor) gozó de esa libertad formal en el ataque, en los reguladores del sonido y en la concepción rítmica, con sonoridades puras, a pesar de alguna brusquedad al final del menuetto y en la giga conclusiva. Por el contrario, los finales de los movimientos anteriores gozaron de la pureza sonora requerida.

Junto a la espléndida pianista Annika Treutler, las cosas siguieron alcanzando altas cotas de calidad musical, tanto en la Sonata en la mayor op. 69 de Beethoven que cerraba la primera parte como en las piezas de Schumann y Brahms de la segunda. Enérgicos golpes de arco y sonido expansivo a manos de Müller-Schott se acoplaban a la perfección a las sinuosidades pianísticas de Treutler en la Fantasiestücke op. 73 de Schumann, antes de una formidable ejecución de la segunda Sonata op. 99 de Brahms.

Más allá de la valía individual de los dos intérpretes, se notó de una hora lejos el entendimiento entre ellos, siempre al servicio de la calidad sonora y del ajuste estilístico a las piezas interpretadas. Un fabuloso trabajo en equipo que incluso logró que el público (a menudo ruidoso en conciertos de cámara) respetara un silencio impecable a lo largo de la velada. Pau Casals se sentiría orgulloso.

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