'Una niña': ¿Está preparada nuestra sociedad para convivir con una niña transgénero?
El documental del francés Sébastien Lifshit observa con sensibilidad y rigor las vivencias de Sasha
'Una niña'
(4 estrellas)
Dirección y guion: Sébastien Lifshitz. Francia y Dinamarca (2020). 90 minutos. Documental. Estreno en cines
Uno de los aciertos de Una niña, el emocionante documental del francés Sébastien Lifshitz, pasa por la precisión con la que la película define la materia de estudio. En ciertos momentos Sasha, la niña del título, es descrita por sus comprensivos y cariñosos familiares como “una niña atrapada en el cuerpo de un niño”. Por otro lado, durante la visita a una terapeuta especializada en identidad de género aprendemos que la pequeña Sasha experimenta una “disforia de género”: una discordancia entre identidad y sexo físico. La diversidad terminológica que aflora en la cuidadosa aproximación del film a las vivencias de Sasha refleja las principales virtudes del trabajo de Lifshitz, que encuentra un loable equilibrio entre la mirada sensible y el retrato riguroso, entre la sobrecogedora expresión del amor familiar (“es mi hija y punto”, afirma el padre) y la crónica de una ardua batalla contra un sistema escolar rígido y transfóbico.
El compromiso de Lifshitz con la ruptura de los estereotipos impuestos por el binarismo de género viene de lejos. Autor desde los años 90 de obras de ficción alineadas con el discurso queer, sus documentales Los invisibles y Bambi (sobre una de las primeras transexuales de Francia) abrieron en la década pasada y a través de testigo de gente mayor un espacio de reflexión alrededor de la frágil memoria histórica del colectivo LGTBIQ. Ahora, con Una niña, Lifshitz pone el foco en la experiencia transgénero en el ámbito de la niñez, aportando una delicada mirada documental a un territorio que ya exploró, en clave ficcional, la también francesa Céline Sciamma en la magnífica Tomboy. Los dos cineastas demuestran que es posible abordar la complejidad del universo transgénero desde la empatía y el pudor, renunciando al sentimentalismo en una negativa abierta a caer en el sensacionalismo.