Crítica de teatro

Un buen ejemplo de drama familiar de mesa parada

Iñaki Garz hace un notable dibujo de los personajes en la obra 'Todos los días llegan', que puede verse en el Teatro Gaudí

Jenny Beacraft y Albert Alemany en la obra 'Todos los días llegan'
2 min
  • Autoría y dirección: Iñaki Garz. Traducción al catalán: Jordi Boixadós
  • Con: Albert Alemany, Lali Barenys, Jenny Beacraft y Pep Miràs

El título Todos los días llegan tiene algo de amenaza. Y cuando en la primera escena nos hablan de una cena familiar, ya está claro que, a pesar de una entrada de comedia con pequeños toques de humor, la tragedia está en camino. La obra de Iñaki Garz se inscribe, pues, en el subgénero del teatro de mesa parada, en este caso muy bien parada, y es cierto que compleja todos los requisitos que hay que exigir para andar el encuentro de dos hermanos alejados desde hace tiempo y sus mujeres alrededor de una quiche de espinacas, un pastel de queso y varias botellas de vino y otras espirituosas en una encarnizada confrontación que salpicará a todos.

¿Pero cuál es el motivo por el que dos hermanos que sólo se ven de Pascuas a Ramos se sientan alrededor de una mesa? Pues que el hermano mayor, que es quien ha hecho la invitada, es un burgués bien situado que plantea entrar en la vida política en unas próximas elecciones municipales. Su mujer es mujer de casa desde que dejó el trabajo y anhela una sexualidad matrimonial que trascienda la monotonía del clavo del sábado. El hermano pequeño quería ser escritor, pero trabaja de conserje y arrastra algún trauma, y ​​su mujer está harta de su inestabilidad y no saque al hermano rico.

Iñaki Garz ha hecho un notable dibujo de los personajes y modela con habilidad las conversaciones para que poco a poco salgan las desagradables sorpresas hasta el estallido final. Un reparto con un eficaz y creíble Pep Miràs como el hermano mayor, y un Albert Alemany como el hermano pequeño que parece reflejarse en los famosos perfiles inestables de Marlon Brando o James Dean, pero que a nuestro juicio resulta demasiado blando. En cambio, destaca el trabajo de las actrices, con Lali Barenys que en el papel de la anciana pasa de la pasividad a la furia con acierto, y una sorprendente Jenny Beacraft, que aporta una luz particular con interesantes detalles en una muy funcional puesta en escena dirigida por el autor que podría perfectamente dar el salto a un teatro con mayor aforo.

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