Por qué no nos gusta Xavi

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Xavi Hernández y su hermano Òscar en el banquillo de Anoeta.

Aquel mito fundacional del barcelonismo moderno, esa piedra de toque que significó el vuelo de Bakero en el segundo palo del Fritz-Walter-Stadion, no se habría visto hoy con buenos ojos. Nah. Los alemanes nos pasaron la mano por la cara, el gol vino en una jugada más propia del Madrid, a balón parado, un churro absoluto en el minuto 87, y no merecimos otra cosa que una clara derrota.

¿Y qué me dicen de la mágica noche de mayo, en la que Essien falló trágicamente un despeje fácil en el minuto 93, y entregó el balón a Messi, que casi cayendo lo envió a la frontal para que Andrés Iniesta hiciera el gol de su vida –el de la suya con nosotros– con un histórico remate a la escuadra de Cech? Nada, imposible disfrutarlo hoy. Hoy sabemos que fue una basura de partido: el Chelsea nos arrasó, Ovrebo no sé qué, no hubo para tanto la noche que acabó con Iniesta gritando camino del córner.

Andrés Iniesta celebrando en 2009 el gol decisivo ante el Chelsea.

El barcelonismo, en su acomplejada pequeñez y el mal gusto propio de una ignorancia sideral, celebró entonces los goles como lo que eran, como el preámbulo de dos Champions. Hoy, que somos sabios, esas euforias serían imposibles, esas alegrías no se habrían dado.

Lo podemos decir sin riesgo de equivocarnos después de ver los ataques de ira del barcelonismo después del vía crucis de este sábado en Anoeta. Para muchos es impensable, inconcebible, que la mejor Real Sociedad del siglo pueda ser muy superior al Barça. Un verdadero insulto. Y no valen excusas. Las excusas: en el Barça jugaron ayer 15 jugadores entre titulares y suplentes. De los 15, seis están en su primer año como azulgranas. Añadamos que tres hombres volvían de lesión. Y cinco jugadores tenían menos de 21 años. ¿De verdad hay que exigirles que arrasen una Real imponente, que juega en casa y va lanzada?

Pues esto parece. Será, tal vez, el reverso negativo de la búsqueda de la excelencia y de tener el mejor paladar del planeta fútbol. O tal vez sea la consecuencia de que en el banquillo no haya un titán del carisma como Cruyff (feliz en Kaiserslautern) o Guardiola (eufórico en Stamford Bridge), sino el pobre Xavi Hernández, condenado desde el primer día por su peinado, su indumentaria, su sonrisa tímida.

No querría cargar desde aquí contra los guardianes del perfeccionismo y la esencia del juego. Pero sí constatamos que otros técnicos lo han tenido mucho más fácil en las noches duras, y recordemos que Cruyff no ganó la Liga hasta el tercer año. Y me atrevería a dar un consejo: critiquemos todo, critiquemos siempre, pero que la crítica se detenga a un milímetro de la línea roja.

¿Y qué hay en la línea roja? Pues la capacidad de disfrutar del deporte maravilloso en el que puedes ser peor 88 minutos para resucitar de repente sobre la campana y ganar con un golazo épico de Araujo a pocos instantes del final. Disfrutar siempre, honrar a Kaiserslautern, aceptar que hay noches que serás peor, para celebrarlo enloquecidamente cuando toca.

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