Recuerdo una anécdota que creo que le he oído explicar al president Pujol. Decía que un niño le había dicho que se hacía un lío para distinguir a Josep Lluís Núñez y al Muy Honorable. Jordi Pujol lo contaba riendo y entendiendo la confusión. Pese a las grandes diferencias –especialmente en lo intelectual y político–, la omnipresencia de los dos personajes durante tantos años y alguna característica común justifican los problemas del niño para distinguirlos.
Esto del niño a mí me pasa con los más nuñistas del laportismo actual: Enric Masip y Lluís Carrasco. A pesar de las diferencias (la más clara es que sabemos cuál es la habilidad de Masip: jugar a balonmano), para mí son expresiones de un mismo arquetipo y a menudo los confundo. Y, como diría Serrat, entre este tipo y yo hay un tema personal. Un tema personal que nada tiene que ver con el club de sus amores. Un tema personal que no tengo –de hecho, todo lo contrario: les tengo una gran admiración y cariño– con culés como el propio Serrat, Pàmies, Puntí, Besa y cientos de personajes públicos o amigos que aman al club azulgrana.
Masip y Carrasco representan al culé que identifica la superioridad indiscutible del Barça respecto al Espanyol en términos cuantitativos, económicos y deportivos con su superioridad personal. Personajes que, pobres, piensan que el talento de sus jugadores y la mediocridad de los nuestros tiene una correlación con su talento y mediocridad. Son los niños que hacían bullying –antes de saber la palabra– a quienes llevaban gafas o no eran buenos deportistas (aclaración para aprendices de Freud: las gafas me las puse con 30 años y era el –segundo– mejor de la clase jugando al fútbol). Machos alfa que desprecian la diferencia mientras ríen alto y se abrazan dándose golpes fuertes en la espalda.
Este talante es totalmente coherente con su pensamiento político. En el caso de Masip, esta semana se ha descubierto lo que muchos sabíamos y denunciábamos desde hace tiempo: defiende unas ideas machistas, homófobas y xenófobas propias de la extrema derecha. Lluís Carrasco, con quien recuerdo haber compartido una tertulia política, también tiene ese sesgo aunque procura disimularlo.
Probablemente en su pueblo se los recordará como cachorros de buenas personas a los que les gusta fanfarronear para ver quién la tiene más grande. Pero entre este tipo y yo hay un tema personal.