El Barça vive el momento más dulce desde que Joan Laporta volvió a la presidencia en la primavera del 2021. La toma de decisiones le está saliendo bien: ha apostado, por fin, por un entrenador en el que confía al 100%, la pelotita entra, el equipo ilusiona y, económicamente, acaba de resolver el serial de Nike con un contrato que, a su juicio, es el mejor del mundo del fútbol. Los ingresos aumentan, el sueño de la tierra prometida del nuevo Camp Nou se acerca –aunque sea con más lentamente de lo previsto– y la ansiada recuperación de la estabilidad se vislumbra como una posibilidad más tangible y menos utópica que hace un tiempo. Llegados a este punto, Laporta podría estar bastante tranquilo tras el camino recorrido y el trabajo realizado a trompicones, pero hay un fantasma que le persigue como en una película de terror: la palanca quiebra de Barça Vision.
El presidente es víctima de su propia trampa y eso no es culpa de ninguna herencia. El 3 de septiembre, en la última rueda de prensa que el presidente hizo aceptando preguntas de los medios, aseguró que el Barça no había vuelto a la regla del 1-1 en verano porque ellos no habían querido y que el problema del fair play se habría resuelto en octubre. Además, afirmó que sólo con el nuevo contrato de Nike ya tendrían suficiente para solucionarlo todo y poder inscribir a Dani Olmo definitivamente. Todas aquellas palabras se las llevó el viento cuando tuvo que corregirse a sí mismo antes y durante la asamblea de compromisarios en la que le aprobaron las cuentas pese al estirón de orejas de los auditores. Reconocer una parte del fracaso de Barça Vision trastocó sus planes: la realidad de los números siempre te atrapa y los relatos se desmontan en un santiamén, por mucho que los feligreses te aplaudan incansablemente.
Mediados de noviembre y estamos aquí: de nuevo en una cuenta atrás arriesgada, sabiendo que faltan más millones de lo que podía parecer por no tener quebraderos de cabeza con Olmo –mínimo unos 50– y con la cantinela optimista habitual de unos inversores que están a punto de caramelo. Esta vez estaría bien que no solo hicieran butifarras y supieran algo del negocio del metaverso –aunque sea por disimular–. Pero, vamos, el guión laportiano nos ha demostrado mil quinientas veces que siempre hay un bote salvavidas inesperado, un invento de MacGyver para detonar una bomba, una lesión de dos meses que se convierten en cuatro, una brecha en la normativa de la Liga para seguir huyendo adelante. La pregunta es: ¿hasta cuándo?