La maldita tiranía del cronómetro

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Víctor Font, Francesc Garriga, Joan Laporta y Toni Freixa.

Crítica De TelevisiónDe todos los debates, el último, el de Tv3, era el que tenía verdadera entidad de programa de televisión: un plató en condiciones con los medios necesarios. El moderador, Francesc Garriga, prometía apenas empezar una fórmula que facilitaría un debate intenso, abierto y dinámico. Pero lo que constatamos es cómo los vicios de la política general han marcado la pauta al periodismo deportivo para encorsetar un debate por la presidencia del Barça que no necesita ni de lejos los mismos patrones: división por bloques y cronómetro en mano. Una estrategia que, por cierto, obsesionó inútilmente al moderador. La primera vez que un candidato quería intervenir para rebatir lo que decía un adversario el moderador ya le avisaba: “Tiene que ser muy breve...”, cuando acabábamos de empezar y solo habían hablado cuatro minutos cada uno.

Era el último debate, la última oportunidad de escuchar a los candidatos, seguramente la noche en la que los tres tenían más ganas de increparse. Pero la necesidad del moderador de alertar del cronómetro restó posibilidades al formato de ser intenso, abierto y dinámico como se prometía al inicio. Incluso cuando parecía que el cronómetro permitía a alguno de ellos extenderse algo más para equipararse al tiempo de los otros, recibía la advertencia de vigilar con los minutos del marcador. “Hago un acto de fe, sea breve”, “Solo diez segundos, por favor”, “Vaya acabando...”, “Sacaré la tarjeta amarilla y amonestaré si se alargan mucho...”, “Si lo hacemos todos más breve y hacemos intervenciones más cortas será más divertido”. Esta insistencia en la tiranía del cronómetro, incluso más que la que fue necesaria en el debate de los candidatos al Parlament, sacó fluidez al debate y dio un protagonismo innecesario al moderador. Quizás a él también le habría hecho falta un cronómetro.

Tampoco eran necesarias las introducciones informativas a cada bloque temático. El espectador quería escuchar a los candidatos y no perder el tiempo con píldoras de contexto que no determinaban la discusión de los tres protagonistas.

A nivel de realización echamos de menos más reacciones de los candidatos a las intervenciones de sus adversarios. La pantalla partida que ofrecía simultáneamente los tres candidatos era la más eficaz cuando se interpelaban, pero después de algunas de las grandes broncas de la noche nos quedamos con las ganas de ver cómo las encajaba el aludido.

La mejor idea del debate

La idea de las preguntas cruzadas fue, sin comparación, lo mejor del debate. Estimuló con mucha intensidad las réplicas entre los candidatos, se olvidó el cronómetro, aparecieron temas nuevos de discusión que no se habían abordado tan claramente en la campaña, permitió de forma inmediata que aflorara el talante más auténtico de todos los presidenciables y obligó el moderador a un papel más discreto.

Ahora bien, lo más sorprendente y alarmante del debate llegó al final, cuando ya se había acabado. Laia Tudel preguntó a los tres candidatos qué harían al día siguiente, sábado, jornada de reflexión: ninguno de ellos respondió que vería el partido del Barça contra el Osasuna.

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