BarcelonaEstoy acostumbrado a recibir críticas –e incluso insultos– como respuesta a muchos de mis artículos. La inmensa mayoría vienen por el mismo motivo aunque de bandos teóricamente contrarios. Pericos apolíticos nostálgicos de dictaduras fascistas y culés con pensamiento de raíces totalitarias que quieren imponer una idea de país que deja (en lo deportivo y en otros muchos) más de la mitad de los catalanes fuera. Tanto unos como otros son alérgicos a la diversidad y quieren enviar al Espanyol al córner hasta convertirlo en un ente exótico y extraño. Obviamente, las críticas y los insultos de estas personas –pericos y culés– me hacen cierta gracia a pesar de que no soy inmune a los ataques personales.
De la misma forma que me hace gracia que los enemigos de la diversidad y de la inteligencia me ataquen, me duele que a las personas que valoro, a quienes forman parte de mi equipo (real y metafórico) les parezca mal alguno de los mis artículos. Me ocurre cuando lo hacen amigos razonables del Barça o del Girona, como ocurrió una vez con el querido Josep Maria Fonalleras. Más aún cuando se trata de pericos que ven y viven el club como yo. Esto, después de casi catorce años de escribir un artículo perico a la semana en este diario, me ha ocurrido por primera vez este verano. Previendo una muerte agónica del club, expresaba el deseo íntimo de su desaparición inmediata. No se trataba de defender una muerte digna: era, como siempre que se reivindica la eutanasia, la defensa de una vida digna. Todo lo contrario de lo que –si se me permite la metáfora, que ya entiendo que tiene un punto desagradable– ha vivido el Espanyol en los últimos años y preveo que viva en los próximos.
Pero me quedó claro que la gran mayoría de pericos no están de acuerdo con desconectar el enfermo. Fantástico. Mientras viva, estaré. Ahora bien, lo que no tiene sentido es que, sabiendo, como todos sabemos, que la situación es crítica, se quiera quemar todo después del primer partido de Liga. Ninguna de nuestras críticas ni de nuestros silbidos afectará positivamente al club. Todo lo contrario: para Chen y Mao será indiferente, y para los jugadores, negativo. Somos los que somos y tenemos lo que tenemos. Un equipo que justea y un entrenador de la casa sin experiencia en Primera, pero que nos subió. Nuestro trabajo como aficionados es animar a cada partido desde la conciencia de que cada punto será de oro. Por tanto, viviendo cada partido como una final y celebrando cada victoria como un título. No existe alternativa. Bueno, sí, hay una, pero no le gustó.