El salto de trampolín más estrafalario de todos los tiempos
El primer día del año 1966, Stanisław Marusarz saltó al concurso de Garmisch-Partenkirchen con 53 años, vestido con corbata y sin haber dormido
BarcelonaLos hechos ocurrieron ahora casi sesenta años, el primer día del año 1966. El primer sol del nuevo año iba saliendo por detrás de los Alpes en la estación alemana de Garmisch-Partenkirchen. Los organizadores del popular concurso de salto de trampolín habían ido a dormir poco después de las campanadas, para ir encargándose de tenerlo todo a punto. Y fue entonces cuando vieron venir el Stanisław Marusarz. Todo el mundo le conocía, en el viejo Stan. Era un campeón de salto polaco que había ganado un montón de cosas en los años treinta. Después de la Segunda Guerra Mundial, había seguido compitiendo, pero ya era demasiado veterano, así que había pasado a ser entrenador. Hace sesenta años, Marusarz tenía 53 años y se encontraba en Garmisch-Partenkirchen, ya que le habían dado una medalla a una cena de gala. De hecho, cuando se acercó a los jueces de la competición todavía llevaba el elegante traje, con americana y corbata, con el que había celebrado en Nochevieja. "Hoy salto", dijo Marusarz. "¿Tienes equipo?", le respondieron. No, no lo tenía. Tampoco le hizo falta, era un hombre sin miedo. Y ese primero de enero dio el salto de trampolín más curioso de todos los tiempos.
Stanisław Marusarz era un hombre valiente. Uno de esos personajes con sus sueños al que había pasado por encima el tren de la historia. Como en todos los polacos de aquella época, vaya. Nacido en Zakopane, en la frontera polaca de la cordillera de los Tatra, de pequeño ya se sentía fascinado por las cimas que veía desde casa. De la zona de Zakopane surgieron algunos de los mejores escaladores del planeta, aunque Marusarz prefería esquiar. En su casa todos lo hacían, de hecho, ya que su padre sabía mucho porque era guarda forestal. Con diez años ya participó en un primer concurso de saltos, y con dieciséis, subía al podio de un concurso en el que inicialmente no le habían querido por ser demasiado joven. Nunca aceptaba un no como respuesta. Marusarz pronto se unió a los mejores saltadores de esquí de Zakopane, cruzando por primera vez la frontera para ir a la vecina Checoslovaquia para competir y seguir aprendiendo. En 1931 ganó las competiciones de salto de esquí en Zakopane y se proclamó subcampeón polaco. Esta medalla de plata le abrió las puertas de los Juegos Olímpicos de 1932 en Lake Placid (Estados Unidos), donde sería decimoséptimo en el concurso de saltos, y participaría también en una carrera de esquí de fondo y la combinada nórdica.
Marusarz mezclaba los saltos con el esquí, tanto de fondo como el descenso. Se apuntaba a todas las competiciones y modalidades, protagonizando grandes duelos con los saltadores de Noruega, los mejores del mundo. En 1936 repetiría en unos Juegos Olímpicos en Garmisch-Partenkirchen, donde pese a llegar enfermo, fue quinto. Cada año, parecía mejorar y en 1938 ganó una medalla de plata en saltos de esquí en el Campeonato del Mundo de esquí en Lahti (Finlandia), y se convirtió en el primer polaco que ganó una medalla en los campeonatos. Marusarz dio dos saltos, el primero de 66 metros y el segundo de 67, y estableció un nuevo récord de la pista. Pero los jueces empezaron a discutir sobre la longitud de su segundo salto. El árbitro finlandés decía que había llegado hasta los 67,5 m, pero el juez noruego decía que eran 67. Los delegados polacos creían que así quería favorecer a su compatriota Asbjørn Ruud. Sin embargo, Marusarz no quiso entrar en debates y dio por válidos los 67 metros, aunque eso significó que Ruud se convirtió en el campeón del mundo con la suma de distancias, superando por apenas 300 metros su rival.
Perseguido por los nazis
Se encontraba en el mejor momento de su carrera. Y entonces, llegaron los nazis. La Segunda Guerra Mundial comenzó cuando Hitler ordenó invadir Polonia. Y Marusarz decidió alistarse a la resistencia. Como entonces él ya gestionaba un refugio de montaña en la frontera con Checoslovaquia, empezó a coordinar una red para ayudar a escapar a personas y hacer llegar mensajes al otro lado, jugándose la piel. En 1940 fue detenido por unos soldados, pero escapó saltando por la ventana de la comisaría de montaña. Pero su nombre quedó marcado: los nazis le buscaban. Así que decidió huir a Hungría, entonces oficialmente todavía neutral, con su esposa. Sin embargo, durante la huida los pillaron. Marusarz sería interrogado y torturado, y le enviarían de vuelta a Zakopane, donde fue interrogado en la sede de la Gestapo. Pero se negó a dar nombres de miembros de la resistencia. Los alemanes, pues, intentaron cambiar de táctica ofreciéndole un montón de dinero y trabajo como entrenador en los Alpes bávaros. Marusarz no cedió. Al cabo de unas semanas fue condenado a muerte junto a otros 140 prisioneros y trasladado al corredor de la muerte al fuerte de Krzesławice, cerca de Cracovia, el lugar donde los prisioneros eran ejecutados.
Pero Marusarz tenía mil vidas. En la celda donde estaba, ideó un plan de fuga junto con otros miembros presos. Usando la pata de un taburete, forzaron las barras de hierro de una ventana y unos 30 presos consiguieron saltar a un patio: era una caída de cuatro metros y algunos se rompieron la pierna, y quedaron por el suelo. Otros consiguieron cruzar el patio y llegaron a un muro alto, donde era necesario escalar un poco, lleno de alambre. Cuando él estaba escalando, los guardias descubrieron el intento de escape y empezaron a disparar. Sólo dos hombres conseguirían huir, Aleksander Bugajski y, como no, Stanisław Marusarz. El deportista había recibido una bala en la pierna, pero salió adelante gracias a la colaboración de ciudadanos anónimos. La fuga fue tan espectacular que se hizo un documental y un filme años más tarde. Al final, Stanisław logró llegar a Hungría, donde vivió escondido utilizando papeles falsos. De hecho, se dedicaría a entrenar saltadores locales bajo el nombre falso de Stanisław Przystalski. En enero de 1944, cuando acompaña a los saltadores en una competición, fue reconocido por un saltador alemán, Sepp Weiler. Éste le dio la mano y no le delató.
Stanisław había logrado sobrevivir a la guerra. Su mujer, pese a ser torturada y encarcelada, también. A su regreso a Zakopane descubrió qué le había pasado a su familia. Había perdido a dos hermanas: Helena había sido fusilada para ayudar a la resistencia y Zofía, deportada al campo de exterminio de Ravensbrück. Un hermano, Jan, había conseguido huir alistándose en el ejército de polacos que combatía junto a los británicos, y emigraría a Canadá en 1945. De los seis hermanos que eran, sólo él se quedaría en Polonia, ya que Jan va conseguir papeles para los otros dos hermanos. El Stanisław, en cambio, no quería dejar sus cumbres del Tatra y Zakopane. Además, había recibido medallas y condecoraciones por su valor. Después de la guerra, participó en los Juegos Olímpicos de St. Moritz de 1948, pero ya no era el de antes. En Polonia seguía ganando, pero sus mejores años ya habían pasado. Se dedicaba a entrenar, a diseñar trampolines y pistas de esquí y, cuando podía, a escondidas, ayudaba a huir a personas que querían marcharse de la Polonia comunista. En 1952 sería el abanderado polaco en los Juegos Olímpicos de Oslo, los cuartos de su carrera, pero no los últimos, ya que en 1952 todavía formaría parte del equipo de Polonia en Cortina de Ampezo, aunque como en suplente. En 1957 decidió poner fin a su carrera.
Hace sesenta años, pues, ya estaba retirado hacía tiempo. Pero durante la cena de gala que le habían hecho a Garmisch-Partenkirchen, medio en broma, le dijeron si no se atrevía a participar en el torneo por última vez. celebrar el cambio de año el Stanisław decidió que saltaría. Y vestido con corbata y zapatos elegantes, se plantó delante de los jueces. El polaco tuvo que pedir esquís y botas, y saltó con corbata y americana. le abrazaron y le pasearon levantándolo sobre los hombros. La prensa también le rodeó y él, risueño, explicó que era todo un honor "recibir el amor". de los alemanes". "Hace unos años queríais fusilarme y ahora me cuidáis" explicó. Marusarz daría su último salto en 1979, cuando tenía 66 años, en casa, en Zakopane, donde moriría en 1993 con 80 años. Allí descansa en un cementerio con vistas a las montañas.