Wilfred, el portero del Rayo convertido en símbolo de la lucha contra el racismo

La puerta número 1 del estadio de Vallecas lleva el nombre de este portero, que murió de manera trágica

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El portero Wilfred Agbonavbare durante su presentación al Rayo Vallecano la temporada 1993-1994

Con 85 años Carmen Martínez se encontró en la calle. A primera hora de la mañana la policía entró en su modesto piso de la calle Sierra de Palomeras de Madrid para echarla. Unos meses antes había avalado un préstamo que su hijo no había podido devolver. La persona que había hecho el préstamo se cobró el aval que el hijo había aportado, el piso de su madre, enferma, que vio cómo se quedaba sin nada de un día para el otro. Más de 20 activistas intentaron parar el desahucio sin suerte. Algunos de estos jóvenes eran a la vez aficionados del Rayo Vallecano, el equipo del barrio de Carmen. Y en un partido liguero mostraron pancartas a favor de la anciana. Su mensaje llegó a todos los rincones del barrio madrileño y el técnico del equipo, Paco Jémez, decidió ayudar. En rueda de prensa, explicó que los futbolistas y el cuerpo técnico darían dinero para encontrar un piso a Carmen. Finalmente, el Rayo Vallecano consiguió más de 21.000 euros para su vecina, una mujer que siempre había seguido de lejos el fútbol. "Me hacía gracia cuando el Rayito ganaba, pero no me esperaba que serían ellos los que me ayudarían", explicaría.

"El Rayo Vallecano es más que un club. Cuando llegas a Vallecas ya ves que es un barrio diferente, donde todo el mundo ha sufrido mucho. Una zona trabajadora muy orgullosa del Rayo, donde los vecinos, como pasaba antes, todavía se ayudan. A la que llegas, te sientes parte de una comunidad", explica Paco Jémez, técnico muchos años del rival del Barça en la Copa. Vallecas, durante décadas, fue sinónimo de pobreza y miseria en Madrid. Pero también de solidaridad y luchas vecinales. Durante siglos fue un pueblo no muy lejos de Madrid, pero después de la Guerra Civil la capital española creció tanto que se tragó a Vallecas y lo convirtió en un barrio al que llegaba gente de toda la Península buscando trabajo.

Y en medio del barrio, un club de fútbol. El Rayo Vallecano, un club fundado en los años 30 que llegó a Primera en 1977 por primera vez. Un club que ya vio cómo su primer estadio era clausurado por su ruinoso estado. El actual campo, con sede en la calle del Payaso Fofó, también parece caer a trozos, pero aguanta en medio de un barrio que ha convertido al equipo en un punto de encuentro de la gente que ha ido haciendo de Vallecas un barrio con tanta personalidad. Un club, ahora en Segunda, que vive una fractura interna, con los forofos en contra de la directiva de Raúl Martín Presa, al que critican porque consideran que no defiende los valores del barrio. Unos valores representados en Carmen y el portero Wilfred. 

Fernando Hierro supera al portero del Rayo Vallecano Wilfred Agbonavar en un partido de Liga en 1994

El largo periplo de Wilfred Agbonavbare

Hace cinco años el Rayo intentó ayudar a uno de sus futbolistas más queridos, el portero nigeriano Wilfred Agbonavbare, enfermo de cáncer. A los 48 años, Wilfred era consciente de que no podría despedirse de sus hijos, puesto que vivían en Nigeria y no tenía dinero para pagar el viaje. Fue Carmen quien se ofreció a pagarlo. El Rayo, gracias al esfuerzo de los jugadores y los forofos con sus donaciones, había entregado más de 20.000 euros a Carmen, y ella dio la mitad a la familia de Wilfred. Y sus hijos llegaron a tiempo para estar en el funeral, pero no para despedirse en vida de su padre por culpa de unos trámites con los visados. Un padre, Wilfred, que todavía hoy en día preside una de las entradas del campo del Rayo con un gran mural pintado por los forofos. La puerta número 1, en Vallecas, es la puerta de Wilfred.

Nacido en Nigeria, Wilfred Agbonavbare había llegado a ganar la liga de su país como portero, pero decidió irse, cansado de la falta de estabilidad de un país marcado por los conflictos civiles y los golpes de estado. En los años 80 estuvo a prueba en el Brentford inglés. Y en 1990 se plantó en Madrid pagándoselo de su bolsillo, ofreciéndose a diferentes clubes. Iba al estadio, explicaba quién era y pedía una prueba. El técnico del Rayo, Félix Bardera Felines, le hizo caso y decidió ficharlo, a pesar de que en los primeros años tenía un contrato tan modesto que algunos juveniles cobraban más que él. "Mira que era buena persona. Pasaba muchas horas con los niños de los equipos inferiores, entrenando con ellos. Le habían encontrado un piso en Vallecas, no muy lejos del campo, e iba andando al estadio", recuerda Jémez, que fue compañero suyo de equipo. Wilfred, a quien todo el mundo llamaba Willy, jugaría 177 partidos con el Rayo, 76 en Primera y 101 en Segunda, y conseguiría dos ascensos. Y sufriría dos descensos. Sus actuaciones con el Rayo le permitieron ser convocado por la selección nigeriana y formó parte del equipo que ganaría la Copa de África en 1994 y jugaría el Mundial del 1998, siempre como suplente. En 1996 se había ido al Écija, de Segunda. Y poco después volvería a Nigeria, donde se retiraría. "No ahorró. No tenía un buen sueldo y era de esos que lo daban todo. Alguien lo debió de engañar, pero igualmente era todo corazón. Siempre quería dejar dinero a quien no tenía, a vecinos, a jóvenes del equipo", explica Jémez.

"Willy era un trozo de pan. Muy buena persona. Ahora recuerdo esa época e imagino lo que debía de sufrir. Los otros quizás no fuimos conscientes de ello, el fútbol de antes era desagradable. En cada campo te insultaban de la manera más cruel, te caían objetos. Habíamos normalizado esa violencia. Pero para Willy era peor", admite Jesús Diego Cota, gran capitán del Rayo durante muchos años. A inicios de los años 90 Wilfred se convirtió en el objetivo de los insultos racistas de los miembros de peñas radicales de extrema derecha de media España, tal como le había pasado a Tommy N'Kono con el Espanyol. Cuando el Rayo jugó un derbi en el Santiago Bernabéu contra el Real Madrid, los Ultra Sur, los radicales del club blanco, le dijeron de todo. Que si tenía que ir a recoger algodón, que si era un mono, que si era un esclavo. Alrededor de esos skinheads, jóvenes de tan solo 12 años se reían, imitando los insultos, mientras la televisión lo grababa todo. Wilfred no hacía caso y se intentaba concentrar en el juego. El Rayo ganó 0-2. Al salir del campo, forofos blancos buscaron las cámaras de TV para explicar que habían perdido por culpa del árbitro y el "puto negro". Afirmaban que irían a Vallecas a buscarlo, para matarlo, mientras dentro del vestuario los jugadores del Rayo celebraban el triunfo entre bromas, puesto que el presidente del club, el polifacético empresario Ruiz Mateos, explicaba que Wilfred había brillado sobre el césped gracias al nuevo patrocinador del club, una bebida que, supuestamente, servía para mejorar la vida sexual de las personas. 

"El fútbol entonces era así. El propio Wilfred aguantaba nuestras bromas en el vestuario, para muchos era la primera vez que compartíamos la vida con alguien de color. Le hacíamos bromas sobre el color de la piel, pero él sonreía y seguía trabajando, no se enfadaba nunca. Supongo que entendía que, más allá de las bromas, los compañeros de equipo siempre lo defenderíamos", admite Cota.

Wilfred volvería a Vallecas después de retirarse, buscando trabajo. Acabó en una empresa de mensajería, ordenando los almacenes, intentando ganar dinero como fuera, puesto que su mujer cayó enferma de cáncer. Wilfred se gastaría todos los ahorros para poder enviarla a una clínica de los Estados Unidos, donde murió. Triste, siguió trabajando, mientras entrenaba a los porteros de las categorías inferiores del Coslada. Siempre que podía iba a ver al Rayo, donde le hicieron un homenaje cuando se supo que él también sufría cáncer. "Pero nos engañó, se calló la verdad. Nos decía que estaba curado cuando no era así. No quería pedir favores", se queja Cota. Cuando lo hospitalizaron, finalmente, Wilfred explicaría a sus amigos que no tenía ni un euro y no podía ni ver a sus hijos. Sus antiguos compañeros de equipo se ofrecieron a pagarle el tratamiento, pero ya era demasiado tarde. Tampoco el dinero de Carmen llegó a tiempo para que pudiera despedirse de sus hijos. "Nadie tendría que morir, pero cuando la persona que muere ha sufrido tanto y era tan buena persona... te jode mucho", explica Jémez. Wilfred no tuvo suerte en vida. Pero, una vez ya no está, su nombre sigue muy presente en el estadio del Rayo, donde una nueva generación de forofos explica las historias de un portero que sufrió el racismo pero no desfalleció. Hasta convertirse en el héroe de toda una afición.

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