Moda

¿Por qué Adolf Hitler odiaba el lápiz de labios rojo?

Retrato de la actriz Elizabeth Taylor con los labios pintados de rojo
20/05/2025
3 min

En la historia existe una clara relación entre el maquillaje y la consideración de las mujeres en cada momento histórico, ya que, cuando han gozado de más derechos y libertades, el maquillaje ha emergido con mayor fuerza y protagonismo. En el Antiguo Egipto, por ejemplo, las mujeres tenían derecho a poseer y heredar propiedades, regentar sus negocios e iniciar procesos judiciales contra hombres. Este estatus se tradujo estéticamente en un potente maquillaje de labios rojos y ojos delineados con alcofoll. Por el contrario, cuando el patriarcado ha ahogado su autonomía, el maquillaje se ha amortiguado y ha sido duramente castigado. Tal es el caso de varios concilios eclesiásticos medievales que consideraron el maquillaje como un pecado por ser un engaño al deseo masculino y, durante los juicios de Salem (1691), fue tildado como recurso de seducción diabólica.

Esta estrecha relación entre maquillaje y estatus de las mujeres se debe a que el pensamiento conservador a menudo les ha impuesto tener que cumplir con unos rígidos dictámenes morales que restringían su libertad sexual. Así pues, el rojo de los labios y el rosado de los pómulos, que según la psicóloga evolutiva Nancy Etcoff son señales sexuales que recrean la juventud y el vigor de la salud, alejan a las mujeres de la castración sexual a la que han sido sometidas a lo largo de la historia. Además, el rojo es uno de los colores con una longitud de onda más larga, que lo hace destacar y atrae la mirada de los demás, y pone en peligro la idea de que la mujer se reserve exclusivamente para su marido.

La actriz Ava Gardner.
La actriz Audrey Hepburn.

Pese a que el maquillaje nunca ha sido restringido a una élite social, sí que debe entenderse bajo un sesgo clasista, pues entre las mujeres privilegiadas no ha sido muy bien visto pintarse de forma explícita. De hecho, a las clases privilegiadas siempre se les ha atribuido una superioridad moral que había que visibilizar estéticamente y, precisamente por las connotaciones sexuales del maquillaje, este acercaba demasiado peligrosamente a estas mujeres al libertinaje y a la prostitución. Con esta premisa y bajo la estricta moral puritana de su reinado, la reina Victoria de Inglaterra proscribió el maquillaje y contribuyó a que la palidez de la cara de las mujeres fuera el nuevo ideal de belleza burguesa.

Durante el régimen nazi, Hitler y su aparato ideológico impusieron una visión muy controladora, conservadora y puritana del cuerpo de la mujer, con un ideal de feminidad "natural" y entregado a la maternidad, la familia y la obediencia. Por eso, el maquillaje demasiado llamativo –y muy especialmente el lápiz labial rojo– fue visto por Hitler como un símbolo de decadencia y de influencia extranjera (especialmente de Hollywood), asociado a mujeres consideradas degeneradas, como prostitutas o comunistas. En consecuencia, durante la Segunda Guerra Mundial en Reino Unido, Francia o Estados Unidos, el lápiz labial rojo fue empleado como un acto simbólico de resistencia femenina y de orgullo altivo ante la ocupación. Tanto es así que Winston Churchill no lo incluyó dentro del racionamiento y siempre animó a las mujeres británicas a pintarse los labios de rojo. En primer lugar, como gesto desafiante hacia los nazis y, en segundo lugar, para que su belleza sensual elevara la moral de los combatientes.

Y es precisamente aquí cuando llegamos a uno de los callejones sin salida al que nos conduce la percepción cultural del lápiz labial rojo. Por un lado, se ha convertido en una herramienta de protesta feminista, desde el sufragismo hasta la actualidad, como reflejo de poder, seguridad y autocontrol de la propia imagen, bajo el lema del lipstick feminism. Pero, por otra parte, al igual que Churchill quería que las mujeres se maquillaran para alegrar la vista a los hombres, los labios rojos también se han convertido en un reflejo claro de la sexualización de las mujeres, condenadas a tener que satisfacer el deseo masculino.

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