La carpintería, una casa con memoria
Entre sus espacios pervive el espíritu de los oficios. La carpintería (Alt Empordà). Clara Crous Arquitectura
Antes de que fuera casa fue taller, sí, una carpintería. Durante décadas, entre las paredes que ahora habita una familia se trabajaron tablones. Olía a madera y resonaban las herramientas que le son propias. Hoy, ese pasado no sólo se recuerda, se respira. La arquitecta Clara Crous, que describe el suyo como un despacho de "arquitectura e interiorismo consciente, de proximidad", ha transformado la antigua carpintería de un pueblo del Alt Empordà en una vivienda que mira al presente sin renunciar a la esencia original. Su intervención no borra el rastro de lo que había, sino que le hace visible y lo convierte en estructura vital del proyecto.
En la planta baja, la potencia, también visual, de las bóvedas catalanas da fuerza e identidad al espacio. Como elementos que estaban allí antes de la reforma, sostienen la memoria del taller, y ahora articulan la distribución de la vivienda. Bajo estas vueltas, la vida vuelve a concentrarse: la cocina y la sala de estar comparten un único ámbito abierto, continuo, donde la materia de siempre se combina con las entradas de luz natural y los nuevos elementos que se han introducido. La decisión de situar la cocina a este nivel no es sólo funcional, es una forma de habitar la memoria, de devolver la actividad diaria y colectiva al lugar donde siempre había habido movimiento.
En cambio, la escalera que sube a los dos pisos superiores conduce a la parte más íntima de la casa, liberada ahora por completo para las habitaciones y los espacios privados. De hecho, el proyecto busca coherencia y confort para la vida cotidiana, sin artificios. Como viene a decir Clara Crous, la intervención no quiere imponer ningún nuevo lenguaje, sino dejar que los muros vuelvan a respirar. Por ello, se han desnudado las paredes de los revestimientos de cemento y yeso y se han restituido los morteros y estucos de cal que permiten transpirar a la piedra y el adobe originales. Este gesto, aparentemente técnico, es también poético: devolver a los materiales su naturaleza, dejarles realizar su trabajo con humildad.
La luz, filtrada por las nuevas aberturas y por un patio delantero recuperado, acentúa la textura de los muros y la tonalidad cálida de los estucos. El patio, antes residual, se ha convertido en un espacio de transición importante, un espacio vivo, un filtro entre la calle y la intimidad doméstica. Aquí la casa respira literalmente, conectando interior y exterior, pasado y presente.
En los pavimentos de adobe manual y en las baldosas hechas a mano pervive la sensibilidad de los oficios. Cada superficie conserva una pisada, una irregularidad mínima que habla del paso del tiempo. Esta atención a los detalles, propia de la forma de trabajar de Clara Crous, hace que La Fusteria sea mucho más que una rehabilitación: es una reconciliación con su propia historia. Esta casa muestra cómo la tradición puede ser contemporánea y cómo la memoria puede ser estructura y no decorado.
Reformar no ha sido en este caso un ejercicio de sustituir, sino comprender. Se han leído las capas del lugar y se ha respondido con respeto y medida, actualizando su confort y eficiencia energética sin diluir su identidad. En La Fusteria queda el carácter que tuvo ese espacio, lo que da una marcada singularidad a la nueva vivienda.
Así, allí donde un tiempo sonaban las sierras y se respiraba olor a madera y barniz, hoy reina la calma, la naturalidad y la luz bien entendida. Pero, en todo caso, bajo esta serenidad aún late el espíritu de un oficio. Las bóvedas, muros y materia recuperada hacen de esta casa un pequeño manifiesto sobre el valor de la memoria construida. En el Alt Empordà, una antigua carpintería ha vuelto a abrir puertas, ahora para hacer vida.