Los discípulos de Enric Miralles: "Era un pozo de sorpresas, siempre iba un paso más allá de lo que pensabas"
El autor del nuevo cementerio de Igualada y del Parlamento de Escocia dejó una marca muy profunda en sus colaboradores. Algunos de ellos le recuerdan días antes de que cumpla 25 años de su muerte
BarcelonaEl legado de Enric Miralles (1955-2000) está lleno de gestos poderosos y al mismo tiempo líricos: los difuntos del cementerio de Igualada se encuentran siempre bajo tierra, las pérgolas de la Villa Olímpica evocan una procesión de gigantes y renacuajos y un antiguo salón del Círculo de Lector. Más adelante incorporó la imagen de las barcas de las tierras altas al diseño del Parlamento de Escocia y planteó la cubierta del Mercado de Santa Caterina como un sinuoso tendido de las más variadas frutas y verduras. Miralles es considerado un arquitecto genial y uno de los puntales de su trayectoria se encuentra en que siempre trabajó en compañía. El primer estudio, Miralles lo fundó con Carme Pinós, después tuvo un solo y más adelante otro con Benedetta Tagliabue. Y en todos estos momentos trabajó con él un grupo de arquitectos más jóvenes que quedaron cautivados por su potencia creativa y su bonhomía, tanto en las aulas como en su estudio y en las obras. Como el próximo jueves es el 25 aniversario de su muerte, hemos hablado con algunos de ellos, que lo recuerdan todo ello como si hubieran formado parte de una familia muy especial. "Era capaz de construir metáforas que van mucho más allá y tienen que ver con la historia, la literatura y el cine", afirma Josep Bohigas, quien tuvo a Miralles de profesor y trabajó en su estudio. "Enric era muy catalán y estaba muy interesado en fijar estas raíces y al mismo tiempo se escapaba", explica.
Este conjunto de arquitectos trabajó incansablemente día y noche y fines de semana, y dos constantes de sus experiencias son que sintieron que tenían una relación especial con él y que se divirtieron mucho. "Estaba llamado a ser Le Corbusier del siglo XXI", afirma Josep Salló. "Me supo encender una llama de compromiso con la arquitectura que no he encontrado en ningún otro sitio", dice Rodrigo Prats. Para la arquitecta vasca Rocío Peña, la mirada de Miralles era excepcional. "Podía darle la vuelta a un dibujo para provocar cambios y conseguir avances". "Te enseñaba a mirar de forma diferente, siempre nos transmitía la fe para poder hacer un proyecto", explica Peña.
Una mirada especial, construir una manzana
Los colaboradores, Miralles solía encontrarlos entre sus estudiantes. Lo recuerdan entrando en clase siempre cargado con una bolsa llena de libros para acompañar sus explicaciones. Además, en su estudio estos arquitectos encontraban libros que no estaban en la biblioteca de la escuela y que Miralles compraba durante sus viajes, entre los que destacaba la exclusiva edición de las obras de Le Corbusier de los Archivos de Arquitectura Garland. Rocío Peña conoció a Miralles en un momento muy inicial, cuando trabajaba en el estudio de Helio Piñón y Albert Viaplana e impartía clases en el curso de Federico Correa en el Etsab. "Éramos sólo trece personas en clase, una barbaridad, como tener una clase particular", dice la arquitecta, que tuvo a Miralles en la asignatura de proyectos de primer curso. De esas clases recuerda ejercicios como que les hacía ir a explicar sus dibujos a los estudiantes de quinto y viceversa, para que se dieran cuenta de que la diferencia entre ellos no era tan grande. "Tenía una personalidad irresistible, era muy carismático y cuando le enseñabas tu proyecto, con toda tu inseguridad y tu timidez, él la explicaba de otra forma y te parecía que tu proyecto, y los de los demás compañeros, eran absolutamente maravillosos", dice Peña. "Los cursos posteriores, sin esa mirada nos sentíamos huérfanos". Por otro lado, recuerda cómo Miralles estaba interesado en la arquitectura más allá de los estilos: "Podía mirar la arquitectura clásica al igual que miraba la moderna, para él eran lo mismo".
Josep Miàs trabajó junto a Miralles durante una década, hasta su muerte. "He tenido la suerte de tener a un maestro, desde todos los puntos de vista", afirma. Respecto a los otros colaboradores, Miàs se distingue porque fue junto a Miralles también como asistente cuando hacía de profesor, tanto en Barcelona como en diferentes universidades europeas y en Harvard. Su método pedagógico tenía una singularidad: "No impartíamos clases para explicar lo que sabíamos hacer, sino que explicábamos lo que aún no sabíamos hacer. Lo interesante era que sus clases eran un ámbito de investigación y de reflexión muy singular respecto a lo que era el despacho", dice Miàs. Esto hacía que se produjeran situaciones al límite: "Enric quiso dar la última clase del último máster que hizo en la UPC: entró en la sala donde estábamos todos los profesores juntos y me pidió que cerrara la puerta y nos dijo: «Construiremos una isla, pero no se lo diga a nadie, porque pensarán que estamos locos». Otro de los colaboradores, Josep Ustrell, quedó tan fascinado por sus dibujos que se cambió los horarios en la escuela para poder tener a Miralles de profesor el último año de carrera. Mientras que los demás profesores le habían parecido demasiados académicos, quedó cautivado por la "libertad" que le dio. "Más de la mitad del curso eran extranjeros, le conocían más fuera que aquí", dice Ustrell. "Enric era un profesor magnífico", dice Josep Bohigas, que también trabajó en su estudio. "Enric era capaz de vincularlo todo en torno al proyecto arquitectónico -explica Bohigas- y lo convertía en una máquina de hacer cultura. El hecho de hacer un proyecto iba más allá de resolver un problema funcional, lo amplificaba en el ámbito cultural".
En el caso de Pep Salló, afincado en Girona, estudió con Miralles, que le llevó el proyecto de final de carrera como tutor. Para realizar las correcciones, Miralles le llamaba para que se encontraran por las noches y trabajaban hasta la madrugada. "Me pusieron un diez, y Enric nunca me perdonó de que no aprovechara una beca para ir a dos años a Harvard", explica. Salló tenía ganas de empezar a trabajar y empezó en la carpintería familiar y en colaborar con Miralles, en proyectos entre los que destacan el Círculo de Lectores de Madrid, del que fueron los constructores, y la compleja mesa InesTable, cuyo nombre incluye un homenaje a su segunda hija, que acababa de nacer. Miralles había llamado la mesa Inestable, y aprovechó una visita a la carpintería del padre de Salló para visitar a su colega y conocer a la niña, y cuando supo que se llamaba Inés, dijo que a partir de entonces diría InesTable, para que así también fuera la mesa de Inés. "Enric era extraordinariamente brillante, y tenías que estar a su lado absorbiendo todo lo que podías. No hacía el típico dibujo que pasaba a un ebanista, sino que el proceso de creación era conjunto, muy creativo y muy inspirador, y después se iba modificando los prototipos". "Yo estudié arquitectura muy convencido de lo que hacía, pero conocerle significó un cambio radical".
Hablar dibujando
Enric Miralles es recordado como un dibujante extraordinario, algo especialmente importante porque estos arquitectos empezaron a trabajar con él antes de que el oficio empezara a digitalizarse. "Quien quiera entender la arquitectura de Enric Miralles puede ir a ver sus obras, pero su arquitectura está en los dibujos", advierte Miàs. "Te contaba los proyectos dibujando -añade- e ibas entendiendo qué le pasaba por la cabeza con la superposición de los dibujos que iba haciendo: cómo el edificio interactuaba con la ciudad, con el programa que le habían propuesto... Todo era a través del dibujo". A la arquitecta Pia Wortham, que estudió con Miralles en Columbia y le siguió hasta Barcelona, le sorprendió el hecho de que empezara a dibujar por la última hoja del bloque de papel vegetal, así que el primero incluía todos los cambios que había hecho. "Acababa con una topografía de dibujos, con capas y capas de dibujos. Su dibujo era más trabajado de lo que yo había visto nunca y Enric tenía una capacidad impresionante de pensar en tres dimensiones", recuerda. "En Estados Unidos había esta tradición que hacías un dibujo en una servilleta de papel y de ahí salía el edificio y, en cambio, los dibujos de Enric eran muy trabajados". Sin embargo, su padre, que estaba vinculado al Museo de Bellas Artes de Houston, desconfiaba de la arquitectura de Miralles y preguntó a Rafael Moneo, que había hecho un edificio, qué le parecía que su hija trabajara allí. Aunque Moneo había levantado polvareda cuando se había negado a evaluar la tesis de Miralles en una primera corrección, le respondió que era un arquitecto de primer nivel.
Estos discípulos guardan unos recuerdos muy especiales sobre todo del estudio que Enric Miralles tuvo en un antiguo taller de alfombras en un palacete de la calle Aviñón durante los primeros años 90. "Aquello fue fundacional: montamos un estudio [Gòtic Sud], vivíamos todos en un edificio, íbamos de excursión, que... de Etsab durante unos años para dedicarse absolutamente al trabajo junto a Miralles. "Aquel trabajo tenía una dimensión muy completa, porque no sólo hacías arquitectura sino que aprendías a mirarlo, a hablarlo ya amarlo". Incluso su padre llegó a abrir una copistería a la que puso el nombre simbólico de La Fundació. Les ha quedado grabado que trabajaron a gusto de sol a sol y fines de semana. Y las meriendas, y los partidos de baloncesto en la terraza y que Miralles, que había sido jugador profesional, quería ganar siempre. "Como en la escuela, en el estudio tenía libros abiertos y el fragmento de una maqueta que formaban parte de la conversación, y Enric tenía mucha conciencia de ello", dice Pla. "Hoy nadie lo haría", añade Joan Callís. "Un día, al cabo de cuatro meses, venía Enric y te daba un talón y recordabas que aquello era un trabajo", remacha Pla.
Sin embargo, Miralles no dejaba de trabajar más allá de los proyectos que tenía más encaminados. Cuando se marchaba de su mesa, a menudo sus colaboradores iban a curiosear qué hacía. Entre esos bocetos, Pla recuerda a los de un aulario para la Universidad de Valencia que no salió adelante. "Era un momento muy emocionante, no es que apareciera algo nuevo sino que aparecía una tipología, Enric encaraba las cosas explicándonos a nosotros y al mundo que una universidad podía ser una cubierta, ¡todos nos parecía un regalo!", explica. "Enric tenía una capacidad de trabajo brutal", recuerda Rodrigo Prats, el único de todos esos colaboradores que no estudió con Miralles. "No tenía el estatus de ninguna –añade–, sino un estatus emocionalmente superior, el de profesor reverenciado, por la facilidad con la que explicaba lo que quería hacer y por cómo lo hacía. Y como sabía el compromiso que tenías, te dejaba". Prats empezó a trabajar con Miralles cuando compartía estudio con Carme Pinós, y trabajó sobre todo en los edificios olímpicos de tiro con arco y la escuela hogar de Morella". De todo ese momento le quedó grabada la "libertad", revolucionaria en ese momento, con la que planteaban los edificios, alejada de lo que haces una hacía si no lo hacías si no lo planteabas. del volumen, la planta, la sección, el programa y las necesidades del cliente", explica.
Una singularidad de aquel despacho es que Miralles quería que sólo formaran parte arquitectos, así que les tocaba coger el teléfono, en un momento en que su arquitectura recibía una atención creciente. para cada uno de los miembros. "Estabas siempre produciendo un original y estábamos obligados a hacerlo tan bien como supiéramos. Vivíamos muy concentrados, los dibujos eran siempre muy grandes, estabas muchas horas, muchos días sobre el mismo dibujo, y dibujábamos de una manera que sobre la planta abadías el plan que más te parecía. Construías el dibujo y, si no estabas muy dentro, te podías perder", dice Pla.
En la arquitectura Miralles fue clave el estructurista Agustí Obiol (1953-2023). Robert Brufau, que era su socio en aquel momento y que acogió a Miralles en algunos meses, que acogió a Miralles en la cocina los días que estaba más tenso: "Enric era muy buen arquitecto, pero en cuanto a las estructuras tenían criterio, pero no sabía. Entonces, cuando se le ocurría alguna idea para un proyecto nuevo, le daba unas formas previas y se ponía en contacto con Agustí". Las reuniones de Miralles y Obiol solían durar una tarde y salía satisfecho porque ya tenía el proyecto. "Agustí era un intuitivo muy considerable, entendiendo que la intuición es la previsión. Tenía una base lo suficientemente grande y lo suficientemente amplia como para que en cada momento en el que salía un problema tuviera la opción más adecuada. Era un catedrático de estructuras y, por tanto, conocía bien todos los pasos que se habían dado durante cinco o seis siglos, y quizá te daba una solución del siglo XVIII". A Miralles esta manera de trabajar le gustaba mucho. "Enric era un pozo de sorpresas, siempre iba un paso más allá de lo que pensabas. Cuando creías que había llegado a un punto que estaba bien, iba más allá. Y por eso Agustí le iba muy bien, porque le daba continuidad e incluso le permitía llegar más lejos".
Toda una trayectoria junto a Miralles
Joan Callís ocupa un lugar excepcional entre sus colegas: empezó a trabajar con Miralles en el estudio que tenía con Carme Pinós gracias al maquetista Miquel Lluch y le siguió hasta su muerte. En el estudio de la calle Avinyó conoció a Pia Wortham y crearon una familia. También, a diferencia de los demás, Callís tuvo a Miralles de profesor más tarde, en el último curso de la carrera. "Me llamó Miquel Lluch para que fuese a ayudarle a hacer unas maquetas. No sabía quién era Miralles y entonces no había internet para buscarlo", afirma Callís: "Fue un poco raro estar trabajando con él y que fuera tu profesor del último curso de proyectos. Llegaba y te decía que ese día no te decía que ese día no e decía que ese día no te decía. bien porque Enric no se explicaba mucho y después ibas a clase y podías hacer conexiones". Uno de los hitos de Callís en el estudio EMBT fue la finalización del Parlamento de Escocia tras la muerte de Miralles: fue y vino de Edimburgo a menudo durante siete años. "El Parlament lo dibujó todo Enric, estaba todo allí. Por mucho trabajo que hubiera, Enric era quien diseñaba. Si eras más veterano, podías interpretar algunas cosas", explica. Para Ricardo Flores, Miralles tenía "un poder brutal de síntesis". "Si te mirabas los croquis con mucho cuidado, te dabas cuenta de que todo estaba allí," subraya. Flores se marchó de su Buenos Aires natal para trabajar junto a Miralles y colaboró en el estudio de la calle Avinyó y más adelante en el estudio EMBT como responsable del exigente área de los concursos. Coincidió durante un año en la calle Avinyó con su socia y compañera, Eva Prats. "Con Enric pudimos desarrollar un trabajo que no consistía en buscar una solución A o B, sino que ibas acumulando deseos y cosas que piensas que puedes ofrecer. Su manera de dibujar era por aproximaciones, aceptando cosas que todavía no están del todo, pero las puedes ir añadiendo y mejorar así un proyecto piensa que uno siente".
Otro rasgo del carácter de Miralles que Callís vivió de cerca era que le costaba mucho dar los proyectos por acabados y los cambios que realizaba durante las obras. También en Escocia dio muchas vueltas a la forma del hemiciclo para echar raíces en la idiosincrasia de los escoceses. "Enric intentaba encontrar con la geometría cómo funcionarían los debates", recuerda.
La importancia de las maquetas
Las maquetas son un elemento capital en la creación de un edificio para empezar a comprobar que los dibujos corresponden a una realidad geométrica. El valenciano Miquel Lluch llegó al estudio de Miralles y Carme Pinós para realizar las maquetas del centro de gimnasia rítmica de Alicante y más adelante ha continuado vinculado a los estudios de la misma Pinós y de Benedetta Tagliabue. "El imaginario de Enric era amplísimo, no sólo era una persona muy leída, sino que, además, de cualquier cosa hacía un motivo arquitectónico, era extraordinario", recuerda Lluch, que solía trabajar dos o tres semanas en un proyecto y, al mismo tiempo, formaba a los colaboradores del estudio que se hacían cargo de las maquetas. "Lo bonito de todo esto es que la maqueta no era sólo un resultado final, sino que formaba parte del proceso y se iban haciendo cambios, aunque no fueran muchos. Me gustaba mucho hacerlas como un desplegable de cartón", explica. Uno de sus trabajos posteriores fue la maqueta, hecha con madera maciza, de la propuesta de concurso de la torre de control del aeropuerto de Alicante. "Tardé un día y medio en hacerla y, cuando estuvo hecha, la cogió como si fuera un bebé e hizo el gesto de ponerla en el ordenador, porque hacer los planos era mucho más complicado. Cuando trabajo me siento como un músico al que dan unas partituras, pero en las que puedes hacer tu aportación. Y, en este sentido, trabajar con ."
Discípulos con muchas responsabilidades
Antes de conocerle y trabajar con él, Ustrell pensaba que las ideas de Miralles se pueden dibujar, pero no ejecutar. "Vi clarísimo que él lo dibujaba y lo ejecutaba, con lo que me dio un empujón para ser atrevido, poner mis pensamientos en el dibujo y poder ejecutarlos", recuerda. Y después de estudiar con él, le siguió en el estudio, donde Miralles le dio una responsabilidad importante: la dirección de las obras del Palacio de Deportes de Huesca. "Siempre he sido agradecido del apoyo y confianza que me daba, porque ibas a una obra de estas dimensiones con poca experiencia", recuerda. Y, tras su muerte, dirigió las de la Biblioteca de Palafolls y de la Torre del Gas. "Tenía una manera muy singular de trabajar. Lo importante era el lugar: muchas de sus obras se entienden solo viajando de Barcelona al lugar donde se encuentran, en cómo llegas y qué ves alrededor, todo esto era su gran inspiración".
Francesc Pla, Josep Salló e Inaki Baquero estuvieron implicados en la obra de la antigua sede del Círculo de Lectores en Madrid, ahora llamado Espacio Bertelsmann. "Una de las cosas que aprendí en aquel estudio porque la poníamos en práctica cada día era la manera de acercarte a la arquitectura desde todas las escaleras", afirma Iñaki Baquero: "Cuando piensas una fachada, por ejemplo, tienes que dar un salto a un detalle, para que todo lo que piensas se pueda cumplir, dar un salto constante entre lineal, sino que constantemente debes estar saltando y recuperando de un lado a otro".
El dilema de quedarse o marcharse
Sin embargo, la gran mayoría de colaboradores dejaron de trabajar junto a Miralles para emprender su propio camino: Francesc Pla regresó al Etsab para acabar sus estudios, mientras que otros fundaron sus propios estudios, como Josep Ustrell y Josep Salló. Eva Prats empezó su propio camino cuando ganó en una de las ediciones del concurso Europan junto a una colaboradora del estudio Miralles Pinós, Se Duch. "Era muy difícil dejar el despacho porque te daba muchísimo", dice Prats. "Miralles era un personaje como Alvaro Siza -concluye Flores-: podrías quedarte siempre a su lado. Si no sales a tiempo de estos estudios, te puedes quedar atrapado". "La vida no es tan larga en cuanto a probar tu propia arquitectura y necesitas unos años para entender qué quieres hacer y cómo. Si no sales con ganas de probar esto solo, si no tienes juventud por probar, ya no puedes arrancar".