Coches de los años cincuenta cuando el pop art estaba de moda
27/05/2025
3 min

Si observamos nuestro entorno, nos daremos cuenta de que vestimos ropa más bien oscura, que los teléfonos móviles y ordenadores son generalmente grises, que los muebles de casa oscilan entre el marrón, el negro y el blanco y que cuesta encontrar electrodomésticos que no sean blancos o plateados. ¿Dónde han ido a parar el rojo brillante, el verde menta, el turquesa vivo o el naranja intenso? Vivimos una vida gris, como afirmó un estudio de 2020 del Museo de la Ciencia del Reino Unido, en el que, después de haber estudiado más de 7.000 objetos cotidianos, se ponía de manifiesto esta tendencia que ha seguido creciendo hasta el día de hoy.

Desde el siglo XIX se está dando una pérdida gradual de color, tanto en variedad como en intensidad. La Revolución Industrial, con el traje sastre negro del hombre burgués acorde con el humo de las fábricas y la oscuridad de los nuevos entornos urbanos, puso fin a los tonos pastel aristocráticos del rococó. La producción industrial, que simplificó los productos para ajustarse al nuevo paradigma productivo, supuso también una reducción cromática. Pero, a pesar de todo y debido al auge del plástico como nuevo material durante los 50, la explosión del pop art hizo que colores intensos como rojos, lilas y azules tapizaran sofás y tiñeran vestidos. Pero en el cambio de milenio, cuando la madera y el plástico den paso al metal, los colores vivos cederán el protagonismo al color gris, totalmente afín al espíritu high tech de la época. En consecuencia, si años atrás los coches presentaban colores más vivos, con clara predilección por el rojo, en la actualidad conducimos rodeados por turismos negros, grises y blancos. Lo mismo ha ocurrido con los teléfonos, los cuales presentaban una gran variedad de colores entre las décadas de 1960 y 1980 mientras que, con los años, se han vuelto mucho más sobrios.

Pero, mientras que el mundo adulto ha ido perdiendo saturación, los entornos infantiles resistían como oasis donde los colores primarios se desplegaban con generosidad. Pero ahora mismo, estos espacios también están perdiendo la viveza que los caracterizaba. Las beige mums, unas madres preocupadas por la sobreestimulación cromática de los niños, han inundado sus casas con juguetes de madera natural, muebles de pino y ropa entre beige y marrón. Unos tonos que pretenden liberar a sus hijos e hijas del estrés que creen que los colores los provocan, en la creencia de tintes clasistas que rodeándolos de tonos neutros serán mejores madres.

Una casa de los años cincuenta con color rojo como protagonista.
Juguetes de madera sin pintar de colores.

Además, debe tenerse en cuenta también el cambio en la percepción del lujo durante las últimas décadas. El lujo silencioso, totalmente en boga hoy en día, considera que para ostentar clase social no hay nada mejor que la contención y el minimalismo. Como contrapartida a esta premisa, presuponemos que los colores estridentes son sinónimo de baja calidad, chabacanería, consumo de masas y mal gusto. Por eso, los logotipos de marcas de lujo como Chanel, Tesla o Apple han tendido a perder los colores saturados y han terminado en una estandarización con pocas diferencias claras entre sí. La sobriedad se convierte en un símbolo de estatus aspiracional que conviene seguir para significarse en sociedad. Incluso, al entrar en cualquier establecimiento de la cadena de comida rápida McDonalds, donde el payaso Ronald McDonald hacía de anfitrión de un espacio que explotaba en colores vivos, actualmente ha acabado sucumbiendo también al color gris oscuro como tono dominante del diseño de sus restaurantes, para intentar desembarazarse de la idea de comida rápida.

Si bien este amortiguamiento cromático de momento domina tan sólo los llamados países occidentales y los entornos eminentemente urbanos, es cierto que la globalización puede acabar afectando a otros países caracterizados por el uso de colores intensos, como es el caso de India, México o Nigeria, los cuales podrían convertirse en cromáticamente y les haga perder un elemento cultural propio: el color.

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