"La peste de los 90 fue una hostia para avisarme de que el sector porcino es peligroso"

Ganaderos de Ponent recuerdan los efectos económicos y sobre todo emocionales que supuso el estallido de la peste porcina clásica en los años 1997-1998 y 2001

Sacrificios de cerdos con rifle en una granja de Rocafort de Vallbona, en 2001
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LleidaLa peste porcina africana (PPA) fue descubierta por primera vez en Kenia en 1910 y llegó a Europa en 1960 para permanecer allí durante más de treinta años. El virus había entrado a través de un vuelo operado desde Angola a Portugal. Los restos del catering de ese avión, ya infectados por la PPA, se destinaron como alimento de cerdos portugueses y se inició la epidemia en el continente. Y también en nuestro país.

Esto provocó graves daños económicos en un sector que ya era importante en aquellas décadas lejanas. La erradicación del virus fue larga y lenta, hasta que en 1994 España quedó definitivamente libre de la PPA.

Pero desde esas fechas hasta la vuelta del virus a Collserola, hace tan sólo unos días, el sector porcino nunca ha quedado libre de la peste. En medio ha habido otra: la peste porcina clásica (PPC).

Aunque clínicamente ambas son pestas muy similares con una alta mortalidad, son causadas por virus diferentes (Pestivirus y Asfivirus), difieren en el modo de transmisión (en la PPC puede ser tanto directa como indirecta y en la PPA también por garrapatas) y también en la resistencia ambiental (la PPA es mucho más resistente). Y existe una diferencia aún más crucial: existe una vacuna para la PPC y ningún tratamiento efectivo para la PPA.

La peor crisis de la PPC en nuestro país se vivió entre 1997 y 1998. En menos de dos años, se declararon un centenar de brotes en España, la inmensa mayoría en Catalunya (sobre todo en Ponent). Más de un millón de cerdos se sacrificaron; no sólo los que estaban infectados, sino también los sanos que estaban inmovilizados a pocos kilómetros de cada foco de contagio.

Es lo que le ocurrió a Rossend Saltiveri, ganadero de Ivars d'Urgell (Pla d'Urgell) y actual responsable del sector porcino en Unió de Pagesos. Un brote cercano a su granja a mediados de 1997 obligó a detener el movimiento de sus cerdos. Para reducir las posibilidades de un contagio en su granja, ordenó (como la mayoría de los ganaderos de la zona) sacrificar a alrededor de 3.000 animales (entre lechones y adultos), dejando vivas únicamente las cerdas paridoras. Matarlas habría supuesto romper completamente el ciclo de la granja y la habría dejado más de año y medio inactiva, sin capacidad de producir más lechones.

En todos los pueblos de Lleida que quedaron afectados por la PPC se aplicaba el mismo procedimiento. Los ganaderos (muchos a través de las cooperativas o de las asociaciones ganaderas) se coordinaban para eliminar los cerdos con rifles. Después, en coordinación con la administración, se seleccionaban diferentes emplazamientos dentro de cada término municipal para levantar fosas comunes y enterrar los cadáveres. "Estábamos muy bien organizados", recuerda Saltiveri.

Durante un año, su granja quedó vacía, a la espera de que no se declarara ningún nuevo foco. Fueron meses agónicos en los que las granjas estaban inmovilizadas, sólo con el permiso de inseminar y engordar cerdos, sin poder llevarlos a los mataderos. "A diferencia de ahora, al menos en esa época los precios subieron y nos pagaron los sacrificios a precio de mercado", recuerda Saltiveri.

El recuerdo más funesto de aquellos años de matanzas de cientos de miles de cerdos lo tiene otro ganadero, Toni Jové. Su granja de Torregrossa sí quedó infectada en 1997. Él recuerda cuando un primer foco estalló en una explotación de Bell-lloc. En pocos días, el virus recorrió los ocho kilómetros de distancia de su municipio y penetró en sus instalaciones. Ese brote obligó a eliminar completamente su rebaño. "Fue una hostia monumental que me advirtió de que el porcino es un negocio muy peligroso", confiesa Jové. "Un negocio de sangre y barro", concluye.

Durante casi dos años su actividad quedó completamente suspendida. "Fue como recibir una tarjeta roja directa que no me dejó jugar ni un solo minuto", comenta. Pero el bache no fue puramente económico, sino sobre todo emocional. Ver a los animales morir a tiros de escopeta y enterrarlos en fosas comunes era como tirar al vertedero muchos años de sacrificios. "Nos dejó agotados –recuerda Jové–. Por entonces era un ganadero joven, con muchas ganas, pero la peste me cambió; ya nunca más me he quitado el miedo de encima".

Mossos durante el sacrificio de animales en una granja de Guissona en el 2001.

Diversificar o morir

La peste de 1997 provocó un bache económico importante al sector. Los ganaderos recibieron indemnizaciones, pero las repercusiones fiscales y el bajón del precio justo después de la epidemia originaron una crisis destacable. "Nos pagaron la carne, pero no nos cubrieron los sueldos de los trabajadores durante tantos meses de inactividad", avisa Josep Maria Sardana, un granjero de Arbeca.

Aquella peste originó después el cierre de más de 3.000 granjas (un 17% del total de Cataluña), la mayoría de pequeños productores que no pudieron hacer frente a las consecuencias económicas.

Algunos ganaderos todavía se preguntan: "¿Por qué no dejaban vacunar a los animales antes de sacrificarlos?" Aunque había vacuna para la PPC, el comité científico explicaba que "la vacunación hacía que la peste pasara desapercibida entre los cerdos vacunados, pero no totalmente inmunes", por lo que se pedía prudencia en su uso.

"Suerte que nosotros sobrevivimos gracias a la diversificación de nuestra actividad", recuerda Alfons Ramon, un ganadero ya jubilado con granjas en el término de Lleida, pero también con una importante producción frutal y de cereal que le permitió subsistir. "Sin la agricultura, esos años de paro no les habría podido afrontar", avisa Ramon.

En el año 2001 hubo otro brote que, aunque mucho menor, supuso la inmovilización y más sacrificios de animales en las comarcas del Pla de Lleida. Decenas de granjas se vieron afectadas por dos oleadas que empezaron en Ponent y terminaron en la provincia de Barcelona.

"Aquel rebrote nos cogió con mucha más experiencia y no fue tan traumático", reconoce Eduard Cau, un ganadero de Puiggròs (Garrigues) que también tuvo que sacrificar todo su ganado de engorde en la primera ola.

En cualquier caso, las epidemias de la PPA y la PPC y los dictados de los mercados han acabado provocando que los pequeños ganaderos del sector porcino hayan ido desapareciendo o, como mal menor, hayan acabado integrándose en grandes grupos cárnicos. Los expertos avisan de que esta tendencia puede desatarse con la crisis actual.

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