China pone contra las cuerdas a las empresas estadounidenses en el país

Compañías como Apple, Boeing, Nike o Starbucks sufren ya los efectos de la guerra comercial

Personas frente a una tienda Apple en Pekín, China
The Economist
17/04/2025
4 min

ShangháiDurante décadas, lobistas de empresas de EEUU han presionado para que China abriera sus puertas a bancos, compañías aeroespaciales y cadenas de comida rápida. El fabricante de aviones Boeing, por ejemplo, empezó a recibir pedidos del gigante asiático poco después de una visita de Richard Nixon en 1972. Pero ahora, muchos de los empresarios estadounidenses en el país ven cómo su propio gobierno está desmantelando gran parte del trabajo realizado.

La guerra arancelaria declarada por Donald Trump hace que sus cadenas de suministro sean insostenibles, y las represalias del gobierno chino amenazan con deshacer años de éxito comercial. El 15 de abril el regulador de aviación de China prohibió a las aerolíneas del país importar aviones de Boeing, tal y como publicó Bloomberg. Un movimiento simbólico que no pasará desapercibido para los directivos estadounidenses en Shanghai o Pekín.

Las empresas estadounidenses en China intentan averiguar cómo será el futuro. Los aranceles de Trump a las importaciones chinas se sitúan ya en el 145%. Y aunque el pasado 11 de abril la Casa Blanca anunció exenciones en varios dispositivos electrónicos –para gran alivio de empresas como Apple–, el presidente dijo poco después de que se trataba de una medida temporal, a la espera de una investigación sobre semiconductores, productos electrónicos y farmacéuticos. El resultado probablemente serán unos aranceles elevados para los productos que utilizan chips, como los teléfonos móviles.

Pekín ha respondido a la escalada de EEUU con tarifas del 125%, pero ha dejado claro que no responderá más con nuevas tarifas porque, una vez disparados los precios, el mercado de las importaciones estadounidenses ya ha desaparecido. Asimismo, los reguladores chinos iniciaron investigaciones y pusieron compañías de Estados Unidos en listas que perjudicarán sus operaciones en el país. Empresas como Boeing pueden prever una caída rápida de los pedidos o cancelaciones. Un ejecutivo estadounidense describe la guerra comercial con una palabra: "Destrucción".

Trump señala un déficit comercial con China de unos 300.000 millones de dólares en el 2024 para justificar los aranceles. Pero los directivos estadounidenses en el país asiático ven las cosas distintas. Los ingresos del año pasado para las empresas cotizadas de EE.UU. que informan de ventas en China fueron de la misma cantidad. Apple, Nike y Starbucks son omnipresentes, y el fabricante de coches eléctricos Tesla, propiedad de Elon Musk, vendió en torno a dos quintas partes de sus vehículos al gigante asiático en los tres primeros meses de este año. Sus empresas emplean a decenas de miles de trabajadores, a menudo altamente cualificados. Por el contrario, las empresas chinas en EE.UU. han tenido mucho menos éxito, con sólo 50.000 millones de dólares en ingresos el año pasado. Encontrar una marca de consumo china en las calles de una ciudad estadounidense es ciertamente difícil.

La mayoría de las empresas estadounidenses con cadenas de suministro complejas todavía se están recuperando del impacto de la pandemia, durante la cual muchas intentaron limitar la dependencia total de la fabricación china instalándose en otros países de la región. Esta diversificación parcial puede jugarlos a la contra a medida que avance la guerra comercial. Vietnam, por ejemplo, ha propuesto detener la reorientación de los productos chinos a cambio de que Trump reduzca los aranceles, según Reuters. Esto significa que las empresas estadounidenses que operan entre ambos países podrían enfrentarse a tarifas aún más altas.

Los directivos estadounidenses también tendrán que lidiar con la ira del estado chino. Desde 2019 los reguladores han desarrollado un marco legal sofisticado que incluye sanciones, restricciones a la exportación y una "lista de entidades poco fiables" (UEL), que permite impedir la entrada en el país a los trabajadores de determinadas empresas e impedir que hagan comercio con China. Si durante 2023 estos tres mecanismos se utilizaron 15 veces, en 2024 se activaron hasta 115 veces, según un artículo de Evan S. Medeiros, de la Universidad de Georgetown, y Andrew Polk, de Trivium, una empresa de consultoría. En los dos primeros meses y medio del 2025, ya se han utilizado unas sesenta ocasiones.

Los sectores en el punto de mira de Pekín

Las nuevas formas de represalia son cada vez más claras. El 8 de abril empezó a circular en las redes sociales chinas una lista no oficial de seis medidas. Algunas son relativamente sencillas y sugieren la prohibición de las importaciones de aves de corral y soja estadounidenses, así como la suspensión de todas las conversaciones sobre control del comercio de fentanilo. Otra sugería detener las importaciones de películas estadounidenses. La lista fue escrita por dos blogueros bien conectados. Y dos días después el regulador de cine anunció que reduciría el número de películas estadounidenses que se permitirían en China, lo que evidenciaba que las publicaciones en las redes se basaban en información fiable.

De momento, no se ha materializado del todo ningún ataque a los servicios estadounidenses en el país, lo que podría dañar la capacidad de operar de otras compañías de EEUU. Los despachos de abogados, bancos, empresas de asesoramiento y servicios de contabilidad son la columna vertebral del comercio. China ya ha hecho difícil que algunos de estos servicios funcionen. Las investigaciones corporativas, por ejemplo, se han vuelto más arriesgadas a medida que los reguladores han endurecido las normas relacionadas con la seguridad nacional y el tipo de información que puede revelarse. Muchos despachos de abogados han reducido o cerrado ya oficinas. Si se incrementa esta presión, dice un abogado de Pekín, la capacidad de tratar con empresas chinas se verá obstaculizada.

El gobierno chino, en todo caso, tendrá que cuidar mientras impone castigos a las empresas estadounidenses. Doler a Apple o Tesla afectará inevitablemente a la capacidad de fabricación local y comportará despidos. Las sanciones, además, podrían asustar a empresas de otros países, lo que podría perjudicar los esfuerzos del Partido Comunista por atraer inversión extranjera. Este escenario, por el contrario, puede beneficiar a algunas empresas chinas, especialmente si existe una reacción en contra de los productos de consumo estadounidenses, sea impulsada por Pekín o por los propios ciudadanos. El gigante tecnológico Huawei, por ejemplo, podría ganar a expensas de Apple.

La guerra comercial, sin embargo, podría convertirse en un regalo para los líderes de China. Los consumidores locales adoran a la cultura y los productos estadounidenses, y hasta ahora muchos han ignorado los intentos del estado de promocionar las marcas locales. La rabia de Trump contra China facilitará la labor del Partido Comunista de purgar el país de marcas y empresas estadounidenses.

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