De toda la vida

El Barato de Reus: 144 años vistiendo a los catalanes

Un rincón lleno de telas, disfraces e incluso ropa para vestir a los gigantes

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Anna, Josep Maria y Alba, tres generaciones de El Barato

ReusIncluso el peatón más despistado se fija en la tienda El Barato de Reus cuando pasa por delante. No hace falta tener gusto por la costura, ni siquiera por los tejidos, pero resulta imposible pasear por la calle Mayor y no detenerse frente al número 21. Quizá sea el escaparate, que cambia una docena de veces al año en función de la fiesta que se celebre en Reus, o quizá sea la fuerza acumulada durante cinco generaciones. Y es que en El Barato llevan 144 años vistiendo a sus clientes.

“Algunas personas nos dicen que al pasar por delante de la tienda han recordado algo de su infancia. Quizás la abuela, que venía a comprar...”, explica Josep Maria Casas i Rué, representante de la quinta generación de su familia que se dedica al negocio. "Esto es bonito para nosotros y también para ellos", dice mientras se mira la tienda desde fuera.

Delante suyo está la historia de su familia, que empezó en 1881 cuando Francesca Prats, que vendía tejidos de pueblo en pueblo, se estableció en Reus para plantar una semilla que arraigó, y de qué manera . Su hija Bonaventura Fort, junto con su marido, Ignasi Iglesias, se hicieron cargo del negocio y le hicieron crecer, adquiriendo los locales del entorno para expandirse y ocupar la superficie actual. También tuvieron hijos y éstos también quisieron continuar con la tienda. Esta generación, representada por Francesca Iglesias –la señora Paquita–, fue la encargada de ampliar el género, puesto que además de los tejidos, empezaron a vender ropa confeccionada. Y nos plantamos en la cuarta generación: “Mi trabajo es mi vida”, dice Anna Misericordia Rué Iglesias. Tiene 80 años y asegura estar en esta tienda desde hace 80 años. “Mi madre, cuando venía a trabajar, me dejaba en una de esas baldas”, dice orgullosa.

A ella le tocó representar a la generación que sufrió el franquismo y también a la que le superó. Y después de aquellos años de oscuridad, se empezó a legalizar lo que nunca debería haberse prohibido, como el Carnaval. Anna enseguida vio que era una oportunidad para el negocio familiar. Y así es como los disfraces y máscaras se colaron dentro de El Barato.

Los muebles de siempre

"Uno de los grandes aciertos ha sido mantener la tienda como ha sido siempre", destaca Josep Maria Casas, la quinta generación. Y eso que durante los años 80 estuvieron tentados, porque “existía la moda de cambiarlo todo para hacerlo más moderno”, explica Josep Maria. Ahora, con perspectiva, nadie duda de que la apuesta de la familia por mantener las cosas como habían sido siempre fue un acierto. “En casa nos gusta mantener las cosas”, explica Anna. Los mostradores son los de toda la vida y ya se puede decir que han atendido a generaciones y generaciones de reusenses. Las lámparas funcionan con leds, pero son las mismas que hace decenas de años iluminaban con gas todas estas telas. La tienda también esconde un balcón en su interior que ha resistido el paso del tiempo. También el nombre, que claramente es de otra época; se podría haber cambiado, pero la familia siempre ha apostado por conservar la historia.

Aprovechando su gusto por las fiestas populares, Josep Maria abrió hace años una nueva vía de negocio para la tienda y ahora también se dedican a vestir a los miembros del séquito popular. “La próxima semana se presentan los nuevos vestidos de los gigantes de la Patum de Berga y los tejidos son de aquí. Nos ha costado un año porque tienen colores muy especiales”, dice satisfecho. La madre le mira orgullosa, cuando cuenta que ella incorporó los disfraces ya él le ha tocado empezar a vestir también a los gigantes. Si un metro de tela normal cuesta diez euros, un metro de una tela adomasada para el cortejo popular puede alcanzar los 70 euros.

Josep Maria tiene dos hijas, Anna y Alba, de 21 y 20 años. La mayor, que estudia administración y dirección de empresas y finanzas, tiene claro que será la sexta generación, y la pequeña, que estudia diseño de moda en Barcelona, ​​también tiene bastantes números. Pero no todo está escrito. “No queremos condicionarlas... Para mí ha sido una gran responsabilidad ser la quinta generación y he tenido que soportarlo. Si quieren seguir, a ellas también les tocará soportar lo que comporta ser la sexta generación”, reflexiona Josep Maria.

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