Desde hace casi dos décadas Cataluña vive una caída sostenida del número de nacimientos. Los datos más recientes del Idescat son contundentes: en 2024 nacieron 53.793 niños, muy lejos de los cerca de 89.000 de 2008. La tasa de natalidad ha caído por debajo de los 7 nacimientos por cada mil habitantes (6,4‰ en 2024), cuando hace sólo quince2, cuando hace sólo quince. Y el índice de fecundidad se ha desplomado hasta 1,08 hijos por mujer en edad fértil, desde el 1,53 del 2008. Es una transformación profunda que sitúa a Catalunya entre las regiones con menos fecundidad de Europa y plantea retos de país.
¿Por qué tenemos tan pocos hijos? Las razones son múltiples e interconectadas. Cada vez se tienen los hijos más tarde: la edad media de la madre al primer hijo supera ya los 32 años y esto reduce las posibilidades biológicas de llegar al número de hijos deseados. El acceso a la vivienda es difícil y caro y la inseguridad económica, sobre todo entre los jóvenes, retrasa la formación de familias. Los costes directos e indirectos de la crianza hacen que muchas parejas se cuestionen si pueden asumir a más de un hijo. A ello se añaden jornadas laborales largas, una oferta limitada de servicios de cuidado asequibles y una conciliación laboral y familiar todavía insuficiente. También existen factores culturales y sociales: el aumento de las opciones de ocio, la centralidad de las redes sociales y los cambios en valores y prioridades han hecho que más personas decidan no tener hijos o posponerlos para dar prioridad a la carrera profesional ya proyectos personales.
A corto plazo, una natalidad baja puede parecer beneficiosa: hay menos presión sobre el medio ambiente y los recursos públicos, las familias pueden invertir más tiempo y dinero en cada niño y las mujeres pueden mantener una trayectoria profesional más estable. Pero las consecuencias a medio y largo plazo son preocupantes. Cataluña envejece a un ritmo acelerado: crece la proporción de personas mayores y el sistema de pensiones y salud tendrá que sostener a más personas dependientes con menos contribuyentes. La carencia de relieve generacional puede frenar el crecimiento económico y acentuar la dependencia de la inmigración para mantener el dinamismo social.
Para evitar un futuro con una población progresivamente envejecida y con tensiones sociales y fiscales cada vez mayores, es necesario actuar. No es suficiente con una medida aislada, es necesario un paquete de políticas que aborden de manera integral las barreras para tener hijos. En primer lugar, es imprescindible ampliar y abaratar los servicios de cuidado de calidad. La educación infantil entre los 0 y 3 años todavía no es universal y sólo desde hace poco tiempo es gratuita a partir del año de vida. Unos servicios de cuidado accesibles y de calidad permiten que los progenitores, en particular las madres, puedan progresar en su carrera profesional sin tener que renunciar a ella ni cargar con una negociación constante sobre quien cuida a los niños.
También es necesario seguir mejorando el diseño de los permisos de maternidad y paternidad. La corresponsabilidad sólo será real si los permisos son de igual duración, plenamente remunerados, intransferibles y con un uso escalonado que garantice la presencia de ambos progenitores en momentos distintos. La investigación reciente muestra que el impacto sobre el reparto de las tareas de crianza todavía es limitado: por eso es necesario continuar perfeccionando el modelo y fomentar un cambio de normas sociales que haga de los hombres coprotagonistas de la crianza.
La forma de organizar el trabajo también debe evolucionar. La flexibilidad laboral en horarios y espacios favorece la conciliación y los datos muestran que las mujeres valoran mucho estas opciones, hasta el punto de que a menudo aceptan sueldos ligeramente más bajos a cambio de mayor flexibilidad. Hay que fomentar estas prácticas, pero evitando que refuercen la penalización por maternidad: es esencial incentivar también que los padres hagan uso de ella.
Finalmente, las ayudas económicas directas por hijo y las políticas de vivienda que faciliten el acceso a alquileres asequibles pueden reducir barreras decisivas a la hora de tener hijos. Pero ninguna de estas políticas funcionará si no se acompaña de un cambio cultural que normalice la implicación de los padres en las tareas de crianza y reparta la carga de forma equitativa.
La baja natalidad no es sólo una estadística: es el reflejo de las dificultades reales que tienen muchas familias para desarrollar sus proyectos vitales. Revertir la tendencia no será rápido ni sencillo, pero es imprescindible abrir el debate y actuar si queremos asegurar el futuro del país y garantizar que tener hijos sea una decisión libre y viable, no obstáculo insalvable.