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Las damas de hierro de Martorell

La novena generación de una misma familia regenta una ferretería casi tres veces centenaria, que empezó como taller de herrería

Las damas de hierro de Martorell
Marta Rodríguez Carrera
08/11/2020
3 min

El hierro en la sangre. Lo dicen riendo, pero las hermanas Mireia y Janina Nolla y Bacarisas han mamado el mineral desde la cuna. Ellas son la novena generación que se pone detrás del mostrador de la Ferretería Bacarisas de Martorell, un negocio que se remonta a 1748, el mismo año en que se acabaron las obras del arsenal de la Ciutadella. Miquel Esplugas había aprendido el oficio de herrero en Barcelona y estableció un pequeño taller, entre el Ayuntamiento y el Pont del Diable, en el mismo edificio donde hoy sus herederas enlazan la vida doméstica y la laboral.

En esta familia el oficio y el negocio se ha pasado de padres a hijos y, en las últimas tres generaciones, de madres a hijas. En cal Ferreret, el nombre popular como todavía se conoce la casa hoy en día, se hacían y vendían las herraduras, piezas para los arados, prensas para el vino o herramientas del campo que pedía un mundo preindustrial en una villa como Martorell, consagrada a la agricultura. “Era un negocio de herrero de martillo”, dice Santi Nolla, quien hasta que se jubiló hizo equipo con su esposa Maria Eulàlia y la cuñada, Montserrat Bacarisas. Ya en el siglo XIX el negocio se adaptó a los nuevos tiempos: a la forja se le añadieron productos manufacturados de la ferretería moderna, pero también cubos u ollas. Así se creó una incipiente tienda que será la que finalmente ha sobrevivido. A principios del siglo XX, el apellido Esplugas perdió en favor de Bacarisas, que era como se llamaba un joven herrero que se casó con la heredera de la casa. “Siempre he pensado que deberíamos llamarnos Esplugas y no Bacarisas, y me sabe mal que el cambio fuera por un yerno”, lamenta Santi Nolla, que también ingresó en la familia por la vía matrimonial.

Sin embargo triunfo del patriarcado, desde entonces son las mujeres de la familia quienes han sacado adelante el negocio. "En la Guerra Civil tuvieron que cerrar el taller porque les expropiaron todo el hierro", rememora Mireia Nolla. Fue un golpe brutal y las Bacarisas empezaron de cero. Supieron aprovechar el estallido del boom industrial de las décadas de los 60 y 70 para convertirse en suministradores de la ferretería de las multinacionales y pymes que se instalan en el municipio. La tienda despacha "mitad y mitad" al pequeño consumidor ya la industria.

El cierre de empresas y la crisis de la construcción les impactó, pero aseguran que lo peor de todo es tener que competir con internet. "Google nos ha anulado", se lamenta Janina Nolla. Ella señala que hay clientes que acuden a la tienda para ver el producto que finalmente comprarán en una plataforma virtual, y otros que “ya vienen aconsejados por las redes”. Ahora bien, por el contrario, existe una clientela fiel, atraída por este asesoramiento -el oficio- y la confianza de encontrar lo que se busca entre las 50.000 referencias a la venta. "Vienen limpios y bisnietos de clientes", dice Mireia Nolla.

El relevo de la madre Maria Eulàlia a las hijas se hizo de manera natural porque, como dice Janina, “aquí el negocio no lo cojas: te encuentras”. De pequeñas pasaban horas haciendo los deberes y jugando mientras los padres y la tía iban ajetreados entre caracoles y facturas. Un consejo materno (“las casas suben y bajan, pero unos estudios no se los va a tomar nadie”) las llevó a la universidad, pero ninguna de ellas ha ejercido de lo que estudió. "El hierro se te mete dentro", proclama Janina, que recuerda que se estrenó con un trabajo "temporal para informatizar el sistema".

Ella es la que lleva más la vertiente económica y financiera, y Mireia se ha concentrado más en el trato de cara al público, aunque “todo el mundo hace de todo”. Tienen en nómina a nueve trabajadores y lamentan que se haya perdido la figura del aprendiz, clave para mantener el oficio.

Reconocida por su historia más que centenaria, la tienda conserva unos antiguos cajones de madera reciclada donde se guardan los caracoles y las piezas más pequeñas, un arco medieval y un mostrador viejo que deben convivir con la silicona y los metacrilatos de las pantallas contra el cóvido. Si en algo coinciden jóvenes y mayores es en conservar el estilo tradicional, aunque esto les añada un quebradero de cabeza para adaptarlo a las estrictas normas de seguridad. De la filosofía de los abuelos también conservan el espíritu del cooperativismo, hoy bajo la marca Optimus, y que les sirve para cerrar filas con otras ferreterías sin dejar de ser, dicen, una tienda “100% familiar”.

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