El momento de hacer una apuesta por la Europa competitiva


Con la toma de posesión del nuevo presidente de Estados Unidos, Donald Trump, el panorama global invita a una profunda reflexión sobre los liderazgos internacionales y, más concretamente, sobre cuál es la posición de Europa en este contexto. Vivimos inmersos en una era de revolución tecnológica, donde la lucha por el liderazgo mundial, especialmente en el ámbito tecnológico, se dirime entre EE.UU. y China. En esta disputa, Europa parece quedar relegada a un segundo plano, y las razones de esta situación son tan complejas como preocupantes.
En esta ecuación de fuerzas, Europa está totalmente descolocada por varias razones; apunto tres. En primer lugar, un modelo de gobernanza ineficiente y demasiado burocrático. Sus estructuras de gobierno, como el Parlamento Europeo, el Consejo Europeo, el Consejo de la Unión Europea y la Comisión Europea, a menudo operan de forma fragmentada y poco ágil. En segundo lugar, la carencia de liderazgos fuertes y con visión que puedan articular una estrategia común. Por último, no existe una Europa unificada, sino un conglomerado de estados miembros con intereses a menudo divergentes.
En 2024 se han publicado tres grandes informes sobre el futuro de Europa, el informe Draghi, el informe Letta y el informe Niinistö. Todos ellos coinciden en los siguientes puntos clave: la pérdida significativa de productividad respecto a otras potencias globales, como EE.UU. y China; la necesidad de transformar el modelo económico europeo hacia sectores de tecnología avanzada para competir en un mundo dominado por la innovación tecnológica; la obligada apuesta por revitalizar y modernizar la industria europea para garantizar una base económica sólida y sostenible (en el caso del informe Niinistö se incluye una mención explícita a la industria militar y la inversión en inteligencia y seguridad); y la urgencia de una reforma de las estructuras y políticas europeas para adaptarlas a los retos globales, superando a modelos antiguos que ya no responden a la realidad actual.
En cuanto a la productividad existen datos muy ilustrativos: Europa cae un 15% respecto a EEUU, y en concreto en Cataluña la caída de productividad es del 27% respecto a EEUU.
Estas coincidencias reflejan un diagnóstico compartido sobre la situación crítica de Europa y la necesidad de acciones decididas para recuperar un puesto de liderazgo en el panorama global.
La sobreregulación y los retos del estado del bienestar
Pero nuestra Europa actual, la de los estados, parece estar de espaldas a estos conceptos de los expertos.
Uno de los grandes problemas de Europa es la sobreregulación interna, que no se adapta a una realidad de competencia global. Mientras Estados Unidos apuesta por un modelo ultraliberal centrado en la protección de la economía productiva y China opera bajo el mandato de una oligarquía focalizada hacia una economía altamente competitiva, Europa parece anclada en un modelo que no siempre incentiva la innovación y la eficiencia. Asimismo, el estado del bienestar europeo –con políticas garantistas en educación, salud, pensiones y programas sociales– es un modelo que, aunque muy valorado, necesita ser revisado para hacerlo sostenible y competitivo en el contexto global.
Equilibrar derechos y deberes es clave. Como sociedad, hemos asumido ciertos derechos como garantizados, pero a menudo olvidamos la necesidad de cumplir también con nuestros deberes como ciudadanos.
Si estamos de acuerdo en que la sociedad ha cambiado, también lo estaremos en que no podemos aplicar criterios antiguos para dar solución a problemas actuales. Si tenemos que legislar, hagámoslo teniendo en cuenta la justicia distributiva, por ejemplo, bonificar los productos farmacéuticos en función de capacidad adquisitiva, u otorgar ayudas sociales sólo a quien realmente las necesita, aplicando mecanismos de control riguroso. La universalidad de ciertas políticas, aunque en algunos casos necesaria, no siempre es justa y puede desincentivar el esfuerzo individual.
Hace falta valentía y compromiso
Europa necesita urgentemente ajustar la telaraña normativa y desarrollar estrategias que estimulen una economía competitiva y flexible. Pero este cambio también pasa por replantear el estado del bienestar y fomentar una cultura de esfuerzo y responsabilidad individual. Sólo así podremos construir una Europa capaz de competir con potencias como EE.UU. y China.
La historia nos enseña que los grandes países de Europa se construyeron con esfuerzo colectivo, y ese espíritu es el que debemos recuperar. Parafraseando a John F. Kennedy, "No te preguntes qué puede hacer tu país por ti, sino qué puedes hacer tú por tu país". Éste es el momento de Europa. Tenemos las capacidades y los recursos, pero hace falta liderazgo, determinación y una visión compartida para volver a ser competitivos en la escena global.