ALIMENTACIÓN

El vino que se come

Tiene forma de golosina de goma y se vende en cajas pequeñas, con las variedades tinto, rosado y blanco, que incluye la de uva riesling

Elisabet Escriche
3 min
El vino que se come

Una especie de osito de goma como los de Haribo en forma de uva y que se masca es la nueva fórmula que ha llegado a las bodegas catalanas para consumir vino. El producto, The Real Wine Gum, lo ha creado la empresa holandesa con sede en Amsterdam Vinoos by Ams, que este verano ha empezado a exportarlo a Catalunya. De hecho, esta semana ha cerrado un acuerdo con el Corte Inglés para comercializarlo en 14 de sus supermercados, en su espacio gourmet, tanto de Catalunya como del resto del Estado. Además, su distribuidor catalán se encuentra en negociaciones para cerrar acuerdos con hoteles y tiendas de regalos exclusivas.

Se han elaborado cuatro variedades, de momento sin alcohol: un rosado, un tinto (merlot) y dos blancos (chardonnay y la variedad alemana riesling). “Los primeros productos sí lo llevaban, pero los hoteles se quejaron de que no era recomendable para las mujeres embarazadas y las familias con hijos, o que podía ser incluso violento para los clientes a los que su religión les prohíbe consumir alcohol ”, explica una de las socias fundadoras de Vinoos by Ams, Mireille Reuling.

Sin embargo, el año que viene sí está previsto el lanzamiento de un whisky comestible que traerá alcohol. "Una vez esté consolidado nuestro mercado en España también nos gustaría crear vino para comer español, como un Rioja o un Verdejo, obviamente con el visto bueno de los productores de la zona", asegura la responsable de la empresa.

Para conseguir el gusto cogen vinos de alta categoría y con la ayuda de enólogos lo reproducen sirviéndose de aromas. El botella es una caja que tiene varios tamaños. La de 50 gramos cuesta 7,50 euros, mientras que la más cara, que agrupa una combinación de las cuatro variedades y es de 200 gramos, asciende a 27,50 euros. A pesar de no llevar alcohol, no es un producto para niños, pero sí apto para veganos, vegetarianos y personas intolerantes al gluten.

“Como los vinos, su aroma, sobre todo el de la variedad chardonnay, está muy bien encontrado”, explica Marià Rosàs, uno de los propietarios de la bodega familiar que lleva el mismo nombre y que está ubicada en Rubí. En cuanto al gusto, añade, no es tan intenso pero sí es largo.

El vino comestible, sin embargo, no es invención ni de los holandeses ni tampoco es del siglo XXI. El creador fue el inglés Charles Gordon Maynard en 1909. Cuando su padre, que tenía una tienda de dulces, lo probó le hizo un primer pedido, pero la “relación laboral” entre ellos dos duró muy poco porque el padre, que era abstemio, no terminó de creerse que estaba hecho sin vino y decidió dejar de venderlo.

“Consigue cambiar el concepto tradicional del vino es un producto que tiene salida y, sobre todo entre la gente que no tolera el alcohol o no le acaba de gustar”, dice el propietario de la bodega Rosàs, un establecimiento que lleva sólo un mes comercializando las variedades de vino comestible blanco y tinto.

La idea -explica Reuling-es que sustituya los típicos aperitivos o el postre. En Holanda ya se está comercializando en una cincuentena de puntos. En Europa, aparte de España, también exportan a Alemania, Suiza, Bélgica, Francia y pronto empezarán a Italia y Serbia. Fuera del continente han abierto mercado en Estados Unidos, Inglaterra, Australia y Nueva Zelanda.

Las previsiones de la empresa este año pasan por facturar 400.000 euros; para 2019 quieren alcanzar los 600.000, y durante 2020, gracias sobre todo al crecimiento que están teniendo en Estados Unidos, superar el millón de euros.

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