El gran club privado de Silicon Valley es un unicornio de doce trabajadores
La aplicación de grupos de audio Clubhouse nació en pleno confinamiento pero los inversores ya la valoran en 1.000 M$
“¿Estás aquí? ¿Nos puedes oir?” La pregunta cae al vacío. Como la de un médium invocando un espíritu que se quiere hacer esperar. Pasan unos segundos incómodos hasta que en la pantalla aparece un pequeño círculo con la fotografía del culo de un hombre. Lleva unos calzoncillos rojos con la palabra sexy estampada. Cuando por fin la voz responde es la de Elon Musk, fundador de Tesla y forofo habitual en las redes. Todavía no lo sabe, pero ha encontrado un nuevo juguete preferido. Durante una hora y media hablará de la colonización de Marte, las criptomonedas y las vacunas del covid-19, y entrevistará él mismo al consejero delegado de la app de compraventa de acciones Robinhood, Vlad Tenev. Sus sueños espaciales, sin embargo, no los podrá oir todo el mundo: tan solo la selecta audiencia de 5.000 espectadores que han podido acceder a la conversación después de recibir una invitación.
Así fue la primera incursión de Elon Musk en Clubhouse, la nueva obsesión de Silicon Valley, que se ha convertido en una especie de gran grupo de Whatsapp de la industria tecnológica. El funcionamiento es, como anuncia el nombre, muy parecido al de un club privado. Los oyentes solo pueden descargar la aplicación si consiguen una invitación y en las conversaciones de audio se debaten temas de todo tipo. Todo ello se retransmite en directo, pero a diferencia otros formatos como el podcast no queda grabado en ninguna parte. Lo que pasa a Clubhouse queda en Clubhouse (o de esto presume la empresa). En la práctica, la plataforma se ha convertido en la sala virtual para miles de reuniones entre emprendedores e inversores. El enero pasado tenía dos millones de usuarios y, a pesar de que la compañía promete abrir tarde o temprano la entrada a todo el mundo, en eBay se pueden comprar invitaciones por cientos de dólares. Celebridades como la presentadora Oprah Winfrey, el rapero Drake, el fundador de Microsoft, Bill Gates, y el de Facebook, Mark Zuckerberg, ya se han confesado en esta capilla digital.
Sin embargo, la aplicación no tiene ni un año de vida. Clubhouse nació en abril de 2020, cuando el mundo todavía se habituaba al confinamiento. De hecho, a la compañía este éxito la ha cogido por sorpresa. Apenas tiene una docena de trabajadores, entre los que están sus fundadores, Paul Davison y Rohan Seth. La app ni siquiera ha podido lanzar de momento la versión para Android: ahora mismo solo está disponible para los dispositivos de Apple. La medida de start-up en fase semilla sorprende. Sobre todo teniendo en cuenta que a finales de enero captó una ronda de 100 millones de dólares que sitúa la empresa dentro de la categoría de los unicornios. Es decir, los inversores la valoran en más de 1.000 millones de dólares.
Como es habitual en la dinámica de Silicon Valley, al furor repentino por Clubhouse lo ha seguido rápidamente una tongada de interrogantes sobre su operativa. Reguladores de países como Italia y Alemania ponen en entredicho que cumpla la normativa de privacidad europea en el tratamiento de los datos de los usuarios. De momento, la empresa con sede en San Francisco ni siquiera cuenta con un representante legal en la Unión Europea que pueda contestar a las preguntas de las autoridades. Un estudio de investigadores del Stanford Internet Observatory de esta universidad californiana añade otra sospecha. Avisan que Clubhouse tiene como proveedor de software a la china Agora, una empresa que “potencialmente” podría dar al gobierno de Pekín acceso a los datos de las reuniones.
Y todavía hay un último frente abierto. Probablemente, el más actual de todos. Clubhouse se quiere erigir en el espacio seguro para los defensores de la libertad de expresión. Esta misión tiene dos caras. Por un lado, China acabó bloqueando la app después de que se diera un debate masivo sobre temas como los derechos humanos y la censura en el gigante asiático. A pesar de todo, algunas voces creen que la fórmula puede ser una arma de doble filo. Y, por otra, en sus chats también se han podido difundir ideas racistas, misóginas y teorías de conspiración (por ejemplo, sobre las vacunas del covi -19), que encuentran en la plataforma un espacio lejos de la exposición de foros públicos como Twitter.
Después de aquella primera conversación con el avatar de los calzoncillos rojos, Clubhouse ha pasado incluso por el efecto Elon. Cuando el magnate escribió en Twitter que hablaría en la nueva red se repitió una locura ya habitual. En pocas horas las acciones que se disparaban en la bolsa no eran de Clubhouse, que no cotiza, sino las de una empresa de nombre casi idéntico.