Editorial

El auge de la extrema derecha y la debilidad de los partidos tradicionales

Silvia Orriols y otros miembros de Aliança Catalana, protegidos por la policía durante la marcha.
21/09/2025
2 min

El 18 de febrero de 2017, Barcelona acogió una manifestación masiva bajo el lema "Queremos acoger" que defendía una política de brazos abiertos con los refugiados de guerras como la de Siria. Reunió a 160.000 personas y fue la más numerosa sobre esta cuestión que se hizo en Europa. Hoy en día sería muy difícil repetir una movilización como aquella, aunque sigue habiendo conflictos terribles en todo el mundo. Según las últimas encuestas publicadas por organismos como el CEO o diarios como El Mundo o La Vanguardia, hasta una cuarta parte de la población catalana está dispuesta a votar partidos de extrema derecha de carácter xenófobo como Vox o Aliança Catalana. En 2017, ni uno ni otro tenían representación parlamentaria.

¿Qué ha pasado en el transcurso de estos años para un cambio tan radical? De entrada se puede decir que Cataluña está experimentando los cambios sociales y demográficos que afectan a buena parte de Occidente. El segundo boom migratorio del siglo ha cambiado la fisonomía de nuestras calles y plazas, con la llegada de una población extra necesaria para mantener nuestro modelo productivo, pero que no ha ido acompañada de las correspondientes políticas de refuerzo del estado del bienestar.

En el caso de Catalunya existe un factor específico, que es el fracaso del Proceso, que ha provocado una frustración en parte de la población que se creyó unos políticos que les prometieron un viaje a Ítaca que acabó en naufragio. Sin embargo, lo cierto es que nos encontramos ante una tendencia de alcance mundial, liderada por el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca, y que en Europa podemos ver con la victoria de Meloni en Italia, la pujanza de la AfD en Alemania y de Marine Le Pen en Francia o Nigel Farage en Reino Unido.

El descrédito de los partidos tradicionales afecta, en el caso catalán, especialmente Junts, que es quien se ve amenazado directamente por Aliança Catalana, hasta el punto de que no son pocos, sobre todo entre los alcaldes, quienes reclaman un giro a la derecha en el discurso migratorio (exactamente igual que le ocurre al PP con Vox). ¿Pero es realmente este el camino para frenar la extrema derecha?

La realidad es que no hay una receta fácil para combatir el populismo. Ellos juegan con ventaja: simplifican al máximo los mensajes y apelan a los bajos instintos y al miedo al otro, y vienen una quimera, la posibilidad de volver atrás en el tiempo, a un tiempo supuestamente feliz que tampoco ha existido. Sin embargo, en la práctica lo que estos partidos acaban desencadenando son recortes de derechos a colectivos vulnerables y, con la promesa de desmontar un sector público que tachan de ineficiente y corrupto, beneficiar a las grandes corporaciones o sus entornos. Basta con echar un vistazo a Estados Unidos y Argentina para comprobarlo. La alternativa es una combinación de pedagogía y gestión centrada en la solución de problemas reales de la gente que hoy se siente frustrada y teme.

Ahora bien, se puede discutir mucho sobre estrategias y políticas públicas, pero finalmente estamos ante un dilema ético que alcanza a los partidos pero también a los ciudadanos. ¿De verdad queremos poner las instituciones en manos de quienes hacen del odio al distinto su combustible electoral?

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