Donald Trump, este jueves en Chequers, la residencia rural del primer ministro británico
18/09/2025
2 min

Estados Unidos de Donald Trump parece inmerso en una serie distópica en la que cada día hay colectivos amenazados y personas con nombres y apellidos que pagan un elevado precio por ser críticos con el mandatario estadounidense. En sólo 24 horas hemos visto cómo la cadena ABC cancelaba el late show del humorista Jimmy Kimmel, tal y como se había pedido reiteradamente desde la Casa Blanca, y también cómo se ha amenazado con considerar organización terrorista todo el movimiento antifascista en Estados Unidos, que no es una organización en sí misma sino una constelación de colectivos que ahora mismo están en el punto de mira del gobierno a raíz delinfluencer trumpista Charlie Kirk. Son dos medidas que persiguen el mismo objetivo: atemorizar la disidencia utilizando a algunos de sus miembros como jefes de turco.

La deriva autoritaria de Trump y la persecución política que sufren sus detractores están socavando los pilares de la democracia americana, que hasta ahora había hecho bandera de una defensa enconada de la libertad de expresión, hasta el punto de que quemar una bandera estadounidense no se considera ningún delito, sino que es un acto. El presidente estadounidense incluso se ha permitido el lujo de expulsar a una cadena australiana de la cobertura de su visita al Reino Unido porque no le ha gustado una pregunta de uno de sus reporteros. Son comportamientos intolerables en una democracia pero que Trump ha normalizado en una estrategia que le está dando, por el momento, buenos resultados.

La principal palanca de Trump para conseguir sus objetivos es la economía. Así lo está haciendo con las universidades, las empresas y ahora también con los medios de comunicación, como la cadena ABC, propiedad de Disney, y que está pendiente de la adjudicación de diferentes estaciones por parte de la administración. Y con quien no se pliega a sus deseos, Trump pone en marcha su poderosa maquinaria legal, como ha ocurrido con el New York Times, a quien ha denunciado por difamación.

Lo paradójico en esta ofensiva antidemocrática es que se hace, precisamente, en nombre de la libertad de expresión. Ésta es una de las características de este nuevo populismo ultraconservador, que por un lado dice defender la libertad y por otro ahogar cualquier posibilidad de discrepancia con lo que ellos consideran la normalidad y el sentido común. Y para ello no renuncian al uso de la fuerza oa su exhibición pública, como ocurre con el despliegue de la Guardia Nacional en Washington.

El resultado de todo ello es una sociedad atemorizada, con colectivos enteros, como el LGTI o los inmigrantes, sometidos a una enorme presión social y policial. Donde la gente teme manifestarse o hacer un comentario crítico con Israel por miedo a ser considerado sospechoso de terrorismo. Esta atmósfera asfixiante y de restricción de derechos se asemeja cada vez más a la que se respira en una dictadura de aquellas que todos tenemos en la cabeza, más que a la de una supuesta primera democracia del mundo.

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