Soldados en el barco de la flotilla
02/10/2025
2 min

El asalto militar israelí a la Flotilla pacífica y humanitaria que zarpó de Barcelona para denunciar el drama de Gaza no es punto final. Es un punto y seguido. Mientras no se detenga el genocidio en la Franja, no puede cesar la presión ciudadana, por mucha distancia que exista entre la indignación y la vergüenza en la calle y la dura realidad geopolítica global. Si todavía se podía, la Flotilla ha hecho más evidente el derrumbe de la diplomacia multilateral y, más en concreto, la impotencia de la ONU y la tibieza de Europa. En lugar de una flotilla civil, hace tiempo que debería haberse enviado a Gaza una fuerza militar –unos cascos azules– a hacer posible un alto el fuego, a garantizar unas mínimas condiciones de supervivencia de la población palestina ya propiciar una negociación para la liberación de los rehenes israelíes y el desarme de Hamás.

Pero nada de todo esto, en la práctica, ni siquiera ha estado sobre la mesa. Con el apoyo explícito y desinhibido del presidente estadounidense Donald Trump, el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, ha seguido actuando con absoluta impunidad en la ejecución de un genocidio planificado. Cuando en las últimas semanas había parecido que crecía el aislamiento del líder ultranacionalista judío, Trump ha salido de nuevo a rescatarle, primero menospreciando a la ONU durante la Asamblea General y después recibiendo al propio líder israelí en la Casa Blanca y presentando un plan de paz para Gaza para el que ha conseguido un amplio apoyo de Gaza.

Netanyahu, pues, se ha podido tomar con toda tranquilidad la campaña impulsada por la Flotilla, a la que ha recibido como era previsible. No le ha hecho ni cosquillas. El gobierno de Tel-Aviv se ha deshecho de ella sin contemplaciones, incluso burlándose al referirse a ella como la pandilla de "Greta Thunberg y sus amigos". Por supuesto, tampoco se ha dejado entrar la ayuda simbólica que llevaban la cuarentena de barcos y los cuatrocientos miembros que navegaban por ella. Ninguna concesión.

En este contexto de impotencia política frente a la apisonadora del tándem Netanyahu-Trump, el gesto de la sociedad civil tiene pleno sentido. El objetivo real de la Flotilla, perfectamente legítimo y confesable, ha sido, en efecto, propagandístico: despertar conciencias y evidenciar, una vez más, la brutalidad con la que está actuando Israel, no sólo militarmente, sino también saltándose todas las líneas rojas humanitarias del derecho internacional. Se está matando de hambre a miles de personas, incluidos niños, y lo estamos viendo retransmitido en directo. Cuesta mucho entender a quienes miran hacia otro lado.

No hace falta coincidir ideológicamente con los tripulantes para aplaudir la dignidad de su compromiso y para manifestarles su apoyo a la calle. Sus integrantes, entre ellos bastantes catalanes y españoles, han demostrado valentía y determinación. Los que desde Barcelona y Madrid han mofado de la iniciativa demuestran, en cambio, sectarismo político y ceguera humanitaria, además de hacer el juego al gobierno genocida de Netanyahu. La historia nos juzgará a todos por lo que hemos hecho –o no– y por lo que habremos dicho –o callado– ante el drama de Gaza.

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